Capítulo 11

El resultado del primer reconocimiento que Erik Sohlman, el perito de la Brigada de Homicidios, le practicó al cadáver, no dejaba lugar a dudas. Todo apuntaba a que Egon Wallin había sido asesinado. Knutas convocó inmediatamente a sus colaboradores más cercanos a un almuerzo de trabajo. Integraban la Brigada de Homicidios otras cuatro personas, además de Knutas: Lars Norrby, portavoz de prensa y subcomisario; Karin Jacobsson, inspectora, y Thomas Wittberg, asimismo inspector. Sólo faltaba Sohlman, que aún se encontraba en el lugar del crimen para recibir al forense. Además del grupo que dirigía las investigaciones, asistía también el veterano fiscal Birger Smittenber, que había interrumpido su descanso dominical para colaborar desde el principio.

Knutas les pidió que se pusieran en marcha en todos los frentes lo antes posible; las veinticuatro horas siguientes a un asesinato eran casi siempre decisivas.

Alguien lo suficientemente previsor había encargado bocadillos de albóndigas y café. Cuando todos los que estaban sentados a la mesa se hubieron servido, el comisario abrió la reunión.

– Así pues, por desgracia, nos enfrentamos a un asesinato. La víctima es Egon Wallin, el galerista. Lo descubrió una mujer que se dirigía al trabajo esta mañana, a las siete. Como seguramente todos sabréis ya, estaba colgado en la puerta de Dalsmanporten. Las lesiones en el cuello ponen de manifiesto que Wallin murió asesinado. Erik viene de camino y podrá darnos más detañes. El médico forense ha llegado hace un momento desde Estocolmo y ya está en la escena del crimen.

– Esto es una locura, otro cadáver colgado, igual que el verano pasado -exclamó Thomas Wittberg-. ¿Qué está pasando realmente?

– Sí, es extraño -admitió Knutas-. Pero al menos parece que Egon Wallin no ha sido sometido a una muerte ritual. La testigo que encontró el cuerpo está siendo interrogada en estos momentos -añadió-. Primero la trasladaron al hospital, donde le hicieron un reconocimiento y le dieron un tranquilizante. Al parecer, sufrió una conmoción grave.

El comisario se levantó y señaló con un lápiz un punto en el mapa de la pared de enfrente. Era un mapa de la parte este de la muralla: la puerta de Dalmansporten y la zona verde de Östergravar.

– Hemos acordonado toda la zona de Östergravar a lo largo de la calle Kung Magnus, desde la Puerta Este hasta la Norte. Mantendremos el cordón el tiempo necesario, hasta que se hayan comprobado todas las pruebas. Por la parte interior de la muralla, hemos cerrado un tramo de la calle Norra Murgatan y de Uddens Gränd, próximos a ella, pero parece que nos veremos obligados a abrir pronto esos tramos. No es que haya mucho tráfico allí arriba en Klinten, pero de todos modos habrá que abrirlos al tráfico. Así pues, esa es la zona en la que se van a concentrar los técnicos primero. Lógicamente, el asesino tiene que haber llegado por allí.

– ¿Y eso por qué? -quiso saber Karin.

– Porque, según Sohlman, Egon probablemente no fue asesinado en Dalmansporten, sino que su cuerpo fue trasladado hasta allí desde otro lugar.

– ¿Cómo se puede saber eso tan pronto? -preguntó Wittberg, que abrió de par en par sus grandes ojos azules.

– A mí no me preguntes. Él sólo dijo que el lugar donde lo asesinaron y el lugar donde lo encontraron probablemente no fueran el mismo. Ya nos los explicará cuando llegue. Y si el agresor, o los agresores, mataron a Wallin en otro sitio, es de suponer que tendrían un coche. Trasladar un cadáver no es tan fácil. No creo que condujeran por la zona de Östergravar.

– ¿Hay testigos? -preguntó Birger Smittenberg-, ¿No hay nadie en las casas de los alrededores que haya visto u oído algo? La puerta está en medio de una calle rodeada de edificios.

– Nuestros agentes están llamando puerta por puerta y sólo nos queda esperar que eso aporte alguna información. Lo cierto es que justo al lado de Dalmansporten sólo hay una casa cuyas ventanas dan a la muralla. Para tratarse de una zona céntrica, ha elegido muy bien el lugar, si no quería que lo molestasen. Si alguien hace una cosa asi por la noche, seguro que, con un poco de suerte, puede largarse sin que nadie lo vea.

– Pero, de todas formas -objetó Wittberg-, parece muy arriesgado. Me refiero a que se necesita bastante tiempo para sacar el cadáver de un coche y colgarlo de esa manera.

– Y fuerza -intervino Norrby-. Levantar a alguien tan alto, no lo hace cualquiera. A no ser, claro está, que fueran más de uno.

– Quienquiera que haya sido, lo más probable es que anteriormente merodeara por allí más de una vez. Para reconocer el lugar y prepararlo todo, quiero decir. Tenemos que preguntarle a la gente si ha visto por allí a alguien en los días anteriores al crimen.

Knutas estornudó sonoramente y, mientras se sonaba la nariz, el fiscal aprovechó la pausa para formular una pregunta:

– ¿Hay ya alguna pista concreta?

Como por ensalmo, se abrió la puerta y apareció Erik Sohlman. Saludó brevemente a todos. Se lanzó hambriento a hacerse con un bocadillo y se sirvió una taza de café. Knutas decidió dejarlo que comiera tranquilo antes de acosarlo a preguntas.

– ¿Qué sabemos de la víctima? -El comisario consultó sus papeles-. Bien, pues que se llama Egon Wallin y nació en 1951, en Visby. Ha vivido aquí toda su vida. Casado con Monika Wallin, tiene dos hijos mayores, ya emancipados. Vive en uno de los chalés adosados que hay abajo, en la calle Snäckgärdsvägen. La esposa ha sido informada de su muerte y está en el hospital. La interrogaremos más tarde. También nos hemos puesto en contacto con los dos hijos, ambos viven en la Península. Egon Wallin era una persona muy conocida aquí en la ciudad. Él y su mujer se han dedicado veinticinco años a la venta de cuadros. Él se puso al frente de la galería cuando lo dejó su padre, y desde qgue tengo uso de razón ese negocio ha sido propiedad de la familia. Wallin no aparece en el registro de delincuentes. Yo he coincidido bastantes veces con él a lo largo de estos años, aunque no puedo decir que nos conociéramos. Era un hombre muy agradable y parecía que la gente le tenía mucho aprecio. ¿Alguno de vosotros llegó a tener una relación más estrecha con él?

Todos negaron con la cabeza.

Para entonces, Erik Sohlman había tenido tiempo de dar cuenta de un par de bocadillos, así que Knutas dio por supuesto que ya estaba en condiciones de hablar.

– ¿Qué puedes contarnos, Erik?

Sohlman se levantó y se acercó al ordenador que había en el centro de la sala. Le hizo señas a Smittenberg, que era quien estaba sentado más cerca de la puerta, para que apagara la luz.

– Bien, pues ésta es la vista que se encontró esta mañana Siv Eriksson cuando se dirigía al trabajo. Ella venía andando desde la calle Kung Magnus por el camino peatonal cuando descubrió el cuerpo colgado y absolutamente visible en el hueco de la Puerta. Egon Wallin estaba vestido, pero no tenía ni la cartera ni el móvil. A lo largo del día enviaremos su ropa al Laboratorio Estatal de Investigaciones Criminológicas, SKL, para que la analicen. Se encontró un fular justo debajo del cuerpo; no sabemos si pertenece a la víctima, pero, como es lógico, lo enviaremos también al SKL.

Sohlman fue pasando fotografías del cuerpo tomadas desde distintos ángulos.

– Yo sólo le he practicado un reconocimiento superficial, pero, por una vez, estoy casi seguro de que se trata de un asesinato. La razón es el aspecto que presentan las lesiones del cuello. Cuando descolgamos el cuerpo, pude observarlo más de cerca y probablemente no fue el ahorcamiento lo que lo mató.

Hizo una pausa escénica y bebió un sorbo de café. Alrededor de la mesa todos escuchaban expectantes.

Sohlman señaló con el lápiz en la fotografía.

– Wallin presenta lesiones claras que no guardan relación con la soga que tenía alrededor del cuello. Los dos surcos paralelos y de anchura milimétrica que veis aquí recorren todo el cuello justo por encima de la laringe y se prolongan hasta la nuca. Esas marcas demuestran que lo han estrangulado por detrás con una cuerda fina y cortante, como una cuerda de piano o algo similar. O el asesino dudó de que la víctima realmente hubiera muerto tras el primer intento, o Egon Wallin opuso resistencia y el asesino entonces se vio obligado a hacer un nuevo intento, y de ahí las dos hendiduras paralelas. En esas hendiduras aparecen fisuras rojas que indican que fue la cuerda de piano la que le causó la muerte. Además, fijaos en este surco más ancho, probablemente causado por la soga en la que Wallin fue colgado. No presenta hemorragias ni manchas rojas. Mirad aquí, el surco parece oscuro, seco y algo apergaminado. Eso indica que ya estaba muerto cuando lo colgaron de la soga. De lo contrario, las lesiones habrían tenido un aspecto muy diferente.

Varias fotos mostraron la cara de la víctima. Knutas se echó instintivamente hacia atrás. Siempre era más duro cuando uno conocía a las víctimas y les tenía aprecio. Nunca sería capaz de dejar completamente a un lado sus sentimientos.

A Sohlman, en cambio, parecía que no le costaba nada. Con su habitual chaqueta de pana marrón y su indomable cabello rojo, estaba allí tranquilamente explicando el horrible crimen que acababa de ocurrir con un tono de voz suave y agradable. De vez en cuando tomaba un sorbito de café, como si estuviera enseñando las fotos de las vacaciones. El comisario no podría comprender jamás cómo funcionaba Sohlman.

Lanzó una mirada rápida a Karin. Tenía la cara blanca como la tiza. Knutas sintió una enorme simpatía hacia ella, sabía cómo luchaba consigo imsma. Las fotografías de la víctima estaban tomadas de cerca. Egon Wallin tenía la cara enrojecida y los ojos abiertos. En la frente se veía una herida y una inflamación, y en la mejilla tenía un rasguño. El comisario se preguntó si se lo habría hecho mientras luchaba por su vida. Como si le hubiera leído el pensamiento, Erik Sohlman añadió:

– Estas lesiones de la cara lo complican todo. No comprendo de dónde vienen. Por supuesto, no podemos descartar que se hayan producido al colgarlo, pero parece raro. Y la herida del cuello indica que fue atacado por detrás. Pero la interpretación de las magulladuras de la cara se la cedo con mucho gusto al forense. Algo tendrá que hacer él también… -concluyó Sohlman sonriendo con ironía.

– ¿Cuánto tiempo llevaba muerto? -preguntó Karin, que ya había recuperado el color del rostro.

– Es difícil precisarlo. A juzgar por la temperatura del cuerpo, yo diría que por lo menos seis horas. Pero ya os digo que esto es una suposición, habrá que esperar el resultado preliminar de la autopsia que haga el forense.

– Otra cosa: ¿cómo va el tema de huellas? -inquirió Knutas.

– En la Puerta apenas hemos encontrado nada interesante: algunas colillas de cigarrillos y chicles, pero que muy bien podían haber estado allí con anterioridad. Al lado de la Puerta hay roderas de coche recientes, así como huellas de zapatos. Hacia Östergravar, lógicamente, está todo lleno de huellas de zapatos y demás. Allí también hemos estado buscando con los perros, pero de momento no hemos dado con nada de interés.

Wittberg miró a sus colegas con gesto de duda y apuntó:

– ¿Podría tratarse de algo tan simple como un robo?

– Aunque al ladrón se le fuera la mano y acabase con la vida de la víctima, ¿por qué iba a tomarse la molestia de colgarla en la puerta después? -repuso Karin con escepticismo-. La verdad, parece poco creíble.

Sohlman carraspeó.

– Y ahora, si no se os ofrece nada más, me gustaría volver allí. Apagó el ordenador y encendió las luces antes de abandonar la sala.

Knutas miró circunspecto al resto de los asistentes.

– La cuestión del móvil tendremos que dejarla para más adelante. Es demasiado pronto para especular sobre ese asunto. Ahora lo que hay que hacer es empezar a investigar la vida de Egon Wallin, sus negocios, empleados, vecinos, amigos, familiares, su pasado, todo. Karin y Thomas se encargarán de ello. Lars, tú te ocuparás de la prensa; los periodistas van a caer sobre nosotros como buitres. Además, el hecho de que la víctima apareciera colgada de esa manera no va a contribuir a hacernos las cosas más sencillas. Ya sabéis cómo les gustan a los hurones de los periodistas las noticias sensacionalistas; con ésta se van a cebar.

– ¿No deberíamos convocar una rueda de prensa hoy mismo? -propuso Lars Norrby-. De lo contrario, tendremos que pasarnos el día al teléfono. Y todos preguntarán lo mismo.

– Me parece un poco pronto -objetó el comisario-. ¿No bastará de momento con un comunicado de prensa?

Knutas detestaba las ruedas de prensa y trataba de evitarlas siempre que le era posible. Al mismo tiempo, entendía el punto de vista de Lars.

– No sé, parece que esto va a suscitar mucha expectación. ¿No sería mejor quitarnos a todos de encima al mismo tiempo?

– Está bien, enviaremos un comunicado de prensa después de esta reunión. Confirmaremos que se trata de un asesinato e informaremos de que se celebrará una rueda de prensa por la tarde. ¿Te parece bien?

Norrby asintió con la cabeza.

– Y ahora vamos a esforzarnos al máximo para averiguar cuanto podamos acerca de Wallin y de lo que hizo los días previos al asesinato. ¿Con quién se encontró? ¿Qué hizo el día del asesinato? ¿Quién fue la última persona que lo vio con vida? Este asesinato no puede ser fruto de una casualidad.

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