La cuestión de si Egon Wallin era o no homosexual mantuvo ocupados a Knutas y a Kihlgård el resto del sábado. Knutas llamó a Monika Wallin y se lo preguntó, pero ella rechazó tal posibilidad. No es que hubiera habido mucha pasión entre ellos, pero le costaba mucho creer que su marido fuera gay. Durante todo el tiempo que estuvieron casados, jamás había notado que le atrajeran los hombres.
Kihlgård habló con las dos empleadas de la galería, y las respuestas que obtuvo fueron muy distintas. Ambas habían intuido que a su jefe le atraían las personas de su mismo sexo.
Por último, Kihlgård empezó a tirar del otro extremo del hilo y comprobó, de entre los hombres que visitaron la exposición y luego se alojaron en el hotel Wisby la noche del crimen, quiénes eran homosexuales. Encontró dos nombres: Hugo Malmberg, uno de los socios de la galería en la que Egon Wallin iba a entrar como socio, y Mattis Kalvalis.
El policía de Estocolmo llamó a la puerta del despacho de Knutas, que estaba abstraído en sus pensamientos, y le expuso la conclusión a la que había llegado.
– Interesante -comentó Knutas-. Kalvalis o Malmberg, entonces. Es probable que fuera a encontrarse con uno de ellos.
– ¿Y por qué no con los dos? -sugirió Kihlgård pestañeando-. ¡Quizá practicaban un ménage à trois!
– Uf, calla, calla… No vayas tan deprisa. ¿Quién de los dos crees que cuenta con más posibilidades?
– Por la edad, yo diría que Malmberg. Wallin le llevaba por lo menos veinte años a Kalvalis. Aunque, bien mirado, eso tampoco tiene por qué tener ninguna importancia.
– No, pero iba a ser socio de Hugo Malmberg -observó Knutas-. Además, Wallin planeaba trasladarse a vivir a Estocolmo. ¿Quién sabe? Igual Malmberg también negociaba con pinturas robadas. Quizá anduvieran los dos involucrados en ello.
– He investigado a Malmberg -dijo Kihlgård-. No figura en el registro de delincuentes y tiene una vida profesional intachable. Conseguí también hablar con él por teléfono. Niega rotundamente haber mantenido relación íntima alguna con Egon Wallin y afirma que no cree que Wallin fuera homosexual. Asegura que, si lo hubiera sido, él lo habría notado.
– ¿Y Mattis Kalvalis? ¿Has hablado con él?
– Sí, y su reacción parecía auténtica. Se ha echado a reír a carcajadas cuando le he preguntado si mantenían una relación sexual. «¿Con el viejo? -ha dicho-. ¡Jamás de los jamases!» No obstante, sí está convencido de que Wallin era gay; había tenido esa sensación, aunque el propio Wallin nunca se lo dijo claramente. -Kihlgård miró el reloj-. Oye, mira, debo irme. Tengo una cita para cenar. Con una mujer -añadió risueño.
– ¡No me digas! ¿Con quién?
– Ya te gustaría a ti saberlo…
Le hizo un guiñó, cloqueó satisfecho y salió del despacho.
Cuando se quedó solo, el comisario empezó a cargar la pipa.
En cuanto al trapicheo con los cuadros robados, se habían atascado por completo y de momento no conseguían avanzar. El registro efectuado en el piso de Estocolmo no había aportado nada. Los discos duros de los ordenadores no aparecían por ninguna parte. Tanto la contabilidad de Wallin como sus cuentas bancarias eran impecables, ahí no había nada que indujera a pensar en supuestas irregularidades. Monika Wallin había realizado su trabajo administrativo a la perfección.
Knutas no sabía cómo enfocar la investigación del tema de los cuadros, y eso suponía una enorme frustración. Habían investigado al resto de los posibles socios de Wallin en Estocolmo pero ahí tampoco habían encontrado nada de interés.
Estaba repasando atentamente las listas de los asistentes a la inauguración y se sobresaltó al comprobar que Erik Mattson, el de Bukowskis, aparecía en ellas. No había recibido una invitación personal, sino que se envió una invitación no personalizada a la casa de subastas, que había enviado a dos personas; Erik Mattson era una de ellas. Qué extraño, pensó el policía. Mattson se encargó de la valoración de los cuadros robados hallados en la casa de Egon Wallin, pero cuando hablaron por teléfono, no mencionó que él había asistido a la inauguración de la exposición.
Marcó el número de Bukowskis y consiguió hablar con el director, quien estaba preparando la gran subasta de primavera que se celebraría la semana siguiente. El hombre le confirmó que el fin de semana del que hablaban, la casa había enviado a Gotland a dos de sus colaboradores. Debían hacer una tasación en Burgsvik el viernes, y luego aprovecharon para asistir a la inauguración del sábado. Dado que ambos eran expertos en arte moderno, era importante que se mantuvieran al día con cuanto sucediera en el mundo del arte y, por otra parte, todo apuntaba a que Mattis Kalvalis se perfilaría como un gran nombre.
Knutas pidió que le pasara con Erik Mattson, pero no se encontraba allí. Le facilitó el número de su teléfono móvil. Como no respondió nadie, le dejó un mensaje en el contestador.
Eran las seis y pico de un sábado. Knutas trató de encontrar en Internet el número de teléfono del domicilio de Mattson, pero no tuvo éxito. Tendría un número secreto por algún motivo. Hizo otra llamada al móvil, pero nada. Bueno, pues tendría que esperar. Pero no lo abandonó la inquietud, que seguía corroyéndole mientras conducía de vuelta a casa.
Había empezado a anochecer y el cielo presentaba tonos rojizos. Los visitantes de Gotland hablaban mucho de ello. De la luz. De que allí era distinta. Probablemente tenían razón. Él, aunque estaba tan acostumbrado a verlo, a veces contemplaba admirado el resplandor especial que había en la isla.
Su corazón pertenecía por entero a Gotland. Sus raíces eran hondas; su familia había habitado en la isla desde que se tenía memoria de ello. Sus padres vivían en una granja en Kappelshamn, en el noroeste de Gotland. Ya habían superado la edad de jubilación, pero todavía elaboraban tunnbröd, un pan crujiente que servían a los restaurantes y tiendas de la isla. Su pan era muy conocido y había turistas que, según afirmaban, viajaban a Gotland sólo para adquirirlo. No se encontraba en ningún otro sitio. Knutas mantenía una buena relación con sus padres, pero prefería tenerlos a prudente distancia. Cuando Line y él decidieron comprar una casa de veraneo, su padre trató de convencerlo de que la compraran en Kappelshamn, pero ellos optaron por Lickershamn, un pueblo cercano. Si sus padres necesitaban alguna ayuda durante el verano, podía acercarse en un momento, sin tenerlos entrando y saliendo de su casa a todas horas.
Tenía una hermana mayor que vivía en Färjestaden, en la vecina isla de Öland, y un hermano gemelo militar que residía en la isla de Fårö. Se veían sobre todo en reuniones familiares. Con su hermana Lena, por lo común coincidía sólo en Navidad y en la fiesta del solsticio de verano. Ella era siete años mayor, y nunca tuvieron muy buena relación. Su hermano, en cambio, llamaba de vez en cuando y proponía salir a comer algo o tomar una cerveza juntos. A pesar de que se veían muy de tarde en tarde, mantenían una buena relación. A veces pensaba que tal vez fuera eso lo que ocurría entre hermanos gemelos, que uno siempre sabía dónde tenía al otro, sin necesidad de demostrar continuamente que la relación aún existía. Cuando iba de visita a Visby, su hermano solía quedarse a dormir en casa de Knutas. Sus hijos apreciaban a su tío. A Petra y a Nils les gustaba escuchar sus increíbles historias de la vida militar y siempre se tronchaban de risa con él.
Al girar para entrar en el aparcamiento de su casa vio a Line en la ventana de la cocina. De repente, sintió tristeza. ¿Cómo era posible que dos personas viviesen juntas y tuvieran tantos secretos una con otra como habían tenido Egon y Monika Wallin? Sintió pánico al pensar que uno pudiera estar tan confiado y creyendo que su matrimonio iba bien, cuando en realidad era justo todo lo contrario. ¿Cómo podía tu propio cónyuge planear fríamente largarse y empezar una nueva vida en un lugar diferente sin decir una palabra? A él le resultaba incomprensible cómo podía razonar una persona para ser capaz de semejante traición. Le daba pena Monika Wallin. Tenía un amante, sí, pero la habían engañado bien. El burlador burlado.