Capítulo 18

Le escocían los ojos de cansancio, y comprendió que pronto sería hora de marcharse a casa. No había tenido un minuto para sí mismo en todo el día y necesitaba sentarse un rato a solas en su despacho para ordenar los pensamientos, clasificar todas las impresiones y los hechos.

Se hundió en su vieja y desgastada silla de roble con el asiento de piel suave. La había conservado tras la amplia reforma de la comisaría un año y medio antes, cuando cambiaron hasta los muebles. Aquella fue su silla desde que empezó a trabajar en la Brigada de Homicidios, y se negaba a desprenderse de ella. Había resuelto muchos casos allí sentado. Le permitía girar y mecerse un poco, lo cual ayudaba a que los pensamientos fluyeran libremente.

El trabajo había sido tan intenso desde que encontraron el cadáver de Egon Wallin aquella misma mañana que le costaba ordenar todo lo que bullía en su cabeza.

Tembló al pensar en la visión que se había encontrado en Dalmansporten. Un hombre agradable. ¿Qué estaba pasando en Gotland? La criminalidad había aumentado de forma ostensible en los últimos años, sobre todo el número de asesinatos. Aunque, por otro lado, la violencia iba en aumento en toda la sociedad. Aún recordaba los tiempos en que el robo en un quiosco era noticia de portada. Ahora, en cambio, apenas aparecía entre las noticias breves. El clima social se había endurecido en todos los sentidos y a él no le gustaba esa transformación.

Sacó la pipa del cajón superior del escritorio y empezó a cargarla despacio. Cuando terminó, se retrepó en la silla y se llevó a la boca la pipa sin encenderla.

El hecho de que el pintor y su agente hubieran desaparecido de manera tan inesperada parecía muy inquietante. Además, al parecer, se los había visto en compañía de otro galerista que visitó la exposición, Sixten Dahl. Había sido imposible localizar a ninguno de ellos a lo largo del día. Bueno, se dijo, habrá que seguir intentándolo mañana.

Sus pensamientos se dirigieron a Egon Wallin. Coincidió con él en bastantes ocasiones. Line y él también habían visitado la galería de vez en cuando durante esos años, aunque la mayoría de las veces sólo fueron para mirar. Una vez compró un cuadro de Lennart Jirlow que representaba un restaurante, porque le recordó el local donde trabajaba Line en Copenhague cuando se encontraron. Sonrió al recordarlo. Fue su regalo de cumpleaños cuando Line cumplió cuarenta años, y ninguno de los que le había hecho la alegró tanto como aquel. Los regalos no eran el punto fuerte de Knutas.

Evocó la imagen de Egon Wallin. Lo más llamativo de él era su vestimenta. Solía llevar un abrigo largo de cuero y modernas botas vaqueras, parecía más un urbanita que un isleño. Se notaba a la legua que se teñía el cabello en un tono rubio caoba, y que el ligero bronceado que lucía todo el año no era natural.

Su aspecto contrastaba radicalmente con el de su esposa, que vestía de forma poco llamativa y tenía una cara tan inexpresiva que resultaba difícil de recordar. Knutas se había preguntado a veces, con cierta maldad, cómo era posible que el galerista se esforzara tanto en cuidar su aspecto físico, cuando a su mujer parecía que le importaba un bledo.

En realidad, el comisario no sabía gran cosa de la vida privada de Wallin. Cuando se encontraban solían cruzar unas palabras. La mayoría de las veces, la conversación terminaba demasiado pronto, en opinión de Knutas. Siempre tenía la impresión de que quería hablar más con Egon Wallin, pero que el deseo no era recíproco. Aunque eran casi de la misma edad, no tenían amigos comunes.

Los hijos de Wallin eran mucho mayores que los mellizos de Knutas, Petra y Nils, que ese año cumplirían quince, así que a través de los hijos tampoco habían coincidido. Los deportes parecía que no le interesaban mucho, y en Gotland el deporte era uno de los factores que más fomentaban las relaciones sociales. Knutas, por ejemplo, nadaba y jugaba al floorball y al golf. Pensaba que, a buen seguro, Wallin se relacionaba sobre todo en los círculos de artistas, a los que él, desde luego, no pertenecía. No sabía ni jota de pintura.

Se levantó y se acercó a la ventana. Contempló la oscuridad y el aparcamiento desierto del centro comercial Coop Forum. Desde allí casi podía ver la Puerta de Dalmansporten, que estaba irritantemente cerca; se preguntó si el asesino había sido consciente de ello.

La elección del lugar fue temeraria, más aún habida cuenta de que la Puerta se veía desde la calle Kung Magnus. Podría haber pasado por allí un coche de la policía cuando el asesino estaba elevando el cadáver. Quizá estuviera drogado y eso le diese igual.

Desechó enseguida aquella idea. Era casi imposible que una persona drogada o borracha hubiera podido llevar a cabo un asesinato tan bien planeado. Otra posibilidad era que no supiera que la comisaría estaba tan cerca. Quizá fuese de la Península. La cuestión era saber qué relación lo unía a Egon Wallin. ¿Tenía el crimen algo que ver con su negocio o se trataba de alguna otra cosa?

Suspiró agotado. Eran las once y cuarto de la noche.

Tarde o temprano conocerían la respuesta.

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