Capítulo 43

Los agentes de la Policía Nacional se habían ido a Estocolmo para pasar el fin de semana en casa; todos salvo Martin Kihlgård. Knutas se preguntaba a veces si Kihlgård tendría algún tipo de vida aparte de su trabajo en la policía. En realidad, no sabía gran cosa de él. Su colega no hablaba nunca de su familia y no lucía ninguna alianza, así que Knutas daba por sentado que era soltero. Tampoco sabía qué hacía durante el tiempo libre, además de comer, claro. Aquel día también encontró a Kihlgård zampándose un bocadillo de salami con queso cuando se asomó al despacho que ocupaba el agente de Estocolmo durante su estancia en Gotland.

– ¿Qué tal va eso?

– Bastante bien, he estado analizando este misterioso código. Empecé con una pregunta bastante sencilla.

Respondió con la boca llena de comida, como de costumbre, y Knutas aguardó mientras se lo tragaba.

– Bueno, me pregunté cómo era posible que el asesino supiera que Egon Wallin iba a salir de casa otra vez.

Knutas se encogió de hombros.

– Tal vez fuera pura casualidad. Quizá siguiese a Wallin y esperara a que apagaran las luces.

– ¡También cabe que supiera que Wallin iba a encontrarse con alguien!

La voz de Kihlgård sonó triunfante, como si lo que acababa de decir fuera algo nuevo y revolucionario.

– Sí, eso ya lo hemos discutido, y le hemos estado dando vueltas cientos de veces.

Knutas se impacientaba. Ah, no, no pensaba quedarse allí y desperdiciar su valioso tiempo discutiendo tonterías.

– El asesino tenía que saber que Wallin pensaba salir más tarde para verse con alguien -insistió Kihlgård sin inmutarse-. Es probable que también supiera que esa persona se alojaba en el hotel Wisby.

– ¿En el hotel Wisby? -repitió Knutas boquiabierto-. ¿Cómo sabes que la mujer con quien se iba a reunir se alojaba allí?

El otro le acercó el papel con el código que Knutas había garabateado aquella misma mañana.

– ¿Por qué si no va uno por ahí con el código nocturno del hotel anotado en un papel dentro de la cartera?

– ¿Cómo has llegado a esa conclusión?

– Primero comprobé en el banco sí podía ser el código de una tarjeta de crédito; y luego, con su mujer, si era el código de la alarma de la casa, ya que tienen tantas pinturas valiosas en su hogar… No dio resultado. Entonces pensé otra vez en la situación y en la hipótesis de que fuera a encontrarse con alguien, probablemente en un hotel. Comprobé qué hoteles no tienen portero por la noche. Resulta que en el Wisby cambiaron el sistema tras el asesinato de la mujer que se encargaba de la recepción por las noches. Quien llega al hotel pasada la media noche y antes de las seis de la mañana, tiene que llamar a un timbre para que la recepcionista baje a abrir. De esa manera no puede colarse ningún extraño. En el caso de que un huésped del hotel no quiera llamar al portero, quizá porque él o ella quieran subir a alguien a la habitación de tapadillo… -Le hizo un guiño con un gesto de ya-sabes-a-lo-que-me-refiero-. Bueno, en previsión se les facilita a todos los clientes un código que pueden usar. Comprobé el código con el hotel y resulta que coincidían. Por razones de seguridad lo cambian cada día y éste era el código habilitado para la noche del sábado 19 al domingo 20 de febrero.

Knutas emitió un silbido.

– No está nada mal -le dijo con admiración en el tono de voz-. Impresionante. Así que nos limitamos al hotel Wisby. No habrá muchos clientes entre los que elegir. Excelente, Martin.

Le dio a su colega una palmada amistosa en la espalda.

– Muchas gracias.

Les interrumpió la llegada de Karin.

– ¿Almorzamos?

A Kihlgård se le iluminó la cara.

– Me parece una excelente idea -contestó metiéndose el último trozo de bocadillo en la boca-. Sólo una cosa más. He comparado la lista de los clientes que se alojaban en el hotel aquella noche con la de los invitados a la exposición.

– ¿Sí?

– No hay ni una sola mujer que estuviera en ambas listas. Todos los que visitaron la exposición y se alojaban en el hotel son hombres.

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