Capítulo 23

El asesinato del galerista Egon Wallin en Visby se convirtió en una noticia de interés nacional. Pia Lilja fue la única que consiguió captar imágenes de la víctima colgando en la abertura de la Puerta de la muralla, y todos los periódicos del país querían tener esas imágenes. El redactor jefe de Noticias Regionales, Max Grenfors, se mostró más que satisfecho cuando llamó al móvil de Johan el lunes por la mañana y le elogió el reportaje del día anterior.

– ¡Estupendo! ¡Muy buen trabajo! ¡Vaya fotos! Esa Pia es buenísima.

– Y no vas a…

– Sí, sí, ya la he llamado para felicitarla -le interrumpió Grenfors como si supiera lo que Johan iba a decirle-. ¿Has visto los periódicos de la mañana? Se habla del asesinato en todo el país, todos querrán hoy también vuestro material -prosiguió con ansiedad-. Sólo quería deciros que estéis preparados para ofrecer también alguna novedad en el informativo de mediodía y en el de la tarde.

A Johan le incomodaba a veces el cinismo de su jefe. Las fotos que Pia había sacado del cuerpo colgado en la Puerta aparecían en las portadas de todos los periódicos vespertinos. Teniendo en cuenta que casi todos los suecos habían veraneado alguna vez en Gotland, las fotografías causaron un gran impacto. Ya se había ocupado Johan de que el asesinato encabezara las noticias matinales de la televisión. A Max Grenfors le habría gustado emitir en directo, pero lo frenaron los jefes superiores de los informativos de ámbito nacional, a quienes les pareció que eso era ir demasiado lejos.

Johan metió el coche en el aparcamiento que había al lado del edificio de la Televisión Sueca, en la calle Östra Hansegatan y aparcó en la plaza reservada para Noticias Regionales. Antes, las redacciones estaban instaladas en un pequeño edificio en el interior del recinto amurallado, pero se trasladaron a los locales de la antigua base militar A7, ahora abandonada. El edificio había servido de cuadra para los caballos de los militares, y el arquitecto quiso conservar trazos de su historia en la rehabilitación, tal como se apreciaba en las puertas, las columnas y las tablas anchas de las paredes. Predominaban los tonos marrones y blancos. Todo estaba muy bien rematado, y la mayoría del personal parecía satisfecha con la mudanza, pese a que la redacción no estaba en el centro como antes. A Noticias Regionales le habían asignado dos salas flamantes en la segunda planta, con vistas a un parque. Pia estaba sentada ante el ordenador y alzó la mirada cuando Johan entró en la redacción.

– Hola -saludó él-. ¿Hay algo nuevo?

– No, pero fíjate en esto -dijo haciéndole una señal con la mano para que se sentara-. Todos los periódicos publican mi foto. ¿Has visto?

Pinchó las páginas de varios diarios. El pobre Egon Wallin aparecía en la portada de todos y cada uno de ellos.

– ¡Joder! -gruñó Johan con fastidio-. Habría que preguntarse qué ha sido de la ética. Si hasta Grenfors, por una vez, tenía sus dudas.

– Sí; pero, aun así, hay que reconocer que es una foto increíblemente buena -replicó Pia sin apartar los ojos del ordenador.

– Desde luego, pero piensa en los familiares. ¿Cómo crees que les sentará a los hijos ver a su padre, asesinado y colgado, en la portada de todos los periódicos del país? ¿Y por qué te mueves por ahí con la cámara fotográfica cuando vas a filmar?

Pia suspiró profundamente y miró a Johan.

– Te recuerdo que trabajo por libre. Siempre llevo encima una cámara fotográfica. Y en esta ocasión dio la casualidad de que encontré un hueco y saqué una foto desde un ángulo que nadie más consiguió. ¡Por favor, qué fácil es quedar bien y ser considerado cuando se cobra un sueldo fijo! Yo tengo cuentas que pagar… Esta foto me dará para vivir varios meses. Por lo demás, admito que debe de ser duro para la familia. Pero nosotros trabajamos con información y al contar lo que pasa en el mundo no podemos autocensurarnos por consideración a todos los implicados y a costa del reportaje. A mí me parece que la foto está bien, porque de hecho sólo se ve el cuerpo a distancia y no muestra nada de la cara. Nadie puede reconocerlo. Además, los hijos ya son mayores.

– No, claro; no lo reconocerá nadie que no sea allegado del colgado -repuso Johan secamente-. ¿Te ha llamado Grenfors?

Quería cambiar el tema del diálogo para evitar una discusión. Admiraba la agudeza de Pia, pero en cuestiones de ética profesional tenían opiniones radicalmente opuestas, y tratar de atraerla a su línea, más moderada, era una batalla perdida. Lo malo era que los redactores, con Grenfors a la cabeza, solían ser adeptos de la línea de Pia. Las personas afectadas pasaban con demasiada frecuencia a un segundo plano, en opinión de Johan, convencido de que se podía informar sobre los hechos sin pisotear a nadie. Además, en su calidad de reportero, él llevaba la responsabilidad de los contenidos y era su apellido el que aparecía en pantalla.

Cuando las discusiones llegaban a su punto culminante, Grenfors solía gritarle a Johan que era un jodido periodista responsable, es decir, que pensaba demasiado en las consecuencias que pudiera tener la información que daba.

Dentro del periodismo había una escuela, a la cual pertenecía Grenfors, que defendía la neutralidad en ese tema, pero Johan no estaba de acuerdo. Él opinaba que los periodistas tenían una responsabilidad que iba más allá de la publicación de una entrevista. Sobre todo dentro del periodismo de sucesos, donde tanto la víctima como sus allegados participaban a menudo en los reportajes. Esa responsabilidad concernía en especial a la televisión por su enorme impacto.

Estaba cansado de aquella controversia que surgía constantemente. A diario había que tomar decisiones de ese tipo, lo cual daba lugar a acaloradas disputas. Pia y él se habían pasado la mitad de la tarde del domingo discutiendo a propósito de la foto de Egon Wallin. Johan estaba en contra de su publicación, pero tuvo que enfrentarse tanto a Pia como al director de la edición y, al final, se vio obligado a aceptar ofrecer una secuencia corta en la que se veía a distancia el cuerpo colgado en la Puerta. Faltaban apenas unos minutos para la emisión,y si no tomaban una decisión rápida se arriesgaban a perder todo el reportaje.


Ahora era un nuevo día y Pia y él habían acordado empezar por la galería, en el caso de que estuviese abierta después de lo sucedido. Confiaban en que al menos hubiera alguien en el local.

De camino hacia allí en el coche, Pia lo miró de soslayo a través del flequillo negro despeinado que le caía sobre los ojos.

– No estarás enfadado, ¿verdad?

– Claro que no estoy enfado; sólo pensamos diferente, nada más.

– Bien, muy bien -dijo ella dándole una palmada en la rodilla.

– Me pregunto quién estaba ayer en esa galería -murmuró Johan para cambiar de tema.

– Pudo ser un empleado que nos vio acercarnos y no tenía ganas de hablar con nosotros, simplemente -aventuró Pia-. Tras la inauguración, tendrán que limpiar y recoger.

– Tienes razón. También pudo ser que algunos quisieran reunirse después de lo que había pasado.

– Sí, tal vez fuera eso -afirmó ella al tiempo que esquivaba un gato grande de color cobrizo que se le cruzó en la carretera.

Acostumbrada a la zona, condujo el vehículo por las estrechas callejuelas empedradas y aparcó en la plaza Stora Torget. Ahora, en invierno, cuando la plaza no estaba a rebosar de tenderetes que impedían el acceso como en verano, era posible aparcar allí.

Pia montó el trípode en la calle y comenzó a filmar. Justo cuando acababa de poner en marcha la cámara apareció una mujer regordeta con una zamarra y un gorro de piel de borrego que caminaba con un ramo de flores en la mano. Johan se le acercó micrófono en mano.

– ¿Qué opina usted del asesinato?

La señora se mostró vacilante al principio, pero enseguida se sobrepuso.

– Es espantoso que ocurra algo así aquí, entre nosotros, en una ciudad tan pequeña como Visby. Y, además, que le ocurra a Egon, una persona tan encantadora, siempre agradable y atento. Es incomprensible que haya podido suceder una cosa así.

– ¿Por qué deposita flores aquí?

– Es lo mínimo que una puede hacer en estos momentos para honrar a Egon. Todos estamos sobrecogidos, desde luego, sin saber muy bien qué hacer.

– ¿Se siente atemorizada?

– Pues claro, no puedes evitar pensar si no andará suelto algún loco. Una ya no puede ni andar segura por la calle.

A la señora se le llenaron los ojos de lágrimas. Se calló e hizo un gesto de rechazo con la mano para que Pia dejara de grabar. Él le pidió permiso para utilizar la entrevista en su reportaje. No hubo ningún inconveniente por su parte y le deletreó su nombre a Johan con toda claridad.


Una moderna placa de acero, colocada en la rugosa fachada de piedra entre los anclajes medievales, indicaba que la galería se llamaba Wallin Art. En el escaparate había una fotografía de Egon Wallin y, ante ella, una vela encendida. Comprobaron que la puerta estaba cerrada pero que había gente dentro. Johan dio unos golpes en la puerta y consiguió llamar la atención de una mujer. Esta se acercó y abrió; cuando cruzaron el umbral de la puerta se oyó un tintineo. La mujer se presentó como Eva Blom. Junto a un mostrador, otra mujer estaba rotulando en un cartel: «Cerrado por defunción».

– Sí, suponemos que hoy la galería estará cerrada -les explicó Eva Blom sonriendo con frialdad-. Me imagino que Monika no querrá que tengamos abierto como si fuera un día normal. Sobre todo por la cantidad de periodistas que han llamado, tanto ayer como esta mañana -precisó, y dirigió una mirada a Pia, que ya estaba a punto de filmar el retrato de Egon Wallin que aparecía en el escaparate.

Eva Blom, una mujer atractiva, vestía suéter y falda negra y llevaba los labios pintados de un rojo que encajaba muy bien con su tez blanca como la leche. Alzó los ojos azules y miró a Johan desde detrás de unas gafas de montura roja.

– ¿Qué queréis?

Él se presentó y presentó a su compañera.

– Queremos lógicamente informar acerca de lo ocurrido y conocer cómo habéis reaccionado. Vosotras trabajabais muy cerca de Egon Wallin -argumentó Johan mirándola con circunspección, ya que era una persona baja que apenas le llegaba a los hombros.

– Sólo si no grabáis -respondió secamente-. No quiero salir en la televisión.

– Lo siento, pero ésta es la única manera que tenemos de contar algo, puesto que nosotros trabajamos en televisión -manifestó Johan-. ¿Podríamos tomar al menos algunas imágenes aquí dentro?

A Grenfors no le iba a gustar nada que consiguieran tan pocas entrevistas. Además, Johan se había negado tajantemente a satisfacer el deseo de su jefe de lograr que la viuda accediese a participar en una entrevista. Su ética no le permitía aceptar algo así.

Загрузка...