La policía de Visby recibió la alarma a la una y cuarto. Veinte minutos más tarde, Knutas y Karin salían en el primer coche, seguidos de cerca por Sohlman y Wittberg. Varias patrullas de la policía estaban en camino.
Knutas se apeó del vehículo y avanzó a largas zancadas hasta el lugar.
– ¡Joder! -exclamó-. Sólo puede ser una persona.
Sohlman llegó a su altura y se acercó al cadáver. Se agachó y examinó las partes que sobresalían por encima del manto de nieve.
– Está lleno de magulladuras y lesiones; hay tanto quemaduras de cigarrillo como heridas y señales de golpes. Parece que a este pobre diablo lo torturaron antes de liquidarlo -concluyó meneando la cabeza-. ¿Es Hugo Malmberg? -preguntó.
Knutas contempló el cuerpo magullado.
– Habrá que mirar…
Sohlman volvió con cuidado el cadáver.
– Sí, es él, no cabe duda.
Karin resopló.
– Mirad ahí. En el cuello.
Todos se inclinaron hacia delante y vieron la cuerda. Tendrían que vérselas con el mismo asesino, desde luego.
Knutas se incorporó y recorrió con la mirada el cementerio.
– El cuerpo aún no está muy rígido. Seguro que no lleva muerto mucho tiempo -apuntó Sohlman.
– Tenemos que buscar por los alrededores con perros, inmediatamente -dispuso Knutas y empezó a dar órdenes-. Puede que el asesino no ande muy lejos.Tiene que haber usado algún vehículo. ¿Cuándo demonios zarpa el próximo barco a la Península? Hay que detenerlo, revisar los coches e identificar a todos los viajeros. Esta vez no se nos escapará.