En la reunión matinal del lunes estaban todos. Alguien había preparado el café y servido unas cestitas con bollos de canela recién hechos procedentes de la pastelería Siesta. Kihlgård silbó animado. Knutas supuso que habría sido idea suya. Le encantaba estar a gustito, como él decía.
Gracias al asesinato de Hugo Malmberg, el mal rollo interno por el nombramiento de Karin como subcomisaria había pasado a un segundo plano, lo que Knutas agradecía inmensamente.
Karin abrió la reunión con un resumen de lo que había averiguado sobre el pasado de Hugo Malmberg.
– ¿Y quién es ese hijo al que dieron en adopción? -quiso saber Wittberg.
– Bien, yo creo que valdría la pena buscar un posible candidato -respondió Karin-. Una persona invitada a la exposición organizada por Egon Wallin, que se encontrara en Visby cuando se produjo el asesinato del galerista, que esté particularmente interesada en la obra de Nils Dardel y que, además, haya alquilado la casa de Muramaris. Estaríamos hablando de alguien de unos cuarenta años que ha ido apareciendo como el muñeco de la caja sorpresa desde que comenzó esta investigación.
– Erik Mattson -apuntó Kihlgård-. ¡Ese tipo discreto y correcto que ha hablado tantas veces acerca del robo en Waldemarsudde! ¿No podría ser en realidad el autor de los hechos?
– No puede ser, es un tipo muy delgado -protestó Wittberg-. ¿Cómo iba a poder colgar a Egon Wallin en la Puerta y cargar con Hugo Malmberg, su propio padre, hasta el cementerio? Jamás de los jamases.
– Pues habrá tenido ayuda, sin duda. ¡De sobra comprendo que no ha podido hacerlo él solo!
Karin miró airada a Wittberg. Al parecer, la pelea no estaba olvidada del todo.
– Y, en ese caso, ¿cuál sería el móvil? ¿Cuál, eh? ¿Que su padre biológico lo había traicionado?
Wittberg parecía incrédulo. Lars Norrby no tardó en sumarse al ataque.
– ¿Y Egon Wallin? ¿Por qué iba a querer cargárselo Erik Mattson?
– Bien, no puedo tener respuestas para todo… -gruñó Karin enojada.
– No me digas que no has comprobado si Erik Mattson es realmente el hijo entregado en adopción…
Knutas miró perplejo a Karin, quien torció el gesto.
– Pues no. No lo he hecho -admitió.
– Quizá fuera una buena idea hacerlo antes de sacar ninguna conclusión.
Aunque su tono fue un poco duro, sintió lástima por Karin al ver el rostro de satisfacción de Wittberg y Norrby.
Por la tarde llamaron a la puerta del despacho del comisario. Entró Karin, que se sentó con gesto desalentado.
– He hablado con los padres adoptivos de Erik Mattson, Greta y Arne Mattson. Viven en Djursholm, y nunca le han contado a Erik que es adoptado. Así pues, él ignora que Hugo Malmberg es su padre.
– ¿Qué relación tienen con Erik?
– Inexistente. Rompieron su relación con él cuando se enteraron de que es adicto a las drogas y homosexual.
– ¿Homosexual? ¿Él también? Parece ser un elemento común en esta investigación.
– Sí.
– Pero qué cruel suena. ¿Rompieron con él sólo por eso? No parece una actitud muy cariñosa…
– Pues no, la verdad. Sin embargo, sí mantienen una buena relación con Lydia, su exmujer, y con los hijos; bueno, al menos con dos de ellos.
– ¿Cuántos años tienen? Los hijos, quiero decir.
– Los chicos, David y Karl, tienen veintitrés y veintiuno, respectivamente; Emilie, la hija, diecinueve.
– ¿Con cuál de ellos no se llevan bien?
– Con David, el mayor. Bueno, yo hablé con el padre de Erik, que, por otro lado, parece una persona muy amable, y, según me dijo, David era el más sensible y el que peor lo pasó tras la separación. Sus padres se divorciaron precisamente por la adicción de Mattson a las drogas y, además, perdió la patria potestad porque descuidó sus obligaciones cuando tenía a los niños en casa a su cargo los fines de semana. Pero eso no ha influido en David. Evidentemente, él ha tomado partido por su padre.
Knutas se quedó un rato mirando con fijeza a Karin sin decir nada. Después, levantó con decisión el auricular del teléfono, como si de repente se le hubiera ocurrido alguna idea.