Capítulo 54

El ambiente era expectante cuando el grupo que dirigía la investigación se reunió el lunes por la tarde. Todos habían oído hablar de la escultura abandonada en Waldemarsudde y ardían en deseos de saber más. Hasta Kihlgård estaba callado y con la mirada fija en Knutas, cuando éste se sentó en la cabecera de la mesa.

– Bueno, escuchad -empezó-. Este caso es cada vez más misterioso. Parece evidente que existe relación entre el asesinato y el robo de esta noche en Waldemarsudde.

Les resumió lo que le había contado Kurt Fogestam.

– Y, además, tenemos los cuadros robados que encontramos en casa de Egon Wallin -añadió Karin-. Tiene que haber conexión entre lo uno y lo otro. ¿Y si se tratara del cabecilla de alguna banda con la que Wallin tuviera negocios que, descontento y cabreado por no cobrar su dinero, lo hubiera asesinado y ahora quisiera reivindicarlo de alguna manera?

– ¿Qué si no? Es evidente que todo tiene que ver con el negocio de los cuadros robados -apuntó Wittberg.

– Pero, ¿por qué se conformó con robar un solo cuadro?

Kihlgård miró a sus colegas.

– Si se tratara de ladrones de obras de arte dispuestos a dar un golpe contra uno de los museos mejor vigilados de Suecia, ¿por qué iban a robar una única pintura? Y ni siquiera la más valiosa. No entiendo nada -aseguró abriendo el envoltorio de una chocolatina que se había llevado a la reunión.

Alrededor de la mesa se hizo el silencio, todos cavilaban acerca de la enigmática relación.

– De hecho, no sabemos nada del negocio que se traía Egon Wallin con los cuadros robados -manifestó Karin-. ¿A qué nivel era y cuánto tiempo llevaba metido en eso? Ningún interrogatorio aquí en Gotland nos ha permitido avanzar nada en ese sentido y en Estocolmo parece que es un completo desconocido entre los ladrones de obras de arte y los receptadores. Por Dios, tenemos que poder encontrar siquiera una persona que sepa algo de sus negocios sucios con obras de arte. Los cuadros que tenía en casa no eran cualquier cosa…

– La verdad es que debemos alegrarnos del robo en Waldemarsudde -constató Norrby secamente-. Ahora tenemos algo nuevo a lo que agarrarnos y lo necesitábamos, francamente.

– Sí -corroboró Knutas rascándose el mentón-. Pero… ¿por qué ha querido el ladrón servirnos la relación en bandeja? Eso no lo entiendo.

Nadie tenía una buena respuesta que ofrecer.

– Otra cuestión es por qué eligió llevarse precisamente El dandi moribundo. Ni siquiera intentó disimular cuál era su objetivo robando al menos un cuadro más.

– En realidad, no tendría ni tiempo -objetó Karm-. Si saltó la alarma…

– Sí, claro, pero la pregunta sigue en pie. ¿Por qué precisamente Dardel? ¿Por qué precisamente El dandi moribundo?

Puede haber sido un trabajo por encargo -sugirió Wittberg-. Algún coleccionista fanático que le haya encargado a alguien el robo del cuadro. Según dicen, es imposible venderlo, al menos, aquí en Suecia. ¿Sabemos algo de la pintura?

Lars Norrby consultó sus papeles.

– Me he informado un poco. El cuadro fue pintado en 1918 por Nils von Dardel, o, mejor dicho, Nils Dardel. Descendía de una familia de la nobleza, pero de mayor suprimió el von. Sí, me he informado de algunas anécdotas. -Sonrió satisfecho. Sus colegas lo miraron sin comprender, y prosiguió-: Dardel estuvo activo desde principios del siglo pasado y tuvo su época de esplendor entre 1920 y 1930, aproximadamente. El dandi moribundo ha tenido diversos propietarios, pero el Museo de Arte Moderno lo compró al financiero Tomas Fischer a principios de la década de los noventa. También se vendió una vez en una subasta de Bukowskis por una suma de dinero hasta entonces nunca vista. Tal vez lo recordéis, se escribió mucho sobre ello en los periódicos.

Bukowskis, pensó Knutas, es curioso que vuelva a aparecer. Erik Mattson revoloteó de nuevo en su interior. Aún no había obtenido ninguna explicación de por qué Mattson no le contó que había asistido a la exposición de Egon Wallin. Había algo que no encajaba. No debía olvidarse de llamar otra vez a Mattson. Hizo una anotación en su bloc.

– ¿Qué personas en Suecia tienen un acusado interés por Dardel concretamente? ¿No deberíamos buscar por ahí? -propuso Karin.

– Pero ¿qué tiene que ver Egon Wallin con Nils Dardel? Ahí no existe ninguna relación, ¿o sí? -preguntó Wittberg.

– Que sepamos hasta ahora, no, pero ese es uno de los hilos de los que debemos tirar -explicó el comisario-. De todos modos, propongo que alguien viaje inmediatamente a Estocolmo y se entreviste con la policía, visite Waldemarsudde e intente averiguar algo más acerca del robo de cuadros. Igual es aconsejable abordar a ese tal Sixten Dahl y Hugo Malmberg en su propio terreno.

– Yo puedo ir -se ofreció Martin.

– Me gustaría, en cualquier caso, que lo acompañase alguno de vosotros -dijo Knutas.

– Iré yo -respondió Karin-. Lo haré encantada.

– Bien, entonces en eso quedamos -concluyó Knutas, mientras le dirigía una mirada de contrariedad. ¿Por qué ella precisamente? ¿Y por qué él?

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