Capítulo 70

El miércoles por la mañana, cuando Knutas acababa de llegar al trabajo, Karin llamó a la puerta de su despacho.

– Adelante.

Apenas la vio, supo de qué le iba a hablar. Se le formó un nudo en la garganta. Era como si se fuera a decidir su futuro. La verdad es que el hecho de que Karin le importara tanto era una locura. No obstante, desde que le expuso su propuesta el lunes, trató de no pensar en ello, pero por las noches tuvo pesadillas: soñaba que Karin se iba y lo dejaba solo. Quince años juntos codo con codo habían dejado en él una profunda huella. No era tan fácil borrarla. Nunca encontraría a nadie como Karin.

Karin se sentó en la silla del otro lado de la mesa sin que su rostro dejara entrever en absoluto lo que pensaba. Knutas aguardaba en silencio la sentencia.

A medida que pasaban los segundos, empezó a desesperarse cada vez más.

– Lo acepto, Anders. Me quedo. Pero con una condición. No quiero tener nada que ver con la prensa.

Entonces esbozó una amplia sonrisa que dejó al descubierto la separación entre los incisivos que a él tanto le gustaba.

Knutas sintió como un mareo. Aquello era demasiado bueno para ser cierto.

Saltó de la silla, se apresuró a dar la vuelta a la mesa y abrazó a su querida compañera.

– ¡Gracias, Karin! Estupendo. ¡No sabes lo feliz que soy! ¡No te arrepentirás! ¡Te lo prometo!

Por un momento, ella permaneció quieta entre sus brazos. Luego, se separó poco a poco de él.

– Sí, Anders, yo también creo que será divertido e interesante para mí.

– Cuando hayamos terminado la investigación de este caso, te invitaré a una buena cena. ¡Esto hay que celebrarlo!

Miró el reloj. Tenía que hablar con Norrby antes de la reunión. Quería comunicar cuanto antes la noticia de que Karin iba a ascender a subcomisaria. Entonces recordó algo:

– ¿Lo sabe Martin?

– Sí, se lo dije ayer por la tarde.

– ¿Cómo se lo tomó?

– Ningún problema, en absoluto, ya sabes cómo es. No se preocupa de forma innecesaria.


Contaba con que la reacción de Lars Norrby sería airada, pero no tanto.

– ¿Qué cojones dices? ¿Así me agradeces el trabajo de todos estos años? Veinticinco años llevamos trabajando juntos, ¡veinticinco años!

Su colega se levantó cuan alto era y lo miró enfurecido. Knutas, sentado en su vieja silla, nunca se había sentido tan incómodo.

Lars escupía las palabras.

– ¿Y qué demonios has pensado que voy a hacer? ¿Sentarme mano sobre mano en el despacho y esperar hasta que me llegue la pensión? ¿Se puede saber qué he hecho mal?

– Lars, por favor, tranquilízate -le rogó Knutas-. Siéntate.

Knutas jamás había visto a su taciturno y complaciente colega reaccionar de forma tan agresiva. Le explicó que debía ofrecer a Karin algo lo bastante atractivo como para poder retenerla, pero ese razonamiento a Norrby le resbaló.

– Vaya, ¿así que eso es lo hay que hacer para progresar en este trabajo, amenazar con dejarlo? Joder, qué cosa tan rastrera.

– Pero, por favor, Lars -insistió Knutas-. Sé realista. Tú y yo tenemos la misma edad y yo no estoy pensando aún en tirar la toalla. Creo que estaré aquí hasta que me saquen por obligación. Estamos hablando, como mucho, de otros diez años, en el caso de que me jubile un poco antes de los sesenta y cinco, como tengo pensado hacer. Entonces se requerirá que alguien ocupe mi puesto. Karin es quince años más joven que nosotros. Para entonces tendrá la experiencia y la fuerza necesarias. Además, tú eres un extraordinario portavoz de prensa y quiero que te ocupes en especial de eso. Nadie lo hace mejor que tú. Y, por supuesto, conservarás el sueldo que percibes.

– ¡Qué considerado! -bufó Norrby-. Esto no me lo habría esperado yo nunca de ti, Anders.

Al salir, cerró de un portazo.

Knutas se quedó descontento con la conversación y consigo mismo. Ni siquiera había llegado al que, quizá, fuera el punto más sensible de todos: su decisión de apartar a Lars Norrby de las labores de investigación.

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