Capítulo 27

Había pasado por delante de aquel lugar varios días. Al principio sintió muchos deseos de entrar, pero decidió esperar. Cada vez que se desplazaba hasta allí se disfrazaba un poco. Por seguridad. Siempre cabía la posibilidad de que se encontrase con algún conocido. Había decidido hacer cada cosa en su momento y tomarse el tiempo necesario. Se iría acercando poco a poco, para pasar inexorablemente al ataque cuando llegara la ocasión. Primero quería conocer bien a su víctima. Luego sería demasiado tarde.

Ahora estaba observando al hombre a través de los cristales. Trató de hacer acopio de valor antes de entrar. No porque tuviera miedo del otro, sino de sí mismo. De que no pudiera contenerse y se echara sobre él. Inspiró profundamente unas cuantas veces. El autocontrol era siempre su fuerza, y ahora se sentía inseguro.

Notó que respiraba hondo, se dio cuenta de que no funcionaría, y dio una vuelta por el barrio para calmar los nervios. Cuando regresó, el hombre salía con una bolsa negra grande en la mano; se dirigió a pie hasta el metro.

Lo siguió. En la tercera estación, el tipo se apeó y subió por la escalera mecánica que conducía a la calle. Cruzó la calzada y entró en uno de los gimnasios más grandes y exclusivos de la ciudad. Lo siguió y pagó en caja la entrada, carísima: ciento cincuenta coronas.

El gimnasio estaba casi vacío a esas horas del día. Se oía el ruido de algún aparato, el ritmo de la música. Una chica con mallas ajustadas y la camiseta pegada al cuerpo pedaleaba en una bicicleta estática y leía al mismo tiempo. Al poco rato salió del vestuario la persona a quien él iba siguiendo y empezó a correr en una cinta mecánica; aquello le pareció patético.

Como no llevaba ropa de gimnasia, no podía participar, lo cual era ana pena. Habría sido divertido correr cerca de él, provocarlo de alguna manera.

Aunque había decidido avanzar despacio para alargar el sufrimiento todo lo posible, sintió el imperioso deseo de hacer algo en aquel preciso momento, sólo para intimidarlo. Entró en el lavabo y comprobó que el disfraz estaba como debía.

Cuando salió, el hombre se había pasado a la barra con las pesas. Estaba tumbado en un banco levantándolas. Observó a distancia cómo iba añadiendo más pesas. Al final estaba allí tumbado jadeando a causa del esfuerzo, con cuarenta kilos a cada extremo de la barra.

Miró con cautela a uno y otro lado antes de acercarse. El otro, tumbado boca arriba, no advirtió su presencia. No había nadie cerca, la chica de la bicicleta pedaleaba en otra sala y estaba de espaldas, y el único chico que había en la sala de musculación ya se había ido. Debía aprovechar la ocasión.

Se detuvo en el último segundo. Algo hizo que se detuviese y retrocediera unos pasos. Nada de acalorarse demasiado ahora. Ello podría dar al traste con todo. Debía contenerse, nada de improvisar algún disparate que pudiera estropearlo todo. ¿Qué pasaría si lo detenía la policía antes de que estuviera preparado? Eso sería un desastre.

Subió la breve escalera que conducía a la cafetería del gimnasio. Se dejó caer en una silla y trató de concentrarse en respirar despacio.

Al cabo de un rato se levantó para ir a buscar un vaso de agua, pero de pronto se sintió indispuesto. Tuvo que apresurarse hasta los servicios más cercanos, situados justamente en la sala de musculación.

Le recorrieron el cuerpo unas fuertes convulsiones y vomitó en la taza del váter. Para mayor irritación, notó que se le saltaban las lágrimas. Permaneció un rato sentado en el suelo tratando de recobrarse. ¿No iba a ser capaz de llevar a cabo lo que se había propuesto?

De pronto llamaron a la puerta. Se quedó paralizado y el corazón le empezó a latir desbocado.

Se levantó rápidamente, se enjuagó la cara y tiró varias veces de la cadena. Cuando abrió la puerta estuvo al borde de sufrir un ataque. Allí estaba él. Le preguntó con gesto preocupado qué le pasaba.

Durante unos segundos interminables miró fijamente aquellos ojos de color gris verdoso que expresaban preocupación y simpatía. Farfulló que no era nada y pasó delante de él.

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