Capítulo 75

El hotel Wisby se encontraba en la calle Strandgatan, junto a la plaza Donners, cerca del puerto. Era un elegante hotel antiguo de lujo.

La situación en recepción era tensa cuando Knutas, Kihlgård, Sohlman y Karin se presentaron allí un cuarto de hora después de que el recepcionista jefe informara de la desaparición de Hugo Malmberg. Tras un rápido saludo, pidieron que los condujeran a la habitación.

La suite estaba en el último piso, el sexto. Para espanto del de recepción, Sohlman se apresuró a precintar la puerta.

– ¿Es necesario realmente? -preguntó preocupado-. Eso indica a las claras que se trata de un sitio en el que se ha cometido un delito y creará inquietud entre los huéspedes.

– Sí, lo es -respondió Sohlman-. Lo siento muchísimo.

Su tono de voz parecía sincero. En el hotel Wisby habían asesinado con anterioridad a su portero de noche; era uno de los tres asesinatos no aclarados en la historia de Gotland. El crimen del portero suscitó mucha curiosidad, y el caso estuvo años en los medios de comunicación. Todavía lo sacaban de vez en cuando en algún programa de televisión de intriga criminal.


Sohlman fue el primero en entrar en la suite e hizo señas a los demás para que aguardaran.Tuvieron que conformarse con mirar desde la puerta.

Miró con atención a su alrededor. Olía a tabaco y a cerrado, la cama estaba deshecha y alguien había tirado una lámpara de mesa, sin pantalla, al suelo. En la sala de estar vio un vaso a medio beber en la mesa, al lado de un cenicero con varias colillas.

Descorrió las pesadas cortinas y descubrió al momento que la ventana había sido forzada. La ropa estaba pulcramente colgada en una silla al lado de la cama y en la entradita había una maleta.

– ¿Cuántas personas han entrado aquí? -le preguntó al recepcionista cuando terminó de echar un vistazo a la suite.

– Sólo yo y Linda, la recepcionista que está hoy de turno. De hecho, fue ella quien reaccionó cuando el cliente no apareció por la recepción. La verdad es que llegó también un taxi, reservado de antemano para recogerlo y llevarlo hasta el aeropuerto, pero como ya he dicho, el cliente no estaba en la habitación.

– ¿Entraron ustedes dos?

– No; bueno, sí -respondió inseguro-. Sí, entramos los dos. Pero no estuvimos ahí dentro más de un minuto -se disculpó como si de pronto hubiera caído en la cuenta de que quizá no había sido una buena idea.

– Está bien, pero a partir de ahora no puede entrar nadie -dijo Sohlman para todos los demás-. La ventana ha sido forzada, hay manchas de sangre en el suelo e indicios de que hubo resistencia. Ahí dentro ha ocurrido algo, eso está claro. A partir de ahora hemos de considerar la suite como el lugar donde se ha producido un crimen. ¿Hay alguna vía de salida al exterior desde aquí?

El recepcionista jefe los condujo a la escalera de incendios, al fondo del pasillo. Daba a la parte trasera del edificio y el jardín. Desde allí no había más que salir directamente a la calle. Incluso, en caso necesario, se podía entrar con el coche.


Sohlman pidió refuerzos y se quedó para asistir al examen pericial. Knutas comenzó a interrogar al personal del hotel, mientras Kihlgård y Karin iban llamando a las puertas de las habitaciones para preguntar a los huéspedes si alguno de ellos había visto u oído algo por la noche.

Tan pronto como estuvo de vuelta en comisaría, Knutas convocó a una reunión a los miembros de la Brigada de Homicidios que se hallaban en aquel momento en las dependencias policiales. A juzgar por la concentración que reinaba en la sala, todos se habían olvidado ya del anterior arrebato de cólera de Karin. Por primera vez desde hacía un tiempo, Knutas percibió el antiguo ambiente habitual en el grupo.

Resumió en pocas palabras lo que sabía acerca de la desaparición de Hugo Malmberg.

– ¿Qué hemos averiguado de su relación con Egon Wallin? -preguntó Kihlgård.

– Tenían cierta colaboración y se veían de forma ocasional, cuando Wallin estaba en Estocolmo, pero, por lo que he entendido, se trataba sobre todo de una relación comercial -explicó el comisario.

– ¿Quieres decir que el hecho de que ambos sean, o fueran, homosexuales no tiene nada que ver? -terció Karin en tono de duda-. Pues claro que tiene que ver. Ahora tenemos varios puntos de contacto entre ellos: galeristas, Estocolmo y homosexualidad. No puede ser una mera casualidad. Tiene que haber algo en esos tres factores que conduzca al asesino.

– ¿Estamos buscando a un joven gay dentro del mundo del arte en el centro de Estocolmo? -preguntó Kihlgård-. En ese caso, vamos estrechando el círculo.

– Tal vez -aceptó Karin-. ¿O quizá deberíamos concentrarnos sólo en lo de la homosexualidad?

– ¿Y eso por qué? -preguntó Wittberg-. Y el robo del cuadro, ¿cómo encaja con eso?

– Sí, tienes razón. El dichoso cuadro. El dandi moribundo -murmuró Karin pensativa-. ¿Quiso decirnos algo el ladrón al elegir ese cuadro, ese precisamente? Quizá no tenga nada que ver con Nils Dardel, sino con el motivo y con el nombre del cuadro. El dandi es un hombre con rasgos andróginos, ¿no? Un tipo esnob y bien vestido, un petimetre elegante que se mueve en ambientes elegantes… Pues encaja bastante bien, tanto con Egon Wallin como con Hugo Malmberg.

– ¡Es verdad! -exclamó Wittberg exaltado-. Ahí tenemos una pista muy clara. El asesino es tan refinado que sustrae uno de los cuadros más famosos de la historia de la pintura sueca, sencillamente porque quiere marcarse un punto. Nos está señalando con el índice, ¡eso hace!

– ¿Puede ser tan sencillo como eso? -preguntó Kihlgård dubitativo-. Otra posibilidad es que necesite dinero por algún motivo.

– De acuerdo, pero ¿cómo va a poder deshacerse de un cuadro como ese? Es casi imposible venderlo en Suecia -rebatió Norrby.

– No, salvo que haya algún coleccionista detrás -reflexionó Knutas en voz alta.

– A mí me parece -intervino Kihlgård- que todo esto tiene que ver con el mundo del arte, que ese es el punto central. Ambos son galeristas, desaparece un cuadro muy conocido y el día en que fue asesinado, Egon Wallin había inaugurado una exposición que al parecer tuvo mucho éxito. Deberíamos buscar dentro del mundo del arte y prescindir del tema homosexual. Sólo nos complicamos la vida y, de esa manera, los árboles nos impiden ver el bosque.

– Coincido contigo -dijo Knutas, satisfecho de poder estar, por una vez, de acuerdo con Kihlgård-. Puede que uno y otro se hayan dedicado al mismo tiempo a negocios turbios. Los dos ganaban mucho dinero y no podemos estar seguros de que los negocios fueran siempre legales.

– Ahí, quizá entren también en escena Mattis Kalvalis y su opaco agente. Ese pintor parece cualquier cosa menos trigo limpio -opinó Karin-. Es drogadicto, se nota a la legua. ¿Cómo suena una banda de ladrones de obras de arte con ramificaciones internacionales, entre ellas en el Báltico? -concluyó en tono conspirativo.

– Lo primero que debemos hacer es averiguar qué le ha pasado a Hugo Malmberg -decidió el comisario-. Suponiendo que nos estemos enfrentando al mismo agresor… ¿Qué ha hecho con Malmberg? ¿Cuál será el próximo paso?

– Por desgracia, lo más probable es que Hugo Malmberg a estas horas ya no esté vivo -comentó Karin-. Precisamente, antes de esta reunión he comprobado si Hugo Malmberg había sufrido alguna amenaza. Y así es; al parecer recibió una amenaza anónima escrita y varias llamadas telefónicas sospechosas. Lo denunció a la policía hace dos semanas.

Knutas iba de asombro en asombro.

– ¿Qué hicieron con el asunto?

– Nada, al menos eso parece. Malmberg le pareció un poco simplón al agente que tramitó la denuncia, por más que de la denuncia se desprende que era amigo de Egon Wallin y que iban a trabajar juntos.

– ¿Cuándo tuvieron lugar esos incidentes?

Karin echó una ojeada a sus papeles.

– El primero, es decir, el del puente de Västerbron, ocurrió el diez de febrero. Aunque en esa ocasión Malmberg creyó que sólo se trataba de alguien que lo seguía, no fue una amenaza concreta. Cuando recibió una amenaza verdadera fue el día veinticinco.

– ¿Qué tipo de amenaza?

– Una hoja de papel sin remitente en la que se leía Pronto.

– ¿Pronto?

Sí, sólo eso.

– ¿Y dices que eso fue hace dos semanas?

– Exactamente.

Todos los presentes se miraron perplejos.

– Esto es una locura -masculló, contrariado, Knutas-. Se cargan a Egon Wallin aquí, en Visby; al mismo tiempo, es objeto de amenazas otro galerista que ha mantenido una larga relación profesional con Wallin… ¡y nadie nos informa de nada! ¿Se puede saber a qué se dedica la policía de Estocolmo? ¡Esto es prevaricación, joder!

Knutas respiraba agitado por la nariz y bebió un par de tragos de agua del vaso que tenía delante en la mesa.

– Bueno, no nos queda más remedio que seguir. Sohlman se encarga de la investigación pericial que se está llevando a cabo en estos momentos en la suite del hotel, que está parcialmente acordonado y se ha llamado y se llama aún a las puertas de las habitaciones para recabar información de los testigos. Esperemos que eso nos proporcione alguna pista. Mientras tanto, ¿qué creéis que estará haciendo el agresor?

– Soy pesimista, me inclino a pensar lo mismo que Karin: Malmberg probablemente ya está muerto -suspiró Kihlgård-. Está por ver qué hará ahora con el cadáver.

Karin formuló una pregunta:

– ¿Tendrá el valor de colgarlo en la Puerta de Dalmansporten, como hizo con Egon Wallin?

– Ah, no, no lo creo -rechazó Knutas-. Hacerlo una vez, bueno, pero atreverse a hacerlo de nuevo… Debe de ser consciente de que le seguimos la pista y de que el personal del hotel descubriría la desaparición de su cliente, ¿no?

– No podemos estar totalmente seguros -protestó Kihlgård-. Quizá no se comporte de una manera racional. Puede que el éxito se le haya subido a la cabeza y actué como un megalómano. Que se sienta invencible. Ha pasado en otras ocasiones.

– Está bien; por si acaso, enviaremos allí una patrulla de vigilancia -dijo Knutas-. Será mejor no correr riesgos innecesarios. En realidad no tenemos ni idea de a quién nos enfrentamos.

– ¿Y Muramaris?

– También pondremos vigilancia allí. Nunca se sabe.

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