Capítulo 83

Pia y Johan se disponían a preparar el reportaje para la emisión dominical de la tarde, porque en aquellos momentos la información más candente estaba en Gotland. Johan le contó lo que había descubierto en Estocolmo tras seguir a Erik Mattson.

– ¿Es verdad?

– Cómo te lo cuento.

– Parece increíble. Pero podría ser el asesino, ¿no crees?

– Sí, ¿por qué no?

– ¿Se lo has contado a la policía?

– No, quiero estar más seguro.

– Entonces, piensas que no debemos utilizar eso en el reportaje, ¿no es eso?

– Aún no, es demasiado pronto. Quiero disponer de tiempo para averiguar más cosas de Erik Mattson.

Cuando volvió a casa por la noche, tenía la cabeza a rebosar de pensamientos contradictorios. Mattson era tasador en Bukowskis y uno de los expertos nacionales de más renombre en pintura sueca del siglo xx. Al mismo tiempo, acudía a oscuros antros de invertidos donde se prostituía. No podía creerlo. Era impensable que lo necesitara económicamente. Mattson era un personaje incomprensible, y, desde luego, él estaba más cada vez convencido de que estaba implicado en el asesinato. Por otra parte, estaba el robo del cuadro, y el tasador, además, era experto en Dardel.

Una llamada al móvil lo sacó de sus pensamientos. Era Emma. Quería que comprara pañales antes de volver a casa.

Para su desilusión, Elin ya estaba dormida cuando llegó a casa. Con qué rapidez se acostumbra uno a las nuevas rutinas, pensó. Antes podía pasar semanas alejado de ella, ahora casi no soportaba no poder darle las buenas noches y besarla en la nuca como solía.

Emma había preparado pasta con salmón, que acompañaron con un vaso de vino. Después de cenar se sentaron en el sofá y apuraron el resto de la botella.

– ¿Qué te ha parecido la pastora? Apenas hemos tenido tiempo de hablar de ello -dijo Emma acariciándole el cabello.

– Ah, bien, bien…

– ¿Sigues pensando que debemos casarnos por la Iglesia?

– Sabes que sí.

Ya tuvieron una discusión cuando decidieron casarse. Emma habría preferido una ceremonia breve, sin tantas formalidades.

– Ya pasé una vez por todo ese circo -dijo con un suspiro-, y he tenido bastante. ¿No puedes entenderlo?

– ¿Y yo? ¿Acaso no cuenta lo que yo quiero?

– Sí, claro. Pero podemos llegar a un acuerdo, ¿no? Acepto que no quieras que viajemos a Nueva York y nos casemos allí en el consulado, aunque eso a mí me parece de lo más romántico. Quieres reunir a familiares y amigos, y lo comprendo. Pero no en la iglesia, no vestida de blanco y, desde luego, no con una tarta que tengamos que cortar juntos.

– Emma, por favor… Quiero bajar del altar contigo vestido de frac y tú con un vestido blanco. Esa es la imagen con la que siempre he soñado.

Parecía tan serio que Emma no pudo por menos de echarse a reír.

– ¿Lo dices en serio? Yo creía que sólo las chicas tenían esas ideas.

– ¿Qué malditos prejuicios son esos?

– No puedo, Johan. No me gustaría repetirlo. Para mí sería una repetición, ¿no lo entiendes?

– No, no lo entiendo, la verdad. Una repetición… ¿Cómo puedes llamarlo así? Te vas a casar conmigo, Emma. No puedes compararme con Olle.

– No, claro que no. Pero todo el trabajo y todos los preparativos… Y eso por no hablar de lo que cuesta. No creo que mis padres se ofrezcan a pagarlo otra vez.

– Me importa un bledo lo que cueste. Quiero que todo el mundo sepa que nos casamos. No tiene por qué ser tan caro. Podemos invitar a vino en cartones de tetra brick y a chili con carne. ¿Qué más da? Podemos preparar la fiesta aquí, en el jardín, en verano.

– ¿Estás loco? ¿La fiesta aquí? ¡Jamás!

– Si sigues así, acabaré por pensar que no quieres casarte conmigo.

– ¡Claro que quiero casarme contigo!

Le cubrió la boca con sus besos, hasta el punto que a Johan se le olvidó de qué estaban discutiendo.

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