Capítulo 42

Erik Mattson recuperó lentamente la consciencia. Oyó a lo lejos el rumor de una ducha junto con otros ruidos desconocidos. El estruendo del tráfico en la calle sonaba diferente. Era más intenso que el que oía desde su ventana en la calle Karlavägen; el aire de la habitación era frío y olía a cerrado y la cama donde estaba acostado era bastante más blanda y estaba más hundida que el exclusivo colchón de Duxkomfort al que estaba acostumbrado. Tenía el cuerpo dolorido, lo mismo que la entrepierna. Le dolía la cabeza.

Abrió los ojos y vio inmediatamente que se encontraba en un hotel. Recordó lo que había sucedido la noche anterior, y antes de que tuviera tiempo de pensar nada apareció un hombre corpulento en la puerta del cuarto de baño. El hombre se secaba la cabeza rapada mientras contemplaba a Erik en la cama. Estaba desnudo, y continuó frotándose despreocupadamente, con el miembro colgante en reposo. Los músculos sobresalían en su cuerpo bien entrenado, tenía la piel inusualmente blanca y no se le apreciaba nada de vello, ni siquiera alrededor del sexo. En un brazo llevaba tatuada una tortuga pequeña. Parecía una ridiculez.

Se habían conocido en uno de los clubes gáis más decadente de la ciudad, al cual solía acudir Erik los viernes. Había bastado con media copa y unas cuantas miradas prolongadas para que el tipo se acercase a él. Se mostró interesado, y sólo tomaron unas copas antes de que le propusiera ir a casa. Cuando Erik le explicó que él cobraba, el otro, al principio cabreado, se largó. Pero no pasó mucho tiempo antes de que volviera de nuevo y le preguntara el precio. Al parecer le pareció bien, porque salieron del club y tomaron un taxi hasta un hotel. Se mostró duro, atrevido, casi violento. Erik sintió miedo en algún momento, pero el hombretón no se pasó de la raya. Aunque anduvo cerca. En el momento en que hizo un alto y fue al cuarto de baño, Erik aprovechó para tragarse dos pastillitas amarillas. Para calmar el dolor y aguantar el resto de la noche. El cliente no daba muestras de estar satisfecho, parecía insaciable.

Erik percibía ahora que había sido más duro que de costumbre. A veces, él también disfrutaba, tanto sexual como mentalmente. Era como si se abandonase, como si disfrutara del aspecto destructivo que había en todo aquello. Su vida era un camino cuesta abajo y no había otra alternativa. Era preferible dejar que ocurrieran las cosas. El dolor podía suponer que se sintiera más satisfecho al día siguiente. La tensión era un factor que no se debía infravalorar. Cuando entraba en un club, sabía que al cabo de unas horas mantendría una relación íntima con otra persona, pero no tenía ni idea con quién iba a ser. Por supuesto, había placer en la doble vida que llevaba, eso sin contar con que lo mantenía en pie económicamente. Al mismo tiempo, resultaba agotador, tanto en el aspecto físico como en el mental. En ocasiones le acometían ataques de ansiedad, de desesperación y sentía un vacío infinito. Mitigaba aquello con las pastillas y el alcohol. Una huida momentánea, claro, pero no veía otra salida. No existía otra vida para él. Era como un pez de colores en una pecera, no podía escapar.

El otro le sonrió y lo devolvió a la realidad. Tiró la toalla con un gesto triunfal y dirigió una mirada a su sexo que hizo comprender a Erik que aún no estaba saciado.

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