Capítulo 64

Por la mañana, cuando Hugo Malmberg fue a recoger el periódico, que cayó sobre la alfombra de la entrada, descubrió una nota que había ido a parar casi bajo el costoso zapatero de roble de Norrgavel. El papel era rojo y destacaba. Tal vez no fuera sino una pequeña hoja de propaganda; sin embargo, notó un creciente malestar al abrirla. Dentro sólo se leía una palabra: Pronto. Entró y se sentó en la cocina. Los perros ladraban a sus pies, como si ellos también sintieran que había algo amenazador en aquel misterioso comunicado.

Instintivamente se ciñó el albornoz alrededor del cuerpo aún más fuerte y volvió a leer la palabra. Estaba escrita con rotulador negro y letras grandes, el mismo tipo de letra que uno utilizaría para escribir una invitación para una fiesta. Pronto. ¿Qué demonios significaba aquello? Sintió sudores fríos sólo de pensarlo: era una prueba evidente de que, en efecto, lo habían seguido, de que no eran figuraciones suyas.

Desde que se encontró con el hombre misterioso en el puente de Västerbron aquel viernes por la noche, tuvo la sensación de que alguien lo espiaba. Poco a poco había empezado a preguntarse si no estaría a punto de perder el juicio.

Ahora no cabía ninguna duda. Alguien iba tras él. De pronto se sintió inseguro en su propia casa y angustiado, echó un vistazo al piso. Aquella persona sabía dónde vivía, había accedido al portal y estado al otro lado de la puerta de su apartamento. Con los dedos temblorosos, marcó el número de teléfono de la policía. Tuvo que esperar largo rato hasta que lo pasaron con un individuo que le explicó que si quería poner una denuncia tenía que ir personalmente a la comisaría de policía. Exasperado, colgó el auricular.

Se dejó caer en una butaca de la sala de estar y trató de ordenar sus pensamientos. El único ruido que se oia era el monótono tictac del antiguo reloj de pared. Tenía que pensar con lucidez, mantener la cabeza fría. ¿Guardaría aquello alguna relación con el asesinato de Egon?

Repasó mentalmente los acontecimientos de los últimos días, con quién había estado y qué había hecho, sin que pudiera recordar nada digno de mención.

Pensó de nuevo en el joven que lo observaba desde el exterior de la galería. Había algo en su mirada.

Cuando se sosegó, se presentó en la comisaría de Kungholmen y denunció los hechos. El inspector de policía que tramitó la denuncia parecía escasamente interesado. Le aconsejó que volviera si era víctima de nuevas amenazas.

Cuando salió de la comisaría no se sentía más seguro.

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