Capítulo 78

Johan y Pia trabajaron como mulas desde que un comunicado policial informó de que el cadáver ultrajado de Hugo Malmberg había aparecido en la tumba de Egon Wallin. El asesinato provocó la histeria de los medios de comunicación y en Estocolmo a todos les urgía que enviaran a toda prisa el material, a ser posible antes incluso de filmarlo. En Visby, ese segundo asesinato estremecedor despertó una fuerte reacción entre los habitantes, y los galeristas de Visby cerraron sus establecimientos y se reunieron para hablar de lo que estaba sucediendo. El oleaje de murmuraciones estaba alto, y se preguntaban si el asesino andaba precisamente detrás de las personas que se dedicaban al comercio de obras de arte. La policía celebró una rueda de prensa caótica en la que llovieron preguntas de los cincuenta periodistas que abarrotaban la sala. La noticia había llegado también al resto de los países nórdicos, y a lo largo del día llegaron a Visby periodistas daneses y noruegos.

Por la tarde, tras editar el último trabajo, Johan se quedó sentado en la redacción. Estaba demasiado estresado para volver a casa. Tenía que ordenar sus pensamientos. Pia se marchó apenas envió el trabajo porque se iba al cine. ¿Al cine ahora?, pensó Johan. ¿Quién podía concentrarse en una película después de todo lo ocurrido aquel día?

Tomó lápiz y papel e intentó hacer un esquema de los hechos desde el comienzo.

La muerte de Egon Wallin. Los cuadros robados que se encontraron en el cuarto trastero de su chalé adosado.

El robo de El dandi moribundo en Waldemarsudde.

La escultura robada primero en la galería de Wallin para aparecer luego en Waldemarsudde al tiempo que robaban el cuadro. El original estaba en Muramaris. Allí se había alojado el asesino, al menos cuando cometió el primer crimen.

Después asesinaron a Hugo Malmberg, cuyo cuerpo apareció sobre la tumba de Egon Wallin.

Anotó los puntos de conexión que había entre las víctimas.

Ambos eran galeristas.

Por lo que él sabía, uno y otro eran homosexuales, Hugo abiertamente, Egon a escondidas.

Planeaban convertirse en socios de la misma galería en Estocolmo. Socios, pensó. ¿Serían también pareja sexual? Lo juzgó muy probable. Añadió «pareja sexual» bajo el epígrafe de puntos de conexión.

Permaneció sentado mirando durante largo rato sus anotaciones. En su opinión, había dos grandes interrogantes. Los escribió:

1. ¿Por qué robaron El dandi moribundo?

2. ¿Habría alguna víctima más?

Nada permitía asegurar que el asesino no iba a seguir. Quizá hubiera más personas a las que pensaba matar. Escribió la palabra dandi. ¿Qué es un dandi?

Buscó el término en la red y enseguida obtuvo respuesta:

Hombre que destaca por su elegancia, refinamiento y buen tono. Se lo relaciona con la distinción, la apatía, el sarcasmo y la ironía. Andrógino o ambivalente desde el punto de vista sexual.

¿Se veía el asesino a sí mismo como un dandi o los dandis eran sus víctimas?

Meditó acerca de las personas que aparecían en la investigación. Pia tenía la lista de los invitados a la exposición de Egon Wallin. La lita se la facilitó Eva Blom, que trabajaba en la galería, y Johan no se había molestado en preguntarle cómo lo había conseguido. Tampoco sabía si quería saberlo.

¿Y si empezara por ahí?, se dijo. No pasó mucho tiempo antes de que le llamara la atención un nombre: Erik Mattson. Claro, era el experto en Dardel que había salido varias veces en televisión para hablar sobre el robo en Waldemarsudde. ¡Qué coincidencia! Trabajaba en la casa de subastas Bukowskis en Estocolmo. Johan decidió llamarlo. Abrió la página de la casa de subastas en Internet y encontró el nombre y la foto. Se quedó boquiabierto al ver la foto. Hablando de dandis… Erik Mattson vestía un traje de raya diplomática y camisa azul clara, con la corbata por dentro de un elegante chaleco. Con el pelo negro peinado hacia atrás, tenía unos rasgos limpios y una aristocrática nariz aguileña. Ojos oscuros y labios finos. Sonreía al fotógrafo, con actitud un tanto arrogante e irónica. El clásico dandi, pensó Johan. Consultó el reloj. Era demasiado tarde para llamar, Bukowskis estaría ya cerrado. Debería esperar hasta el día siguiente. Suspiró y fue en busca de un café mientras los pensamientos le seguían dando vueltas en la cabeza.

¿Quién era en realidad Erik Mattson? ¿Tenía algún vínculo con Gotland?

No supo de dónde surgía aquella idea, pero se afianzó en su cabeza al momento. Consultó de nuevo el reloj. Las nueve menos cuarto. No era aún demasiado tarde para llamar. Anita Thorén respondió enseguida.

– Hola, soy Johan Berg de Noticias Regionales. Disculpa que te llame tan tarde pero tengo un asunto importante que no puede esperar.

– ¿De qué se trata? -preguntó ella amablemente.

– Sí, estoy investigando una cosa. Vosotros alquiláis casitas de verano a los turistas, ¿no? ¿Cuánto tiempo lleváis haciendo eso?

– Pues desde que nos hicimos cargo de las instalaciones en los años ochenta. Hace algo más de veinte años.

– ¿Conservas algún registro de los inquilinos?

– Por supuesto; siempre he llevado un registro.

– ¿Lo tienes a mano?

– Sí, tengo la oficina aquí en casa.

– ¿Tienes un momento? ¿Puedes buscarlo?

– Sí, claro. El libro está por aquí, en algún sitio. Un momento.

«El libro, -pensó Johan-. ¿En qué siglo vivía aquella mujer? ¿No había oído hablar de los ordenadores?»

A los pocos minutos volvió a oír su voz:

– Sí, aquí lo tengo. Registro a todas las personas que alquilan: nombre, dirección, teléfono, cuándo y cómo han pagado y cuánto tiempo han estado.

– ¿No tienes esos datos informatizados?

– No -dijo entre risas-. Me da un poco de vergüenza decirlo, pero siempre lo he hecho así. Llevamos alquilando más de veinte años y supongo que es una forma de nostalgia poder seguir haciendo algo a la vieja usanza. No sé si entiendes lo que quiero decir…

Lo entendía perfectamente. Su madre empezaba ahora a enviarle sms, pese a que él llevaba años intentando enseñarle.

– ¿Podrías hacerme un favor?

– Sí, bueno, no sé -respondió Anita vacilante.

– ¿Puedes comprobar si Erik Mattson ha alquilado alguna vez una casa?

– Sí, claro. Pero tardaré un rato. Como te digo, son más de veinte años los que hay que repasar.

– Tómate el tiempo que necesites.


Una hora más tarde, Anita Thorén le devolvió la llamada.

– Qué coincidencia. Nada más dejar de hablar contigo me ha llamado Karin Jacobsson de la policía, y se interesaba por lo mismo precisamente.

– ¿Ah, sí?

– Bueno, lo que te quería decir es que he encontrado aquí a Erik Mattson. Incluso varias veces. A Johan se le secó la boca.

– ¿Sí?

– Alquiló por primera vez en junio de 1990, es decir, hace ya quince años. La casa de Rolf de Maré. Por dos semanas, desde el 13 de junio hasta el 26. Vino con su mujer Lydia Mattson y sus tres hijos. También tengo apuntado el nombre de los hijos: David, Karl y Emilie Mattson.

– ¿Y después?

– La segunda ocasión fue dos años más tarde, en agosto de 1992, pero entonces no trajo a la familia.

– ¿Estuvo solo?

– No, alquiló junto con un hombre.

– ¿Tienes el nombre de ese hombre?

– Por supuesto. Se llamaba Jakob Nordström.

– ¿Y la última vez?

– Fue del 20 al 25 de julio del año siguiente. Fue, también con Jakob Nordström. Y en las tres ocasiones alquiló la misma casa, la de Rolf de Maré.

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