Capítulo 24

La inspectora Karin Jacobsson era la persona en quien Knutas confiaba más en el trabajo. Habían colaborado juntos quince años. Era una agente de policía perspicaz y competente, pero, sobre todo, fue su personalidad lo que le llevó a quedarse prendado de ella desde el principio. Era encantadora, vivaz y enérgica, y siempre tenía sus propias opiniones acerca de todo; desde luego, él nunca había conocido a una persona más directa. Al menos, en lo referente al trabajo. Era una mujer guapa, bajita y morena, con unos ojos castaños de cervatillo. Jugaba al futbol en su tiempo libre, y eso se notaba en su cuerpo atlético. Su rasgo más original era el hueco que tenía entre los incisivos, que se le veía con claridad cuando se reía. Iba casi siempre con unos vaqueros y un jersey, y cuando en verano aparecía en el trabajo alguna vez con falda, más de uno alzaba las cejas. Con treinta y nueve años -aunque parecía más joven-, aún no tenía pareja, al menos, que Knutas supiera. Si salía con alguien, se lo guardaba para ella, una hazaña casi imposible en una ciudad tan pequeña como Visby.

Los padres de Karin vivían en Tingstäde y ella los visitaba de vez en cuando. Había algo misterioso alrededor de Karin que el inspector no acababa de entender.

En aquel momento se encontraban los dos sentados, cada uno ante su taza de café, en el despacho del comisario deliberando sobre cuál podría ser el móvil del asesinato de Egon Wallin.

– La verdad es que de entrada parece misterioso el hecho de que el pintor y su agente viajaran a Estocolmo precisamente la mañana siguiente al día del crimen, pero igual tiene una explicación plausible -comentó Karin-. Puede que lo tuvieran previsto desde hace tiempo.

– Sí, espero que consigamos localizarlos a lo largo del día para poder esclarecer ese punto. Pero, sin duda, es una coincidencia muy sospechosa que viajaran precisamente en el mismo vuelo que el máximo competidor de Egon Wallin, quien, además, ya había tratado antes de echarle el guante a Mattis Kalvalis.

– Cierto, pero ¿cuántos vuelos a Estocolmo hay los domingos? -prosiguió Karin-. Quizá no tenga nada que ver con el tema. A mí me parece que lo primero que debemos preguntarnos es por qué salió Egon Wallin de casa a media noche. ¿Qué persona normal llega a casa a las once con su mujer después de una fiesta y luego, de repente, decide salir a dar un paseo? Además, el sábado por la noche hacía un frío de mil demonios. La única razón que puedo imaginar es que fuera a encontrarse con alguien. Una cita amorosa, sencillamente.

– Yo también lo he pensado. Pero ¿quién es esa amante y dónde está? ¿Y por qué no se ha puesto en contacto con la policía? Egon Wallin no fue en coche ni pidió un taxi, eso ya lo hemos comprobado. Por lo tanto, tuvo que salir andando desde su casa y luego, o se encontró con su agresor en la calle o bien fue asesinado en casa de su amante.

– También cabe que haya más personas involucradas -le interrumpió Karin-. Puede que la amante tuviera un marido que había descubierto lo que sucedía y asesinara a Wallin allí aquella noche.

– Eso si no fue la propia amante quien lo matara -replicó Knutas-. Aunque me cuesta creer que una mujer fuera capaz de elevar el cuerpo de esa manera. A no ser que la ayudaran a hacerlo, claro está.

Interrumpió su conjetura un estornudo tremendo. Se limpió cuidadosamente y continuó:

– Sí. ¡Por Dios!, podemos seguir especulando todo el tiempo del mundo, pero eso no nos conduce a ninguna parte.

Karin sorbió el café que le quedaba en la taza y se levantó de la süla.

– Por cierto, ¿te pasa algo? -le preguntó Knutas-. ¿Estás bien?

La miró fijamente. Ya había observado desde hacía varios días que estaba preocupada por algo. Al ver su cara de perplejidad, pensó que era realmente guapa.Al principio, cuando la inspectora llegó a la comisaría de Visby, Knutas creyó por un tiempo que iba camino de enamorarse de ella, pero entonces conoció a Line y olvidó su incipiente interés por su compañera.

No sólo Knutas tenía problemas para sonsacarle lo que pensaba y sentía. Karin tenía una integridad tan fuerte como una coraza, lo cual hacía que la gente no se atreviera a preguntarle por su vida privada así como así. Salvo que fuera sobre fútbol.

Lo curioso era que a Knutas le resultaba muy fácil hablar con ella, aunque era parca al referirse a sus cosas. Solía recurrir a Karin cuando tenía algún problema con Line o con sus hijos. Ella entonces se mostraba abierta y comprensiva. En cambio, cuando era él quien le preguntaba sobre cosas parecidas, Karin siempre se escabullía. Con todo, el comisario sentía un gran aprecio por ella, y a veces temía que pidiera el traslado a otros puestos más atractivos. Pese a que Karin ya llevaba dieciséis años trabajando en la comisaría de Visby, Knutas no se sentiría seguro mientras ella no estabilizase su vida privada. En cualquier momento podía conocer a un peninsular y largarse. O recibir alguna oferta de trabajo que no pudiera resistirse a aceptar.

En ocasiones se sentía como si fuera su padre, aunque sólo se llevaban trece años. Knutas dependía cada vez más de Karin en la Brigada de Homicidios y no quería perderla por nada del mundo.

Ella tardó un rato en contestar a su pregunta.

– No, nada; estoy bien.

– ¿Seguro?

La mirada de Karin era inescrutable.

– Claro, estoy bien, ya te digo.

Aunque comprendió que había algo que la atormentaba, se dijo que era mejor no seguir preguntando.

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