Capítulo 28

Más tarde, cuando Knutas informó en la reunión al resto de los miembros de la Brigada de Homicidios de la llegada de Martin Kihlgård, la noticia fue recibida con aplausos.

El animado y robusto comisario de la Policía Nacional no sólo era un buen policía, sino también un tipo chistoso que había aliviado la situación en muchas reuniones matinales desalentadoras, cuando el curso de la investigación parecía encallado. Karin Jacobsson era una de las que más cariño le tenía, y en ese momento su cara resplandecía. Knutas hacía mucho que no veía a Karin tan contenta. A veces casi se preguntaba si no estarían enamorados. Al mismo tiempo, la idea de imaginárselos como pareja le parecía ridicula. Karin seguro que pesaba la mitad que Kihlgård, y sólo le llegaba a la altura del pecho. Además, había entre ellos una diferencia de quince años; no es que el hecho en sí fuera un impedimento, pero Kihlgård parecía mucho mayor, como si perteneciera a otra generación muy distinta. El comisario pensaba que se parecía mucho a Thor Modéen, el actor de las películas cómicas de los alegres años cuarenta. En ocasiones eran igual de estrafalarios. Ahora bien, no había que dejarse engañar por la apariencia cordial de Kihlgård. Era un policía sagaz, duro, minucioso y muy osado.


Cuando se aplacó el entusiasmo por la buena noticia, prosiguió la reunión con un resumen de lo que habían averiguado a lo largo del día. Thomas Wittberg, tras llamar de puerta a puerta en Snäckgärdsvägen, donde vivía la familia Wallin, tenía algunas cosas interesantes que contar.

– En primer lugar, hemos sabido que Monika Wallin tenía un amante -comenzó Wittberg.

– ¡No me digas! -exclamó Knutas sorprendido.

No fue esa la impresión que él sacó tras interrogar aquel mismo día a la esposa de Egon Wallin.

Todos los reunidos escuchaban atentamente.

– Está liada con un vecino, Rolf Sanden, que vive en la misma hilera de chalés. Enviudó hace algunos años y los hijos ya no viven en casa. Fue obrero de la construcción, y ahora cobra la prejubilación. Al parecer llevan ya varios años con ese tejemaneje, según los vecinos. A grandes rasgos, todos han dicho lo mismo, excepto una señora de edad que parecía ciega y sorda, así que no es de extrañar que no haya notado nada. Si Egon Wallin ignoraba todo lo relativo a esa relación, era el único del barrio que no lo sabía.

– Lo de siempre: el cornudo, en la higuera -murmuró Karin.

Knutas la miró sorprendido. Nunca hubiera imaginado que pudiera decir algo así.

– ¿Has conseguido hablar con ese Rolf Sandén, el vecino? -le preguntó a Wittberg.

– Sí, cuando llamé acababa de regresar de la Península, pero pensaba irse de viaje otra vez. Lo he citado mañana por la mañana para interrogarlo. De todos modos, se ha mostrado hablador y ha reconocido de buen grado su aventura con Monika Wallin. Dadas las circunstancias, creo que se ha comportado de un modo extraño, casi parecía que se alegraba. Estar alegre cuando tu vecino y marido de tu amante ha sido brutalmente asesinado parece absurdo. Al menos, debería haber tratado de mostrarse un poco compasivo.

– Verá ahora su ocasión -terció Karin-. Libre al fin para mantener su relación abiertamente después de andar tanto tiempo a escondidas. Tal vez esté muy enamorado de Monika Wallin y sólo estaba esperando llevarla al altar.

– Quizá fue quien lo hizo -dejó caer Norrby.

– ¡Bah!, vete tú a saber -intervino Wittberg-, si no fue la mujer.

– O los dos -remató Sohlman con voz cavernosa, colocando las manos como un vampiro dispuesto a atacar.

Knutas se levantó bruscamente. A veces, las especulaciones sin sentido en torno de la mesa le sacaban de quicio.

– La reunión ha terminado -decidió, y abandonó la sala.

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