Capítulo 13

Cuando llegó, Pia estaba esperándolo con el coche de la Televisión Sueca. Llevaba el pelo alborotado, según su costumbre, y los ojos, como siempre muy maquillados. En la nariz le brillaba una perla de color lila. Sonrió y le dio un abrazo.

– Hola; me alegro de verte. Parece que empiezan a pasar cosas.

Sus ojos castaños chispeaban.

– La policía ha difundido hace un momento un comunicado de prensa. Sospechan que se trata de un crimen.

Con gesto de triunfo, le pasó la nota a Johan.

Esto era lo que de verdad le gustaba a Pia. Emoción. Movimientos rápidos.

Leyó el escueto comunicado. Habían convocado una rueda de prensa a las cuatro de la tarde. Sacó un bloc de notas y un bolígrafo y le pidió a Pia que subiera el volumen de la radio para poder seguir la emisión local.

– ¿Han dicho algo acerca de cómo lo asesinaron?

– ¡Santo cielo!, claro que no.

Pia puso los ojos en blanco y condujo el coche a través de la Puerta Norte, donde hizo un giro brusco para subir por la cuesta de Rackarbacken.

– Pero sé la identidad de la víctima -añadió satisfecha.

– ¿Ah, sí? ¿Quién es?

– Se llama Egon Wallin, y es muy conocido aquí, en la ciudad. Dirige, bueno, dirigía -se corrigió al instante- la galería más grande que hay en Visby ya sabes, la que está en Stora Torget.

– ¿Cuántos años tenía?

– Andaría por los cincuenta, creo yo; casado y con dos hijos. Nació en Gotland, en Sundre, y se casó también con una isleña. Parecía una persona de lo más tranquila y honesta, por lo que parece improbable que se trate de un ajuste de cuentas entre criminales.

– ¿Podría tratarse de un robo?

– Tal vez; pero si el ladrón sólo quería su dinero, ¿por qué iba a matarlo y tomarse luego la molestia de colgar el cadáver en la Puerta? ¿No resulta demasiado rebuscado?

Dio un frenazo y detuvo el coche en el aparcamiento que había por encima de la catedral. Sin duda, el aparcamiento sueco con las vistas más bellas, pensó Johan mientras contemplaba la ciudad que se extendía a sus pies, con la imponente catedral, las casas apiñadas y las ruinas medievales. A lo lejos, como telón de fondo, se divisaba el mar, que aquel día sólo se podía intuir tras una niebla gris.

Se dirigieron a toda prisa a Dalmansporten.

En la calle reinaba una actividad frenética. Había agentes apostados vigilando para que nadie se saltara el cordón policial, los coches de la policía ocupaban el pequeño aparcamiento que había junto a la puerta y patrullas con perros recorrían la zona. Johan se abrió paso hasta llegar lo más cerca posible. Más allá, junto a la puerta, vio a Knutas hablando con un hombre de más edad, al cual reconoció: era el médico forense.

Consiguió que su mirada se cruzara con la de Knutas y éste hizo un gesto al forense para que lo disculpara un momento. Johan se encontraba con el comisario en una posición favorable tras los asesinatos rituales del verano anterior, ya que había ayudado a la policía a resolver el caso.

Cuando se saludaron, Knutas le estrechó la mano con más fuerza y de forma más prolongada de lo habitual. No se habían visto desde que Johan empezó a trabajar de nuevo.

– ¿Qué tal estás?

– Bien, gracias, ya estoy bien. Tengo una cicatriz cojonuda que me cruza el estómago de lado a lado. Espero que me haga más interesante este verano en la playa. ¿Qué me dices de esto?

Johan señaló con la cabeza hacia la Puerta.

– No puedo decir gran cosa, aparte de que estamos bastante seguros de que se trata de un asesinato.

– ¿Cómo lo han asesinado?

– Ya sabes que ahora no puedo entrar en ese tipo de detalles.

– ¿Cómo podéis estar seguros de que no se ha suicidado? -continuó Johan con la esperanza de hacer que el comisario dijera algo no premeditado.

Pero no tuvo suerte. Knutas, sin más, le lanzó una mirada de aviso.

– Está bien, está bien -concedió Johan-. ¿Puedes confirmarme si la víctima es el galerista Egon Wallin?

Knutas suspiró resignado.

– Oficialmente no. Aún no hemos informado a todos sus familiares.

– ¿Y de manera extraoficial?

– Sí, es cierto que se trata de Egon Wallin. Pero yo no te he dicho nada.

Johan sonrió mientras solicitaba:

– ¿Puedes concederme una entrevista breve, aquí y ahora? Me refiero a una oficial.

– Tendrá que ser rápido.

Knutas no dijo mucho más de lo que Johan ya sabía. Sin embargo, tenía un enorme valor conseguir una entrevista en el lugar del crimen con el jefe de policía responsable de la investigación. Además, al fondo se veía a los técnicos policiales en plena actividad. Esa era la fuerza de la televisión, mostrar la realidad a los espectadores.

Entrevistaron a unas cuantas personas que merodeaban por allí cerca y, cuando terminaron, Johan consultó el reloj.

– Nos da tiempo a pasar también por la galería. Como es domingo estará cerrada, pero, de todas formas, podremos tomar alguna fotografía del exterior. Igual puedo hacer un reportaje in situ.

– Sí, claro.

Pia plegó el trípode.


Cuando aparcaron el coche de la Televisión Sueca en Stora Torget vieron flores y velas encendidas en la acera delante de la galería.

En la puerta colgaba el cartel de cerrado. Las luces estaban apagadas y la oscuridad reinaba dentro. Johan sólo pudo distinguir los contornos de los enormes cuadros que colgaban de las paredes. De pronto, se sobresaltó. Por el rabillo del ojo vio la espalda de alguien que subía las escaleras en el interior de la galería. Intentó mirar a través del cristal para ver mejor. Incluso llamó a la puerta varias veces.

Aunque aguardó un buen rato, nadie salió a abrir.

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