Capítulo 53

Hugo Malmberg se despertó temprano el lunes por la mañana. Se levantó, fue al cuarto de baño, se refrescó la cara y la parte superior del cuerpo y después se volvió a la cama. Sus dos Cocker Spaniel americanos, Elvis y Marilyn, dormían en su cesta y parecía que no habían notado que él estaba despierto. Contempló distraído el bien trabajado estucado del techo. No tenía prisa, no debía estar en la galería hasta poco antes de las diez. Se llevaba los perros al trabajo, así que los animales estaban acostumbrados a darse su paseo matinal de camino hasta allí. Deslizó la mirada por el brocado del dosel de la cama, por el oscuro papel pintado de color rojo y dorado, por el suntuoso espejo de la pared de enfrente. Distraído, alargó el brazo y asió el mando a distancia del televisor para ver el informativo matinal. Habían perpetrado un robo espectacular en Waldemarsudde por la noche. El famoso cuadro El dandi moribundo había desaparecido, incomprensible. Un reportero informaba en directo desde el museo. Vio el cordón de seguridad y la policía al fondo.

Fue a la cocina y se preparó un huevo a la benedictina y café bien cargado mientras seguía la noticia por la radio y la tele. Un robo increíblemente osado. La policía sospechaba que el ladrón había huido patinando sobre el hielo.

Salió tarde. El aire le pareció vivificante cuando abrió la puerta del portal y salió a la calle. La calle John Ericssongatan unía la Hantverkargatan con el paseo Norr Mälarstrand que discurría al lado del agua desde el extremo del parque Rålambshovsparken hasta el ayuntamiento. Su piso estaba situado en la esquina y tenía vistas tanto al agua como a la hermosa calle arbolada, con anchas aceras y césped delante de las casas.

La capa de hielo era gruesa, pero prefirió el camino de los muelles donde los viejos buques de carga permanecían fondeados en hilera, incluso en pleno invierno. Cuando miró hacia el puente de Västerbron recordó al hombre con quien se había encontrado en el puente el viernes por la noche. Qué experiencia tan extraña.

Dejó a su espalda el puente y aceleró el ritmo de marcha; pasó por delante del soberbio edificio del ayuntamiento de estilo modernista construido a principios del siglo xx, en su opinión, el período más interesante de la historia del arte sueco. Los perros jugaban entusiasmados en la nieve. Pensando en ellos, cruzó sobre el hielo hasta Gamla Stan, el casco antiguo de la ciudad, ya que les gustaba corretear por las amplias superficies que el hielo ofrecía.

Le pareció ver al hombre de Västerbron varías veces a lo largo del día. En una de ellas, un chico joven se detuvo delante de la galería. Llevaba una cazadora acolchada y una gorra del mismo tipo. Un momento después, había desaparecido. ¿Sería el mismo hombre que lo siguiera el viernes por la noche? Desechó la idea. Seguro que eran imaginaciones suyas. Quizá lo que ocurría era que, en el fondo, deseaba encontrarse de nuevo con aquel tipo guapo de mirada profunda. Cabía la posibilidad de que el joven realmente hubiera estado interesado, y luego se arrepintiese.

Poco antes del almuerzo sonó el teléfono. En ese momento la galería estaba vacía y cuando levantó el auricular no respondió nadie.

– ¿Sí? -repitió, pero no obtuvo respuesta.

– ¿Quién es? -insistió otra vez, al tiempo que miraba hacia la calle.

Silencio.

Tan sólo oyó la respiración de alguien.

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