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Desde la terraza del café miro trémulamente hacia la vida. Poco veo de ella -el bullicio- en esta concentración suya en esta plazuela nítida y mía. Un marasmo como un comienzo de borrachera me elucida el alma de cosas. Transcurre fuera de mí en los pasos de los que pasan […] la vida evidente y unánime.

En este momento, los sentidos se me han paralizado y todo me parece otra cosa: mis sensaciones un error confuso y lúcido, abro las alas pero no me muevo, como un /cóndor/ ficticio.

Hombre de ideales que soy, ¿quién sabe si mi mayor aspiración no es realmente no pasar de ocupar este lugar a esta mesa de este café?

Todo es vano, como remover cenizas, vago como el momento en que todavía no es alborada.

¡Y la luz brota tan serenamente y perfectamente en las cosas, las dora tan de realidad sonriente y triste! Todo el misterio del mundo baja hasta delante de mis ojos a esculpirse en trivialidad y calle!

¡Ah, de qué manera las cosas cotidianas rozan misterios para nosotros! ¡De qué manera en la superficie, que la luz toca, de esta vida compleja de tan humana [140], la Hora, sonrisa incierta, sube a los labios del Misterio! ¡Qué moderno suena todo esto! ¡Y, en el fondo, es tan antiguo, tan oculto, tan teniendo otro sentido que el que luce en todo esto!

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