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Me duelen la cabeza y el universo. Los dolores físicos, más claramente dolores que los morales, desarrollan, mediante un reflejo del espíritu, tragedias no contenidas en ellos. Provocan una impaciencia de todo que, como es de todo, no excluye a ninguna de las estrellas.

No comulgo, no he comulgado nunca, no podré, supongo, comulgar nunca con ese concepto bastardo según el cual somos, en cuanto almas, consecuencia de una cosa natural llamada cerebro, que existe, por nacimiento, dentro de otra cosa material llamada cráneo. No puedo ser materialista, que es lo que, creo, se llama ese concepto, porque no puedo establecer una relación clara -una relación visible [347], diré- entre una masa visible de materia cenicienta, o de otro color cualquiera, y esta cosa yo que por detrás de mi mirada ve los cielos y los piensa, e imagina cielos que no existen. Pero, aunque nunca pueda caer en el abismo de suponer que una cosa pueda ser otra sólo porque ambas están en el mismo lugar, como una gran pared y mi sombra en ella, o que depender el alma del cerebro sea más que depender yo, para mí trayecto, del vehículo en el que voy, creo, sin embargo, que hay entre lo que en nosotros es sólo espíritu y lo que en nosotros es espíritu del cuerpo una relación de convivencia en la que pueden surgir discusiones. Y la que surge vulgarmente es la de que la persona más ordinaria moleste a la que lo es menos.

Me duele la cabeza hoy, y es quizás desde el estómago desde donde me duele. Pero el dolor, una vez sugerido a la cabeza desde el estómago, va a interrumpir las meditaciones que tengo por detrás del cerebro. Quien me tapa los ojos no me ciega pero me impide ver. Y así ahora, porque me duele la cabeza, juzgo sin valía ni nobleza el espectáculo, en este momento monótono y absurdo, de lo que hay fuera y apenas quiero ver como mundo. Me duele la cabeza y esto quiere decir que tengo conciencia de una ofensa que la materia me hace, y que, porque, como todas las ofensas, me indigna, me predispone a estar a mal con todo el mundo, incluidos los que están cerca pero no me han ofendido.

Mi deseo es morir, por lo menos temporalmente, pero esto, como ya he dicho, sólo porque me duele la cabeza. Y en este momento, de repente, recuerdo con cuánta mayor nobleza diría esto uno de los grandes prosistas. Desarrollaría, período por período, la amargura anónima del mundo; ante sus ojos imaginadores de parágrafos surgirían, diferentes, los dramas humanos que hay en la tierra, y a través del latir de las sienes febriles se elevaría en el papel toda una metafísica de la desgracia. Yo, sin embargo, no tengo nobleza estilística. Me duele la cabeza porque me duele la cabeza. Me duele el universo porque la cabeza me duele. Pero el universo que realmente me duele no es el verdadero, el que existe porque no sabe que existo, sino ése, mío de mí, que, si me paso las manos por los cabellos me hace parecer sentir que sufren todos ellos para hacerme sufrir.


5-2-1932.

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