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Se extiende ante mis ojos añorantes /la ciudad incierta y silente./

Las casas se distinguen en un conglomerado retenido, y la claridad lunar, con manchas de incertidumbre, estanca de madreperla las sacudidas muertas de la confusión [174]. Hay tejado y sombras, ventanas y edad media. No hay de qué haber alrededores. Pernocta en lo que se ve un vislumbre de lejanía. Por encima de donde /veo/ hay ramas negras de árboles, y yo tengo el sueño de la ciudad entera en mi corazón disuadido. ¡Lisboa al claro de luna y mi cansancio de mañana!

¡Qué noche! Pluguiera a quien produjo los pormenores del mundo que no hubiese para mí mejor estudio o melodía que el momento lunar destacado en que me desconozco conocido.

Duermo y, ni brisa, ni gente, interrumpe lo que no pienso. Tengo sueño del mismo modo que tengo vida. Sólo que siento en los párpados como si existiese lo que me los hace pesar. Oigo mi respiración.

/Me cuesta un plomo de los sentidos moverme con los pies por donde vivo. La caricia del apagamiento, la flor gratuita de lo inútil, mi nombre nunca pronunciado, mi desasosiego entre las orillas, el privilegio de deberes cedidos, y, en la última curva del parque familiar, el otro sueño [175] como una rosaleda./

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