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Nadie comprende a otro. Somos, como dijo el poeta, islas en el mar de la vida; corre [sic] entre nosotros el mar que nos define y separa. Por más que un alma se esfuerce por saber lo que es otra alma, no sabrá sino lo que le diga una palabra -sombra disforme en el suelo de su entendimiento.

Amo a las expresiones porque no sé nada de lo que expresan. Soy como el maestro de Santa Marta [348], me contento con lo que me dan. Veo, y ya es mucho. ¿Quién es capaz de entender?

Tal vez sea debido a este escepticismo de lo inteligible por lo que encaro de igual modo un árbol y una cara, un cartel y una sonrisa. (Todo es natural, todo artificial, todo igual.) Todo lo que veo es para mí lo único visible, sea el cielo alto azul de verde blanco de la mañana que ha de venir, sea la mueca /falsa/ en que se contrae el rostro de quien está sufriendo ante testigos la muerte de quien ama.

Muñecos, ilustraciones, páginas que existen y se vuelven. Mi corazón no está en ellos ni casi mi atención que los recorre desde fuera, como una mosca por un papel.

¿Sé yo siquiera si siento, si pienso, si existo? Nada: sólo un esquema objetivo de colores, de formas, de expresiones del que soy el espejo oscilante por vender inútil.


14-6-1932.

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