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Todos los movimientos de la sensibilidad, por agradables que sean, son siempre interrupciones de un estado, que no sé en qué consiste, que es la vida íntima de esa misma [345] sensibilidad. No son las grandes preocupaciones las que nos distraen de nosotros, sino que hasta los pequeños enfados [346] perturban una quietud a la que todos, sin saberlo, aspiramos.

Vivimos casi siempre fuera de nosotros, y la misma vida es una perpetua dispersión. Pero es hacia nosotros hacia donde tendemos, como hacia un centro en torno al cual hacemos, como los planetas, elipses absurdas y distantes.

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