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He descubierto que pienso siempre, y atiendo siempre, a dos cosas al mismo tiempo. Todos, supongo, serán un poco así. Hay ciertas impresiones tan vagas que sólo después, porque nos acordamos de ellas, sabemos que las hemos tenido; de esas impresiones, creo, se formará una parte -la parte interior, quizás- de la doble atención de todos los hombres. /Me sucede que tienen igual relieve las dos realidades a que atiendo. En esto consiste mi originalidad. En esto, tal vez, consiste mi tragedia, y su comedia./

Escribo atentamente, inclinado sobre el libro en que hago con los asentamientos la historia inútil de una firma oscura; y, al mismo tiempo, mi pensamiento sigue, con igual atención, la ruta de un navío inexistente por paisajes de un Oriente que no existe. Las dos cosas son igualmente nítidas, igualmente visibles para mí: la hoja en que escribo con cuidado, en las líneas pautadas, los versos de la epopeya comercial de Vasques y Cía., y el convés donde veo con cuidado, un poco al lado de la pauta alquitranada de los intersticios de las tablas, las tumbonas alineadas, y las piernas salidas de los que descansan del viaje.

(Si yo fuera atropellado por la bicicleta de un niño, esa bicicleta infantil se volvería parte de mi historia.)

Interviene el saliente de la sala de fumar; por eso, sólo se ven las piernas.

Adelanto la pluma hacia el tintero y de la puerta de la sala de fumar -[…] incluso al pie de donde siento que estoy- sale la figura de un desconocido. Me da la espalda y avanza hacia los otros. Su manera de andar es lenta y el trasero no dice mucho […] Empiezo otro asiento. Trato de ver por qué me había equivocado. Es en el debe y no en el haber la cuenta de Marques (Le veo gordo, amable, chistoso y, en un momento, el barco desaparece [149]).

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