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A veces, sin que lo espere o deba esperarlo, la sofocación de lo vulgar se me agarra a la garganta y siento la náusea física de la voz y del gesto de lo llamado semejante. La náusea física directa, sentida directamente en el estómago y en la cabeza, maravilla estúpida de la sensibilidad despierta… Cada individuo que me habla, cada cara cuyos ojos me miran, me afectan como un insulto o como una porquería. Reboso horror de todo. Me atonto de sentir sentirlos,

Y sucede, casi siempre, en esos momentos de desolación estomacal, que hay un hombre, una mujer, hasta un niño, que se hiergue ante mí como un representante real de la trivialidad que me acongoja. No representante debido a una emoción mía, subjetiva y pensada, sino debido a una verdad objetiva, realmente conforme por fuera con lo que siento por dentro que surge por magia simpática y me trae el ejemplo para la regla que pienso.

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