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Tener un puro caro y los ojos cerrados es ser rico.

Como quien visita un lugar donde ha pasado la juventud, consigo, con un cigarro barato, regresar entero al lugar de mi vida en que mi costumbre era fumarlos. Y a través del sabor leve del humo todo lo pasado /me revive/.

Otras veces será cierto dulce. Un simple bombón de chocolate me destroza a veces los nervios con el exceso de recuerdos que los estremece. ¡La infancia! Y entre mis dientes que se clavan en la masa oscura y blanda, parto y /saboreo/ mis humildes felicidades de compañero alegre del soldado de plomo, del caballero congruente con la caña casual que era mi caballo. Me suben las lágrimas a los ojos y se mezcla con el sabor a chocolate mi sabor a mi felicidad pasada, mi infancia ida, y pertenezco voluptuosamente a la suavidad de mi dolor.

No por sencillo es menos solemne este ritual mío del paladar.

Pero es el humo del cigarro el que más espiritualmente me reconstruye momentos pasados. Apenas roza mi conciencia de tener paladar. Por eso más […] me evoca las horas que he muerto, más lejanas las hace presentes, más nebulosas cuando me envuelven, más etéreas cuando las materializo. Un cigarro mentolado, un puro trivial, embriagan de familiaridad algunos momentos míos. Con qué sutil plausibilidad de sabor-aroma reconstruyo los escenarios y presto otra vez las […] de un pasado, tan siglo dieciocho siempre debido al alejamiento malicioso y cansado, tan medievales siempre debido a lo inevitablemente perdido.

¿1914?

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