335 Leyenda imperial

Mi Imaginación es una ciudad en el Oriente. Toda su composición de realidad en el espacio tiene la voluptuosidad de superficie de una alfombra rica y blanda. Las tiendas que multicolorean sus calles se destacan sobre no sé qué fondo /que no es suyo/ como bordados de amarillo o rojo sobre satenes azul clarísimo. /Toda la historia/ progresa [322], desde esa ciudad vuela en torno a la lámpara de mi sueño una especie de mariposa apenas oída en la penumbra del cuarto. Mi fantasía ha vivido entre pompas otra ocasión y recibido de manos de reinas joyas veladas de antigüedad. Han alfombrado indolencias íntimas los arenales de mi existencia y, hálitos de /penumbra/, las algas han flotado a la ostensiva [323] de mis ríos. He sido por eso pórticos de civilizaciones perdidas, fiebres de arabescos en frisos muertos, ennegrecimientos de eternidad en los serpenteos [324] de las columnas partidas, mástiles apenas en los naufragios remotos, escalones sólo de tronos abatidos, velos nada velando, y como velando sombras, fantasmas erguidos del suelo como humos de turíbulos arrojados. Funesto fue mi reinado y lleno de guerras en las fronteras alejadas de mi paz imperial en mi palacio. Próximo siempre al ruido indeciso de las fiestas distantes; procesiones siempre para ir a pasar bajo mis ventanas; pero ni peces de oro encarnado en mis piscinas, ni pomos entre los verdores /parados/ de mi pomar; ni siquiera, pobres chozas donde los otros son felices, el humo de chimeneas de más allá de los árboles, adormecen con baladas de simplicidad el misterio inquieto [325] de mi conciencia de mí.

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