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Siempre que pueden se sientan en frente del espejo. Hablan con nosotros y se cortejan con los ojos a sí mismos. A veces, como en los noviazgos, se distraen de la conversación. Siempre les he resultado simpático porque mi aversión adulta por mi aspecto me ha impulsado siempre a escoger el espejo como cosa a la que volver la espalda. Así, y ellos lo reconocían instintivamente tratándome bien siempre, yo era el muchacho escuchador que les dejaba siempre libres la vanidad y la tribuna.

En conjunto, no eran malos chicos; en particular, eran mejores y peores. Tenían generosidades y ternuras insospechables para un sacador de promedios [117], bajezas y sordideces difíciles de adivinar por cualquier ser humano normal. Miseria, envidia e ilusión -así los resumo, y en esto resumiría aquella parte de ese ambiente que se infiltra en la obra de los hombres de valía que alguna vez han hecho de esa estancia de resaca un barbecho de engañados. (Es, en la obra de Fialho [118], la envidia flagrante, la grosería despreciable, la inelegancia nauseabunda…).

Unos tienen gracia, otros tienen sólo gracia, otros todavía no existen. La gracia de los cafés se divide en dichos ingeniosos sobre los ausentes y dichos insolentes a los presentes. A este género de ingenio se le llama, ordinariamente, tan sólo grosería. Nada hay más indicador de la pobreza de la mente que no saber ser ingenioso más que a costa de las personas.

Pasé, vi y, al contrario que ellos, vencí. Porque mi victoria ha consistido en ver. Reconocí la identidad de todos los aglomerados inferiores: vine a encontrar aquí, en la casa donde tengo un cuarto, la misma alma sórdida que me habían revelado los cafés, salvo, gracias a todos los dioses, la noción de triunfar en París. La dueña de esta casa se atreve con la Avenida Nueva [119] en algunos de sus momentos de ilusión, pero se encuentra a salvo del extranjero, y mi corazón se enternece.

Conservo de este paso por el túmulo de la voluntad la memoria de un tedio nauseabundo y de algunas anécdotas ingeniosas.

Van de entierro, y parece que ya, camino del cementerio se ha olvidado el pasado en el café, pues va callado ahora.

…y la posteridad nunca sabrá de ellos, escondidos de ella para siempre bajo la mole negra de los pendones ganados en sus victorias por vencer [120].

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