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Releo en una de estas somnolencias sin sueño, en que nos entretenemos inteligentemente sin la inteligencia, algunas de las páginas que formarán, todas juntas, mi libro de impresiones sin nexo. Y de ellas me sube, como un olor de cosa conocida, una impresión desierta de monotonía. Siento que, incluso al decir que soy siempre diferente, he dicho siempre lo mismo; que soy más análogo a mí mismo que lo que querría confesar; que, a fin de cuentas, no he tenido la alegría de ganar ni la emoción de perder. Soy una ausencia de saldo de mí mismo, sin [260] un equilibrio involuntario que me desola y debilita.

Todo cuanto he escrito es pardo. Se diría que mi vida, incluso la mental, es [261] un día de lluvia lenta, en que todo es desacontecimiento y penumbra, privilegio vacío y razón olvidada. Me desolo a seda rota. Me desconozco a luz y tedio.

Mi esfuerzo humilde, de siquiera decir quién soy, de registrar, como una máquina de nervios, las impresiones mínimas de mi vida subjetiva y aguda, todo esto se me ha vaciado como un balde en el que hubiesen tropezado, y se derramó por la tierra como el agua de todo. Me he fabricado con pinturas falsas, he resultado a imperio de trampa. Mi corazón, a quien fié los grandes acontecimientos de la prosa vivida, me parece hoy, escrito en la distancia de estas páginas releídas con otra alma, una bomba de huerto de provincias, instalada por instinto y maniobrada por servicio. He naufragado sin tormenta en un mar en el que se puede estar de pie.

Y pregunto a lo que me queda de consciente en esta serie confusa de intervalos entre cosas que no existen, de qué me ha servido llenar tantas páginas de frases en las que he creído como mías, de emociones que he sentido como pensadas, de banderas y pendones que son, al final, papeles pegados con saliva por la hija del mendigo debajo de los aleros.

Pregunto a lo que me queda de mí a qué vienen estas páginas inútiles, consagradas a la basura y al extravío, perdidas antes de ser entre los papeles rotos del Destino.

Pregunto y prosigo. Escribo la pregunta, la envuelvo en nuevas frases, desmadejada de nuevas emociones [262]. Y mañana volveré a escribir, en la secuencia de mi libro estúpido, las impresiones diarias de mi desconvencimiento con frío.

Sigan, tales como son. Jugado el dominó, y ganado el juego, o perdido, las fichas se ponen bocabajo y el juego terminado es negro.

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