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No teniendo nada que hacer; ni que pensar en hacer, voy a poner en este papel la descripción de un ideal: apunte.

La sensibilidad de Mallarmé dentro del estilo de Vieira [63]; soñar como Verlaine en el cuerpo de Horacio; ser Homero a la luz de la luna.

Sentirlo todo de todas las maneras; saber pensar con las emociones y sentir con el pensamiento; no desear mucho sino con la imaginación; sufrir con coquetería; ver claro para escribir justo; conocerse con fingimiento y táctica; naturalizarse diferente y con todos los documentos; en suma, usar por dentro todas las sensaciones, quitándoles la cáscara hasta llegar a Dios; pero envolver de nuevo y reponer en el escaparate como ese dependiente que desde aquí estoy viendo con las cajas pequeñas de betún de la nueva marca.

Todos estos ideales, posibles o imposibles, se acaban ahora. Tengo la realidad ante mí: no es ni siquiera el dependiente, es su mano (a él no le veo), tentáculo absurdo de un alma con familia y suerte [64] que hace muecas de araña sin tela en el estirarse de la reposición de allí enfrente.

/Y una de las cajas se ha caído, como el destino de todo el mundo./

¿1930?

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