APÉNDICE

1 Sueño Triangular

La luz se había tornado de un amarillo exageradamente lento, de un amarillo sucio de lividez. Habían crecido los intervalos entre las cosas, y los sonidos, más espaciados de una manera nueva, se producían inconexamente. Cuando se oían, terminaban de repente, como cortados. El calor, que parecía haber aumentado, parecía estar, siendo calor, frío. Por la leve rendija de las contraventanas se veía la actitud de exagerada expectativa del único árbol visible. El silencio le había entrado con el color. En la atmósfera se habían cerrado pétalos. Y en la propia composición del espacio una interrelación diferente de algo como planos había alterado y roto el modo como los sueños, las luces y los colores usan la extensión.

(Posterior a 1913.)

2 [Letanía de la desesperanza]

Junta las manos, ponías entre las mías y escúchame, oh amor mío.

Quiero, hablando con una voz suave y arrulladora, como la de un confesor que aconseja, decirte cuan acá de lo que conseguimos queda el ansia de conseguir.

Quiero rezar contigo, mi voz con tu atención, la letanía de la /desesperanza/.

No hay obra de artista que no pudiese haber sido más perfecta. Leído verso por verso, el mayor de los poemas tendría pocos versos que no pudiesen ser mejores, pocos episodios que no pudiesen ser más intensos, y nunca es su conjunto tan perfecto que no pudiese serlo muchísimo más.

¡Ay del artista que se da cuenta de esto, que un día piensa en esto! Nunca más su trabajo es alegría, ni su sueño sosiego. Es un joven sin juventud y envejece descontento.

¿Y para qué expresarse? Lo poco que se dice mejor sería que se quedase por decir.

¡Si yo pudiese compenetrarme realmente de cuan bella es la renuncia, qué dolorosamente feliz sería para siempre!

Porque tú no amas lo que digo con los oídos con que yo me oigo decirlo. Yo mismo, si me oigo hablar alto, los oídos con que me oigo hablar alto no me escuchan del mismo modo que el oído íntimo con que me oigo pensar palabras. Si me equivoco, oyéndome, y tengo que preguntarme tantas veces a mí mismo lo que he querido decir, ¡cuánto no me entenderán los demás!

– De qué complejas ininteligencias no está hecha la comprensión que los demás tienen de nosotros.

La delicia de verse comprendido no puede tenerla quien se quiere no comprendido, porque sólo a los complejos e incomprendidos les sucede esto; y los otros, los sencillos, aquellos a quienes los demás pueden comprender, esos nunca sienten el deseo de ser comprendidos.

3 Peristilo

A las horas en que el paisaje es una aureola de vida, y el sueño es tan sólo soñarse, yo he construido, oh amor mío, en el silencio del desasosiego, este libro extraño con portones abiertos al fin de una alameda en una casa abandonada.

He cogido para escribirlo el alma de todas las flores, y con los momentos efímeros de todos los cantos de todas las aves he tejido eternidad e inercia. Tejedora (…), me he sentado a la ventana de mi vida y he olvidado que vivía y era, tejiendo mortajas para amortajar mi tedio en los manteles de lino casto hechos para los altares de mi silencio, (…)

Y yo te ofrezco este libro porque sé que es bello e inútil. Nada enseña, nada hace creer, nada hace sentir. Regato que corre hacia un abismo-ceniza que el viento esparce y ni fecunda ni es dañina [406], -he puesto toda mi alma al hacerlo, pero no he pensado en él mientras lo hacía, sino sólo en mí, que soy triste, y en ti, que no eres nadie.

Y porque este libro es absurdo, yo lo amo; porque es inútil, yo quiero darlo; y porque de nada sirve quiero dártelo, yo te lo doy…

Reza por mí al leerlo, bendíceme por amarlo y olvídalo como el sol de hoy al sol de ayer (como yo olvido a las mujeres de los sueños que nunca he sabido soñar).

Torre del Silencio de mis ansias, ¡que este libro sea el claro de luna que te hizo otra en la noche del Misterio Antiguo!

Río de imperfección dolorida, que este libro sea el barco dejado ir por tus aguas abajo para acabar en un mar que se sueñe [407].

Paisaje de la Enajenación y del Abandono, que este libro sea tuyo como tu Hora, y se ilimite de ti como de la hora de la púrpura falsa.

4

Corren ríos, ríos eternos por debajo de la ventana de mi silencio. Veo la otra margen siempre y no sé por qué no sueño estar /allí/, otro y feliz. Tal vez porque sólo tú consuelas, y sólo tú arrullas y sólo tú te lamentas [408] y oficias.

¿Qué misa blanca interrumpes para echarme la bendición de mostrarte siendo? ¿En qué punto ondeado de la danza te paras de repente, y el Tiempo contigo, para hacer de tu pararte un puente hasta mi alma, y de tu sonrisa púrpura de mi pompa?

Cisne de desasosiego rítmico, lira de horas inmortales, arpa incierta de pesares /místicos/, tú eres la Esperada y la Ida, la que acaricia y hiere, la que dora de dolor las alegrías y corona de rosas las tristezas.

¿Qué Dios te ha creado, qué Dios odiado por el Dios que se hizo el mundo?

Tú no lo sabes, tú no sabes que no lo sabes, tú no quieres saber ni no saber. Has desnudado de propósitos a tu vida, has nimbado de irrealidad a tu mostrarte, te has vestido de perfección y de intangibilidad para que ni las Horas te besasen, ni los Días te sonriesen, ni las Noches viniesen a ponerte la luna entre las manos para que pareciese un lirio.

Deshoja, oh /amor mío/, sobre mí pétalos de mejores rosas, de más perfectos lirios, pétalos de crisantemos (…) olorosos a la melodía de su nombre.

Y yo moriré en mí tu vida, oh Virgen que ningún abrazo espera, que ningún beso buscas, que ningún pensamiento desflora.

5

Atrio (sólo atrio) de todas las esperanzas, Umbral de todos los deseos, Ventana de todos los sueños, (…)

Mirador para todos los paisajes que son floresta nocturna y río lejano trémulo de la mucha claridad lunar…

Versos, prosas que no se piensen escribir, sino tan sólo soñar.

6
I

Tú no existes, bien lo sé, ¿pero sé con seguridad si existo? Yo, que te existo en mí, ¿tendré más vida real que tú, que la propia vida que te vive?

Llama convertida en aureola, presencia ausente, silencio rítmico y hembra, crepúsculo de vaga carne, copa olvidada para el festín, vitral /pintado/ por un pintor-sueño en una Edad Media de otra Tierra.

Cáliz y hostia de esmero casto, altar abandonado de una santa todavía viva, corola de lirio soñado del jardín donde nunca ha entrado nadie…

Eres la única forma que no produce tedio, porque eres siempre variable con nuestro sentimiento, porque lo mismo que besas nuestra alegría arrullas nuestro dolor, y nuestro tedio, eres para él el opio que consuela y el sueño que descansa, y la muerte que cruza y junta las manos.

Ángel (…), ¿de qué materia está hecha tu materia alada? ¿Qué vida te prende a la tierra, a ti que eres vuelo nunca alzado, ascensión detenida, gesto de arrobo y de descanso?


Fin (último trecho)

II

Creemos, oh Apenas-Mía, tú por existir y yo por verte existir, un arte diferente de todo arte. De tu cuerpo de ánfora inútil sepa yo sacar /el alma de nuevos versos/ y a tu ritmo de ola silenciosa sepan mis dedos trémulos ir a buscar las líneas pérfidas de una prosa impura de ser oída.

Tu sonrisa /melodiosa/ sea, al irse, para mí símbolo y emblema visible del /sollozo callado/ del […] mundo al saberse error e imperfección. Tus manos de tañedora de arpa me cierren los ojos, los párpados cuando yo muera de haber dado mi vida construyéndote. Y tú, que no eres nadie, serás para siempre, oh Suprema, el arte querido de los dioses que nunca han existido, y la madre virgen y estéril de los dioses que nunca existirán.

7

Haré de soñarte el ser fuerte, y mi pena, cuando hable a tu Belleza, tendrá melodías de forma, curvas de estrofas, esplendores súbitos como los de los versos inmortales.

8 En la Floresta de la Enajenación

Sé que he despertado y que todavía duermo. Mi cuerpo antiguo, molido de que yo viva, me dice que todavía es muy pronto… Me siento febril de lejanía. Me peso, no sé por qué…

En un torpor lúcido, pesadamente incorpóreo, me estanco, entre el sueño y la vigilia, en un sueño que es la sombra de soñar. Mi atención flota entre dos mundos y ve ciegamente la profundidad de un mar y la profundidad de un cielo; y estas profundidades se interpenetran, mezclándose, y yo no sé dónde estoy ni lo que sueño.

Un viento de sombras sopla cenizas de propósitos muertos sobre lo que yo soy de despierto. Cae de un firmamento desconocido un relente tibio de tedio. Una gran angustia inerte me manosea el alma por dentro e, incierta, me agita, como la brisa a los perfiles de las copas.

En la alcoba mórbida y tibia, la alborada de ahí fuera es apenas un hálito de penumbra. Soy todo confusión quieta… ¿Para qué ha de rayar un día?… Me cuesta saber que rayará, como si fuese un esfuerzo mío el que tuviese que hacerlo aparecer.

Con una lentitud confusa, me tranquilizo. Me entorpezco. Floto en el aire, entre velar y dormir, y otra especie de realidad surge, y yo en medio de ella, no sé de qué donde que no es éste…

Surge pero no extingue a ésta, ésta de la alcoba tibia, ésa de una floresta extraña. Coexisten en mi atención esposada las dos realidades, como dos humos que se mezclan.

¡Qué nítido de otro y de él este trémulo paisaje transparente!

¿Y quién es esta mujer que conmigo viste de observada a esta floresta ajena? ¿Para qué tengo que preguntármelo un momento?… Yo no sé querer saberlo…

La alcoba vaga es un cristal oscuro a través del cual, consciente de él, veo este paisaje… y este paisaje lo conozco hace mucho, y hace mucho que con esa mujer que desconozco yerro, otra realidad, a través de la irrealidad de ella. Siento en mí siglos de conocer esos árboles y esas flores y esas vías en desviaciones y ese ser mío que por allí vaga, antiguo y ostensivo a mi mirada, que el saber que estoy en esta alcoba viste de penumbras de ver…

De vez en cuando, por la floresta donde desde lejos me veo y siento, un viento lento barre un humo, y ese humo es la visión nítida y oscura de la alcoba en la que soy actual, de esos vagos muebles y reposteros y de su tibieza de nocturno. Después, este viento pasa y torna a ser todo sólo-él el paisaje de ese otro mundo…

Otras veces, este cuarto estrecho es apenas una ceniza de bruma en el horizonte de esta tierra diferente… Y hay momentos en que el suelo que allí pisamos es esta alcoba visible…

Sueño y me pierdo, doble de ser yo y esa mujer… Un gran cansancio y un fuego negro que me consume… Una gran ansia pasiva es la vida falsa que me oprime…

¡Oh felicidad empañada!… ¡Oh eterno estar en la bifurcación de dos caminos!… Sueño, y por detrás de mi atención sueña alguien conmigo… Y tal vez yo no sea sino un sueño de ese Alguien que no existe…

¡Allá fuera, la alborada tan lejana! ¡La floresta tan aquí ante otros ojos míos!

Y yo, que lejos de ese paisaje casi lo olvido, es al tenerlo cuando siento añoranzas de él, es al recorrerlo cuando lloro y a él aspiro…

¡Los árboles! ¡Las flores! ¡El esconderse frondoso de los caminos!…

Paseábamos a veces, del brazo, bajo los cedros y los algarrobos [409] y ninguno de nosotros pensaba en vivir. Nuestra carne era para nosotros un perfume vago y nuestra vida un eco de rumor de fuente. Nos dábamos la mano y nuestras miradas se preguntaban lo que sería ser sensual y querer realizar en la carne la ilusión del amor…

En nuestro jardín había flores de todas las bellezas… -rosas de contornos enrollados, lirios de un blanco amarilleciéndose, amapolas que estarían ocultas sí su rojo no les atisbase presencia, violetas poco en la margen tizada de los bancales, miosotis mínimos, camelias estériles de perfume… Y, pasmados por cima de las hierbas altas, ojos, los girasoles aislados nos miraban grandemente.

Nosotros rozábamos el alma toda vista por el frescor visible de los musgos y teníamos, al pasar junto a las palmeras, la intuición esbelta de otras tierras. Y el llanto nos subía al recuerdo, porque ni aquí, al ser felices, lo éramos…

Robles llenos de siglos nudosos hacían a nuestros pies tropezar en los tentáculos muertos de sus raíces. Los plátanos se estacaban… Y a lo lejos, entre árbol y árbol de cerca, pendían en el silencio de las glorietas los racimos negreantes de las uvas…

Nuestro sueño de vivir iba delante de nosotros, alado, y nosotros teníamos para él una sonrisa igual y ajena, combinada en las almas, sin mirarnos, sin saber el uno del otro más que la presencia apoyada de un brazo contra la atención abandonada del otro brazo que lo sentía.

Nuestra vida no tenía dentro. Éramos fuera y otros. Nos desconocíamos como si nos hubiéramos aparecido a nuestras almas después de un viaje a través de sueños…

Nos habíamos olvidado del tiempo, y el espacio inmenso se nos había empequeñecido en la atención. Fuera de aquellos árboles cercanos, de aquellas glorietas apartadas, de aquellos montes últimos en el horizonte, ¿habría algo real, merecedor de la mirada abierta que se dirige a las cosas que existen?…

En la clepsidra de nuestra imperfección, gotas regulares de sueño marcaban horas irreales… Nada vale la pena, oh amor mío lejano, sino el saber qué suave es saber que nada vale la pena…

El movimiento parado de los árboles; el sosiego quieto de las fuentes; el hálito indefinible del ritmo íntimo de las savias; el atardecer lento de las cosas, que parece venirles de dentro para dar manos de concordancia espiritual al entristecerse lejano, y próximo al alma, del alto silencio del cielo; el caer de las hojas, acompasado e inútil, gotas de enajenación, en que el paisaje se nos vuelve todo para los oídos y se entristece en nosotros como una patria recordada -todo esto, como un cinturón que se está desatando, nos ceñía inseguramente.

Allí vivimos un tiempo que no sabía transcurrir, un espacio para el que no existía el pensamiento de poder medirlo. Un transcurrir fuera del Tiempo, una extensión que desconocía los hábitos de la realidad en el espacio… ¡Qué horas, oh compañera inútil de mi tedio, qué horas de desasosiego feliz se fingieron nuestras allí!… Horas de ceniza del espíritu, días de nostalgia espacial, siglos interiores de espacio exterior… Y nosotros no nos preguntábamos para qué era aquello, por qué disfrutábamos el saber que aquello no era para nada.

Nosotros sabíamos allí, gracias a una intuición que por cierto no teníamos, que este dolorido mundo en el que seríamos dos, si existía, era más allá de la línea extrema donde las montañas son hálitos de formas, y más allá de ésa no había nada. Y era debido a la contradicción de saber esto por lo que nuestra hora de allí era oscura como una caverna en tierra de supersticiosos, y nuestro sentirla, extraño como una silueta de ciudad morisca contra un cielo de crepúsculo autumnal…

Orillas de mares desconocidos tocaban, en el horizonte de oírnos, playas que nunca podríamos ver, y era nuestra felicidad escuchar, hasta verlo en nosotros, ese mar por el que sin duda singlaban carabelas con otros fines al recorrerlo que los fines útiles y dirigidos desde la Tierra.

Reparábamos de repente, como quien se da cuenta de que vive, en que el aire estaba lleno de cantos de aves, y que, como perfumes antiguos en satén, la marejada restregada de las hojas estaba más entrañada en nosotros que la conciencia de oírla.

Y, así, el murmullo de las aves, el susurro de las arboledas y el fondo monótono y olvidado del mar eterno ponían a nuestra vida abandonada una aureola de no conocerla. Dormimos allí despiertos días, contentos de no ser nada, de no tener deseos ni esperanzas, de habernos olvidado del color de los amores y del sabor de los odios. Nos creíamos inmortales…

Allí vivimos horas llenas de otro sentirlas, horas de una imperfección vacía y tan perfectas por eso, tan diagonales a la certidumbre rectangular de la vida… Horas imperiales depuestas, horas vestidas de púrpura gastada, horas caídas en este mundo desde otro mundo más lleno del orgullo de tener más desmanteladas angustias…

Y nos dolía disfrutar aquello, nos dolía… Porque, a pesar de lo que tenía de exilio sosegado, todo aquel paisaje nos sabía a que éramos de este mundo, todo él estaba húmedo de la pompa de un vago tedio, triste y enorme y perverso como la decadencia de un imperio desconocido…

En las cortinas de nuestra alcoba, la mañana es una sombra de luz. Mis labios, que yo sé que están pálidos, le saben el uno al otro a no querer tener vida.

El aire de nuestro cuarto neutro es pesado como un repostero. Nuestra atención soñolienta para el misterio de todo esto es indolente como una cola de vestido arrastrada en un ceremonial durante el crepúsculo.

Ninguna ansia nuestra tiene razón de ser. Nuestra atención es un absurdo consentido por nuestra inercia alada.

No sé qué óleos de penumbra ungen a nuestra idea de nuestro cuerpo. El cansancio que tenemos es la sombra de un cansancio. Nos viene de muy lejos, como nuestra idea de que existe nuestra vida…

Ninguno de nosotros tiene nombre o existencia plausible. Si pudiésemos ser ruidosos hasta el punto de imaginarnos riendo, nos reiríamos sin duda de creernos vivos. El frescor calentado de la sábana nos acaricia (a ti como a mí ciertamente) los pies que se sienten, el uno al otro, desnudos.

Desengañémonos, amor mío, de la vida y de sus maneras. Huyamos a ser nosotros… No nos quitemos del dedo el anillo mágico que llama, cuando se lo mueve, a las hadas del silencio y a los elfos de la sombra y a los gnomos del olvido…

Y he aquí que, al ir a soñar en hablar de ella, surge otra vez ante nosotros la floresta mucha, pero ahora más perturbada que nuestra perturbación y más triste que nuestra tristeza. Huye de delante de ella, como una niebla que se deshoja, nuestra idea del mundo real, y yo me poseo otra vez en mi sueño errante, que esa floresta misteriosa enmarca…

¡Las flores, las flores que he vivido allí! Flores que la vista traducía a sus nombres, al conocerlas, y cuyo perfume el alma cogía, no de ellas, sino en la melodía de sus nombres… Flores cuyos nombres eran, repetidos en secuencia, orquestas de perfumes sonoros… Árboles cuya voluptuosidad verde ponía sombra y frescor en como eran llamados… Frutos cuyo nombre era un clavar de dientes en el alma de su pulpa… Sombras que eran reliquias de antaños felices… Claros, claros altos, que eran sonrisas más francas del paisaje que se bostezaba en próximo…' ¡Oh horas multicolores!… Instantes-flores, minutos-árboles, ¡oh tiempo detenido en espacio, tiempo muerto de espacio y cubierto de flores, y del perfume de flores, y del perfume de nombres de flores!…

¡Locura de sueño en aquel silencio ajeno!… Nuestra vida era toda la vida… Nuestro amor era el perfume del amor… Vivíamos horas imposibles, llenas de ser nosotros… Y esto porque sabíamos, con toda la carne de nuestra carne, que no éramos una realidad…

Éramos impersonales, huecos de nosotros, otra cosa [410] cualquiera… Éramos aquel paisaje esfumado en conciencia de sí mismo… Y así como él era dos -de realidad que era, e ilusión-, así éramos nosotros oscuramente dos, no sabiendo bien ninguno de nosotros si el otro no era él-mismo, si el incierto otro viviría…

Cuando emergíamos de repente ante el estancamiento de los lagos, nos sentíamos queriendo sollozar… Allí, aquel paisaje tenía los ojos llenos de lágrimas, ojos parados, llenos del tedio innumerable de ser… Llenos, sí, del tedio de ser, de tener que ser algo, realidad o ilusión; y ese tedio tenía su patria y su voz en la mudez y en el exilio de los lagos… Y nosotros, caminando siempre y sin saberlo o quererlo, parecía, aun así, que nos demorábamos a la orilla de aquellos lagos, tanto de nosotros quedaba y moraba con ellos, simbolizado y absorto…

¡Y qué fresco y feliz horror el de no haber allí nadie! Ni nosotros, que por allí íbamos, allí estábamos… Porque nosotros no éramos nadie. Ni siquiera éramos algo… No teníamos vida que la muerte necesitase para matarla. Éramos tan tenues y rastreritos que el viento del transcurrir nos había dejado inútiles y el tiempo pasaba por nosotros acariciándonos como una brisa por la cima de una palmera.

No teníamos época ni propósito. Toda la finalidad de las cosas y de los seres se nos quedo a la puerta de aquel paraíso de ausencia. Se había inmovilizado, para sentirnos sentirla, el alma rugosa de los troncos, el alma extendida de las hojas, el alma núbil de las flores, el alma inclinada de los frutos…

Y así morimos nuestra vida, tan atentos separadamente muriéndola que no reparamos en que éramos uno solo, que cada uno de nosotros era una ilusión del otro, y cada uno, dentro de sí, el mero eco de su propio ser…

Zumba una mosca, incierta y mínima…

Rayan en mi atención vagos ruidos, nítidos y dispersos, que hinchen de ser ya de día a mi conciencia de nuestro cuarto… ¿Nuestro cuarto? ¿Nuestro de qué dos, si yo estoy solo? No lo sé. Todo se funde y sólo queda, huyendo, una realidad-bruma en que mi incertidumbre zozobra y mi comprenderme, arrullado por opios, se duerme…

La mañana ha roto, como una caída, desde la cima pálida de la Hora…

Han terminado de arder, amor mío, en el hogar de nuestra vida, las astillas de nuestros sueños…

Desengañémosnos de la esperanza, porque traiciona, del amor, porque cansa, de la vida, porque harta y no sacia, y hasta de la muerte, porque trae más de lo que se quiere y menos de lo que se espera.

Desengañémosnos, oh Velada, de nuestro propio tedio, porque se envejece de sí mismo y no osa ser toda la angustia que es.

No lloremos, no odiemos, no deseemos…

Cubramos, oh Silenciosa, con un sudario de lino fino el perfil rígido y muerto de nuestra Imperfección… [411]

9

Pasábamos, jóvenes todavía, bajo los árboles altos y el vago susurro de la floresta. En los claros, súbitamente surgidos del acaso del camino, el claro de luna los hacía lagos, y las márgenes, enmarañadas de ramas, eran más noche que la misma noche. La brisa vaga de los grandes bosques respiraba con ruido entre los árboles. Hablábamos de las cosas imposibles; y nuestras voces eran parte de la noche, del claro de luna y de la floresta. Las oíamos como si fuesen de otros.

No carecía de caminos la floresta incierta. Había atajos que, sin querer, conocíamos, y nuestros pasos fluctuaban en ellos entre los moteados de las sombras y la vibración 7 bis vaga de la luz dura y fría. Hablábamos de las cosas imposibles y todo el paisaje real era también imposible.

10

Caminábamos juntos y separados, entre las desviaciones bruscas de la floresta. Nuestros pasos, que era lo ajeno de nosotros, iban unidos, por unísonos, en la blandura estallante de las hojas, que alfombraban, amarillas y medioverdes, las irregularidades del suelo. Pero iban también disyuntos porque éramos dos pensamientos, no había de común entre nosotros sino que lo que no éramos pisaba unísono el mismo suelo oído.

Había entrado ya el principio del otoño, y, además de las hojas que pisábamos, oíamos caer continuamente, en el acompañamiento brusco del viento, otras hojas, el ruido de hojas, por todos los sitios por donde íbamos o habíamos ido. No había más paisaje que la floresta que los velaba a todos. Bastaba, sin embargo, como sitio y lugar para los que, como nosotros, no teníamos por vida más que el caminar unísono y diverso sobre un suelo mortecino. Era -creo- el final de un día, o de cualquier día, o por ventura de todos los días, en un otoño todos los otoños, en la floresta simbólica y verdadera.

Qué casas, qué deberes, qué amores habíamos abandonado, nosotros mismos no sabríamos decirlo. No éramos, en aquel momento, más que caminantes entre lo que habíamos olvidado y lo que no sabíamos, caballeros a pie del ideal abandonado. Pero en eso, como en el ruido constante de las hojas pisadas, y en el ruido siempre brusco del viento incierto, estaba la razón de ser de nuestra ida, o de nuestra venida, pues, no sabiendo el camino o por qué el camino, no sabíamos si partíamos, si llegábamos. Y siempre, a nuestro alrededor, sin lugar sabido o caída vista, el ruido de las hojas que se amontonaban adormecía de tristeza a la floresta.

Ninguno de nosotros quería saber del otro, aunque ninguno de nosotros proseguiría sin él. La compañía que nos hacíamos era una especie de sueño que cada uno de nosotros tenía. El ruido de los pasos unísonos ayudaba a cada uno a pensar sin el otro, y los propios pasos solitarios le habrían despertado. La floresta era toda ella claros falsos, como si fuese falsa, o se estuviese acabando, pero no se acababa la falsedad, ni se acababa la floresta. Nuestros pasos unísonos seguían siendo constantes, y en torno de lo que oíamos de las hojas pisadas iba el ruido vago de hojas que caían, en la floresta convertida en todo, en la floresta igual al universo.

¿Quién éramos? ¿Seríamos dos o dos formas de uno? No lo sabíamos ni lo preguntábamos. Un sol vago debía de existir, pues en la floresta no era de noche. Un fin vago debía de existir, puesto que caminábamos. Un mundo cualquiera debía de existir, pues existía una floresta. Nosotros, sin embargo, éramos ajenos a lo que fuese o pudiera ser, caminantes unísonos e interminables sobre hojas muertas, oidores anónimos e imposibles de hojas cayendo. Nada más. Un susurro, ora brusco ora suave, del viento desconocido, un murmullo, ora alto ora bajo, de las hojas presas, un resquicio, una duda, un propósito que había terminado, una ilusión que ni siquiera había existido: la floresta, los dos caminantes, y yo, yo, que no sé cuál de ellos era, o si era o dos o ninguno, y asistía, sin ver el final, a la tragedia de no haber nunca más que el otoño y la floresta, y el viento siempre brusco e incierto, y las hojas siempre caídas o cayendo. Y siempre, como si por cierto hubiese fuera un sol y un día, se veía claramente, sin ninguna finalidad, en el silencio rumoroso de la floresta.


28-11-1932.

11 Nuestra Señora del Silencio

A veces cuando, abatido y humilde, la propia fuerza de soñar se me deshoja y se me seca, y mi único sueño sólo puede ser pensar en mis sueños, los hojeo entonces, como un libro que se hojea y se vuelve a hojear sin que tenga más que palabras inevitables. Es entonces cuando me interrogo sobre quién eres tú, figura que atraviesas todas mis visiones lentas de paisajes /otros/ y de interiores antiguos y de ceremoniales fastuosos de silencio. En todos mis sueños o apareces, sueño, o, realidad falsa, me acompañas. Visito contigo regiones que son tal vez sueños tuyos, tierras que son tal vez cuerpos tuyos de ausencia e inhumanidad, tu cuerpo esencial desperfilado para planicie calma y monte de perfil frío en jardín de palacio oculto. Tal vez yo no tenga otro sueño que tú, tal vez sea en tus ojos, acercando mi cara a la tuya, donde lea esos paisajes imposibles, esos tedios falsos, esos sentimentos que viven a la sombra de mis cansancios y en las grutas de mis desasosiegos. ¿Quién sabe si los paisajes de mis sueños no son mi manera de no soñarte? Yo no sé quién eres, ¿pero sé con seguridad el que soy? ¿Sé lo que es soñar para saber lo que vale llamarte mi sueño? ¿Sé si no eres una parte, quién sabe si la parte esencial y real, de mí? ¿Y sé si no soy yo el sueño y tú la realidad, yo un sueño tuyo y no tú un sueño que yo he soñado?

¿Qué especie de vida tienes? ¿Qué modo de ver es el modo como te veo? ¿Tu perfil? Nunca es el mismo, pero nunca cambia. Y yo digo esto porque lo sé, aunque no sepa que lo sé. ¿Tu cuerpo? Desnudo está lo mismo que vestido, sentado está en la misma actitud que cuando echado o de pie. ¿Qué significa esto, que no significa nada?

12

Mi vida es tan triste, y yo no pienso en llorarla; mis horas tan falsas, y yo no sueño el gesto de apartarlas.

¿Cómo no soñarte? ¿Cómo no soñarte?

Señora de las Horas que Pasan, Madonna de las aguas estancadas y de las algas muertas, Diosa Tutelar de los desiertos abiertos y de los paisajes negros de rocas estériles…, líbrame de mi juventud.

Consoladora de los que no tienen consolación, Lágrima de los que nunca lloran, Hora que nunca suena -líbrame de la alegría y de la felicidad.

– Opio de todos los silencios, Lira para no ser tañida, Vitral de lejanía y de abandono, haz que yo sea odiado por los hombres y escarnecido por las mujeres.

– Címbalo de Extrema-Unción, /Caricia sin gesto, Paloma muerta a la sombra, Óleo de las horas pasadas soñando/, líbrame de la religión, porque es suave, y de la incredulidad, porque es fuerte; (…)

– Lirio mustiando la tarde, Cofre de rosas marchitas, Silencio entre prez y prez, lléname de náusea de vivir, de odio de estar sano, de desprecio de [412] ser joven.

Vuélveme inútil y estéril, oh Acogedora de todos los sueños vagos; hazme puro sin razón para serlo, y falso sin amor a serlo, oh Agua Corriente de las Tristezas Vividas; que mi boca sea un paisaje de hielos, mis ojos dos lagos muertos, mis gestos un deshojar lento de árboles viejecitos, oh Letanía de desasosiegos, o Misa-Violada de Cansancios, oh Corola, oh Fluido, oh Ascensión!…

¡(Y) Qué pena tener que rezarte como a una mujer, y no quererte (…) como a un hombre, y no poder alzarte los ojos de mis sueños como Aurora-al-contrario del sexo irreal de los ángeles que nunca entraron en el cielo!

(Posterior a 1916.)

13

Tú eres del sexo de las formas soñadas, del sexo nulo de las figuras (…)

Mero perfil a veces, mera actitud otras veces, otras gesto lento apenas -eres momentos, actitudes espiritualizadas en /mía(s)/.

Ninguna fascinación del sexo se /subentiende/ en mi soñarte, bajo tu veste vaga de madonna de los silencios interiores. Tus senos no son de los que se pudiese pensar en besarse. Tu cuerpo es todo él carne-alma, pero no es alma, es cuerpo. La materia de tu carne no es espiritual pero es espiritualidad. (Eres la mujer anterior a la Caída) […]

Mi horror a las mujeres reales que tienen sexo es el camino por el que he ido a tu encuentro. A las de la tierra, que para ser (…) tienen que soportar el peso movedizo de un hombre, ¿quién las puede amar sin que se le deshoje el amor en la antevisión del placer que sirve [413] al sexo […]? ¿Quién puede respetar a la Esposa sin tener que pensar que es una mujer en otra posición de cópula?… ¿Quién no se enoja de tener madre por haber sido tan vulgar en su origen, tan repulsivamente parido? Qué asco de nosotros no estimula [414] la idea del origen carnal de nuestra alma -de ese inquieto (…) corpóreo donde nuestra carne nace y, por bella que sea, se afea de origen y se nos nausea de nata.

Los idealistas falsos de la vida-real hacen versos a la Esposa, se arrodillan ante la idea de Madre… Su idealismo es una veste que tapa, no es un sueño que cree.

Pura sólo tú, Señora de los Sueños, que yo puedo concebir amante sin concebir mancha, porque eres irreal. A ti puedo concebirte madre, adorándolo, porque nunca te has manchado ni del horror de ser fecundada ni del horror de parir.

¿Cómo no adorarte si sólo tú eres adorable? ¿Cómo no amarte si sólo tú eres digna del amor?

Quién sabe si soñándote yo no te creo, real en otra realidad; si no serás mía allí, en un distinto y puro mundo donde sin cuerpo táctil nos amemos, con otra manera de abrazos y otras actitudes esenciales de posesión(es)? ¿Quién sabe, incluso, si no existirás ya y no te he creado ni te he visto apenas, con otra visión, interior y pura, en otro y perfecto mundo? ¿Quién sabe si mi soñarte no ha sido el encontrarte simplemente, si el amarte no ha sido el pensar-en-ti, si mi desprecio por la carne y mi propio asco del amor no han sido la oscura ansia con que, ignorándote, te esperaba, y la vaga aspiración con que, desconociéndote, te quería?

Ni siquiera sé ya [si] no te he amado ya, en un vago donde cuya añoranza tal vez sea este perenne tedio mío. Quizás seas una nostalgia mía, /cuerpo de ausencia/, presencia de Distancia, hembra tal vez por distintas razones que el serlo.

Puedo pensarte virgen y también madre porque no eres de este mundo. El niño que tienes en los brazos nunca fue más joven para que tuvieses que ensuciarlo de tenerlo en tu vientre. Nunca has sido otra de lo que eres ¿y cómo no ser virgen por consiguiente? Puedo amarte y también adorarte porque mi amor no te posee y mi adoración no te aleja.

Sé el Día-Eterno y que mis ponientes sean rayos de tu sol, poseídos en ti.

Sé el Crepúsculo Invisible [415] " y que mis ansias y desasosiegos sean las tintas de tu indecisión, las sombras de tu incerteza.

Sé la Noche-Total, vuélvete la Noche Única y que todo yo me pierda y me olvide en ti, y que mis sueños brillen, estrellas, en tu cuerpo de distancia y negación…

Sea yo los pliegues de tu manto, las joyas de tu /tiara/, y el oro otro de los anillos de tus dedos.

Ceniza en tu hogar, ¿qué importa que yo sea polvo? Ventana en tu cuarto, ¿qué importa que yo sea espacio? Hora (…) en tu clepsidra, ¿qué importa que yo pase si por ti quedaré, que yo muera si por ser tuyo [no he de] morir, que yo te pierda si el perderte es encontrarte?

Realizadora de los absurdos, seguidora [416] de frases sin nexo. Que tu silencio me arrulle, que tu (…) me duerma, que tu mero-ser me acaricie y me suavice y me consuele, oh […] del Más Allá, oh imperial de la /Ausencia/; Virgo-Madre de todos los silencios, Hogar de las almas que tienen frío, Ángel de la guarda de los abandonados, Paisaje humano -irreal [417] de tan triste- eterna Perfección.

14 Nuestra Señora del Silencio (fragmento)

Tú no eres mujer. Ni siquiera dentro de mí evocas nada que yo pueda sentir femenina [418]. Es cuando hablo de ti cuando las palabras te llaman hembra, y las expresiones te perfilan de mujer. Porque tengo que hablarte con ternura y amoroso sueño, las palabras encuentran voz para ello tan sólo tratándote como femenina.

Pero tú, en tu vaga esencia, no eres nada. No tienes realidad, ni siquiera una realidad /sólo/ tuya. Propiamente, no te veo, ni siquiera te siento. Eres como un sentimiento que fuese su propio objeto y perteneciese por completo a lo íntimo de sí mismo. Eres siempre el paisaje que he estado casi a punto de (poder) ver, la orla de la veste que por poco no pude ver, perdido en un eterno Ahora más allá de la curva del camino. Tu perfil es no ser tú nada, y el contorno de tu cuerpo irreal desata en perlas separadas el collar de la idea de contorno. Ya pasaste, y ya fuiste y ya te amé -el sentirte presente es sentir esto.

Ocupas el intervalo de mis pensamientos y los intersticios de mis sensaciones. Por eso no te pienso ni te siento, pero mis pensamientos son /opiales/ de sentirte, y mis sentimientos góticos [419] de evocarte.

Luna de memorias perdidas sobre el negro paisaje, nítida de vacío, de mi imperfección comprendiéndose. Mi ser se siente reflujo como si fuese un cinturón tuyo que te sintiese. Me inclino sobre tu rostro blanco en las aguas nocturnas de mi desasosiego, en mí saber que eres luna en mi cielo para que lo origines, o extraña luna submarina para que, no sé cómo, lo finjas.

¡Quién pudiese crear la Nueva Mirada con que te viese, los Nuevos Pensamientos y Sentimientos que hubiesen de poder pensarte y sentirte!

Al querer tocar tu manto, mis expresiones cansan al esfuerzo extendido de los gestos de sus manos, y un cansancio rígido y doloroso se hiela en mis palabras. Por eso, se curva [420] un vuelo de ave que parece que se aproxima y nunca llega, en torno a lo que yo querría decir de ti, pero la materia de mis frases no sabe imitar a la substancia o del ruido de tus pasos o del rastro de tus miradas, o del color triste y vacío de la curva de los gestos que no has hecho nunca.

15 Final

Y si acaso hablo con alguien lejano, y si, hoy nube de posible, mañana cayeses, lluvia de real sobre la tierra, no te olvides nunca de tu divinidad original de sueño mío. Sé siempre en la vida aquello que pueda ser el sueño de un aislado y nunca el refugio de un amoroso. Haz tu deber de mera copa. Cumple tu menester de ánfora inútil. Nadie diga de ti lo que el río puede decir de las márgenes, que existen para limitarlo. Antes no correr por la vida, antes secarse que soñar.

Que tu genio sea el ser supérflua, y tu vida el arte de mirar hacia ella, de ser la mirada, la nunca idéntica. No seas nunca nada más.

Hoy eres apenas el perfil creado de este libro, una hora carnalizada y separada de las otras horas. Si yo tuviese la seguridad de que existías, levantaría una religión sobre el (sueño de) amarte.

Eres lo que le falta a todo. Eres lo que a cada cosa falta para que la podamos amar siempre. Llave perdida de las puertas del Templo, camino /encubierto/ del Palacio, Isla lejana que la bruma no deja ver nunca…

16

Tus manos son tórtolas cautivas.

Tus labios son tórtolas mudas.

(que a mis ojos ven arrullar)

Todos tus gestos son aves. Eres golondrina al abatirte, cóndor al mirarme, águila en tus éxtasis de orgullosa indiferente.

Eres toda crujir de alas, como de los (…), la laguna de verte yo.

Tú eres toda alada, toda (…)

17

No sueño poseerte. ¿Para qué? Sería traducir a plebeyo mi sueño. Poseer un cuerpo es ser trivial. Soñar poseer un cuerpo es quizás peor, aunque sea difícil serlo: es soñarse trivial -horror supremo.

Y ya que queremos ser estériles, seamos también castos, porque nada puede haber de más innoble y bajo que, renegando de la Naturaleza lo que en ella es fecundado, guardar villanamente de ella lo que nos place en lo que renegamos. No hay noblezas a pedazos.

Seamos castos como eremitas, puros como cuerpos soñados, resignados a ser todo esto, como monjitas locas…

Que nuestro amor sea una oración… Úngeme de verte, que yo haré de mis momentos de soñarte un rosario en el que tus tedios serán padrenuestros y mis angustias avemarías…

Quedémonos aquí eternamente como una figura de hombre en un vitral frente a una figura de mujer en otro vitral… Entre nosotros, sombras cuyos pasos suenan fríos, la humanidad pasando… Murmullos de rezos, secretos de (…) pasarán entre nosotros… Unas veces se llena el aire de (…) de inciensos. Otras veces, por este lado o por aquél, una figura de estatua [421] rezará aspersiones… Y nosotros siempre los mismos vitrales, en los colores cuando nos dé el sol, en las líneas cuando caiga la noche… Los siglos no tocarán a nuestro silencio vítreo… Por allá fuera pasarán civilizaciones, estallarán revueltas, se arremolinarán fiestas, correrán [422] mansos cotidianos pueblos… Y nosotros, oh amor mío viril, tendremos siempre el mismo gesto inútil, la misma existencia falsa, y la misma (…)

Hasta [que] un día, después de varios siglos, de imperios, la Iglesia se derrumbe por fin y todo termine…

Pero nosotros, que no sabemos de ella, seguiremos todavía, no sé cómo, no sé en qué espacio, no sé por qué tiempo, siendo vitrales eternos, horas de ingenuo dibujo pintado por algún artista que duerme hace mucho tiempo bajo un túmulo godo en el que dos ángeles, con las manos juntas, hielan en mármol la idea de la muerte.

18

Te rezo a ti mi amor porque mi amor es ya una oración; pero no te concibo como amada ni te elevo ante mí como santa.

Que tus acciones [423] sean la estatua de la renuncia, tus gestos el pedestal de la indiferencia, tus palabras los /vitrales/ de la negación,

19

De tan suave y aérea, la hora era un ara donde orar. Por cierto que en el horóscopo de nuestro encuentro benéficas conjunciones culminaban. Tal, tan sedosa y tan sutil, la materia incierta del sueño visto que se entrometía en nuestra conciencia de sentir. Había cesado por completo, como un verano cualquiera, nuestra noción ácida de que no vale la pena vivir. Renacía aquella primavera que, aunque por error, podíamos pensar que hubiésemos tenido. En el desprestigio de nuestras semejanzas, los estanques se lamentaban de la misma manera, entre árboles, y las rosas en los arriates descubiertos, y la melodía indefinida de vivir -todo irresponsablemente.

No vale la pena presentir ni conocer. Todo el futuro es una niebla que nos rodea y mañana sabe a hoy cuando se entrevé. Mis destinos, los payasos que la caravana abandonó, y esto sin mejor claro de luna que el claro de luna en los caminos, ni otros estremecimientos en las hojas que la brisa, y la incertidumbre del momento y nuestro pensar allí estremecimientos. Púrpuras distantes, sombras fugitivas, el sueño siempre incompleto y no creyendo que la muerte lo complete, rayos de sol mortecino, la lámpara de la casa en la ladera, la noche angustiosa, el perfume de muerte entre los libros sólo, con la vida allá fuera, árboles oliendo a verdes en la inmensa noche más estrellada del otro lado del monte. Así tus amarguras tuvieron su consorcio benigno; tus pocas palabras consagraron regio al embarque, no volverán nunca ningunas naves, ni las verdaderas, y el humo de vivir ha desnudado los contornos de todo, dejando sólo las sombras, y los engastes, penas de las aguas en los lagos aciagos entre bojes por portones (la vista de lejos) Watteau, la angustia, y nunca más. Copas sólo para las cicutas inevitables -no las tuyas, sino la vida de todos, e incluso los faroles, los recesos, las alas vagas, oídas sólo, y con el pensamiento, en la noche inquieta, sofocada, que minuto a minuto se alza de sí misma y avanza por su angustia. Amarillo, verdinegro, azul-amor -todo muerto, alma mía, todo muerto, ¡y todos los navíos aquel navío sin partir! Reza por mí y quizás Dios exista por ser por mí por quien rezas. Bajito, la fuente lejos, la vida insegura, el humo que acaba en el caserío donde anochece, la memoria turbia, el río apartado… Dame que duerma, dame que me olvide, señora de los Designios Inciertos, Madre de las Caricias y de las bendiciones inconciliables con existir…

20

Tus collares de perlas falsas han amado conmigo mis horas mejores. Eran claveles las flores preferidas, tal vez porque no significaban primores. Tus labios festejaban sobriamente la ironía de su propia sonrisa. ¿Comprendías bien tu destino? Era por conocerlo sin que lo comprendieses por lo que el misterio escrito en la tristeza de tus ojos había sombreado tanto tus labios /desistidos/. Nuestra Patria estaba demasiado lejos para las rosas. En las cascadas de nuestros jardines el agua era diáfana [424] de silencios. En las pequeñas cavidades rugosas de las piedras, por donde el agua optaba [425] había secretos que tuvimos cuando niños, sueños del tamaño parado de nuestros soldados de plomo, que podían ser puestos en las piedras de la cascada, en la ejecución estática de una gran acción militar, sin que faltase nada a nuestros sueños, ni nada detuviese a nuestras suposiciones.

21 Libro del Desasosiego o Filatelista [426]

Nosotros no podemos amar, hijo. El amor es la más carnal de las ilusiones. Amar es poseer, escucha. ¿Y qué posee quien ama? ¿El cuerpo? Para poseerlo sería necesario hacer nuestra su materia, comerlo, incluirlo en nosotros… Y esa imposibilidad sería temporal, porque nuestro propio cuerpo pasa y se transforma, porque nosotros no poseemos otro cuerpo (poseemos tan sólo la sensación de él), y porque, una vez poseído ese cuerpo amado, se volvería nuestro, dejaría de ser otro, y el amor, por eso, con la desaparición del otro-ente, desaparecería.

¿Poseemos el alma? -Óyeme en silencio-. No la poseemos nosotros. Ni siquiera nuestra alma es nuestra. ¿Cómo, por lo demás, poseer un alma? Entre alma y alma existe el abismo de ser almas.

¿Qué poseemos? ¿Qué poseemos? ¿Qué nos lleva a amar? ¿La belleza? ¿Y la poseemos amando? La más feroz y dominadora posesión de un cuerpo, ¿qué posee de él? Ni el cuerpo, ni el alma, ni siquiera la belleza. La posesión de un cuerpo lindo no abraza a la belleza, abraza a la carne celulada y grasienta; el beso no toca la belleza de la boca, sino la carne húmeda de los labios perecederos con /mucosas/; la propia cópula es sólo un contacto, un contacto restregado y cercano, pero no una penetración real, siquiera de un cuerpo por otro cuerpo… ¿Qué poseemos nosotros? ¿Qué poseemos?

¿Nuestras sensaciones, al menos? ¿Al menos el amor es un medio de poseernos, a nosotros, en nuestras sensaciones? ¿Es, al menos, un modo de soñar nítidamente, y más gloriosamente por lo tanto, el sueño de existir? Y, al menos, desaparecida la sensación, queda el recuerdo de ella siempre con nosotros y, así, poseemos realmente…

Desengañémonos hasta de esto. Ni nuestras sensaciones poseemos. No hables. La memoria, al final, es la sensación del pasado… Y toda sensación es una ilusión…

– Escúchame, escúchame siempre. -Escúchame y no mires por la ventana abierta la llana otra margen del río, ni el crepúsculo (…), ni este silbido de un tren que corta la vaga lejanía (…) -Escúchame en silencio…

Nosotros no poseemos nuestras sensaciones… Nosotros no nos poseemos en ellas.

(Urna inclinada, el crepúsculo vierte sobre nosotros un óleo de (…) donde las horas, pétalos de rosas, flotan espaciadamente.)

22

Yo no poseo mi cuerpo, ¿cómo puedo poseer con él? Yo no poseo mi alma, ¿cómo puedo poseer con ella? No comprendo a mi espíritu, ¿cómo comprender a través de él?

Nuestras sensaciones pasan -cómo poseerlas pues -o lo que ellas muestran mucho menos. ¿Posee alguien un río que corre, pertenece a alguien el viento que pasa?

No poseemos ni un cuerpo ni una verdad -ni siquiera una ilusión. Somos fantasmas de mentiras, sombras de ilusiones y mi vida es vana por fuera y por dentro.

¿Conoce alguien las fronteras de su alma, para que pueda decir: yo soy yo?

Pero sé que lo que yo siento, lo siento yo.

Cuando otro posee ese cuerpo, ¿posee en él lo mismo que yo? No. Posee otra sensación.

¿Poseemos algo nosotros? Si no sabemos lo que somos, ¿cómo sabemos lo que poseemos?

23

Faltamos si entretuvimos. (Podemos morir si apenas amamos.)


21-10-1931.

24 Glorificación de las estériles

Si de entre las mujeres de la tierra viniera yo un día a tomar (una) esposa, que tu oración por mí sea ésta: que, de cualquier manera, sea estéril. Pero pide también, si por mí rezases, que yo no venga nunca a robar para mí a esa esposa supuesta.

Sólo la esterilidad es noble y digna. Sólo matar lo que nunca ha sido es alto y /perverso/ y absurdo.

25 Vía Láctea

…con meneos de frase de una espiritualidad venenosa…

…rituales de púrpura rota, ceremoniales misteriosos de ritos contemporáneos de nadie,

…secuestradas sensaciones sentidas en un cuerpo distinto del físico, pero cuerpo físico a su modo, espaciando sutilezas entre complejo y sencillo…

…laguna donde flota, diáfana [427], una intuición de oro fosco, tenuemente desnuda de haberse realizado alguna vez, y sin duda por ondulantes primores lirio entre manos muy blancas…

…pactos entre el torpor y la angustia, verdinegros, templados para la vista, cansados entre centinelas de tedio…

…nácar de inútiles consecuencias, alabastro de frecuentes maceraciones -oro, cárdeno y orla(s) los entretenimientos con ocasos, pero no barcos para mejores márgenes, ni puentes para crepúsculos mayores…

…ni siquiera al borde de la idea de los estanques, de muchos estanques, lejanos a través de los chopos, o cipreses tal vez, según las sílabas de ofendida con que la hora pronunciaba su nombre…

…por eso ventanas abiertas sobre muelles, continuo maretear contra diques, séquito confuso como ópalos, loco y absorto, entre lo que amarantos y terebintos escriben a insomnios de entendimiento en los muros oscuros de poder oír…

…hilos de plata rara, nexos de púrpura deshilada, bajo tilos sentimientos inútiles, y por avenidas donde bojes callan, parejas antiguas, abanicos súbitos, gestos vagos, y mejores jardines sin duda esperan al cansancio plácido de no más que paseos y alamedas…

…quincunces, enramadas, cavernas artificiales, macizos hechos, surtidores, todo el arte subsistente de maestros muertos que habían, entre duelos íntimos de insatisfecho con evidente, decidido procesiones de cosas para sueños por las calles estrechas de las aldeas antiguas de las sensaciones…

…tonadas en mármol en lejanos palacios, reminiscencias poniendo manos sobre las nuestras, miradas casuales de indecisiones ocasos en cielos fatídicos anocheciendo en estrellas sobre silencios de imperios que decaen…

Reducir la sensación a una ciencia, hacer del análisis psicológico un método preciso como un instrumento de micróscopo -pretensión que ocupa, sed calma, el nexo de voluntad de mi vida…

Es entre la sensación y la conciencia de ella donde suceden todas las grandes tragedias de mi vida. En esa región indeterminada, sombría, toda de florestas y ruidos de agua, neutral hasta al ruido de nuestras guerras, transcurre aquel ser mío cuya visión busco en vano…

Yazgo mi vida. (Mis sensaciones son un epitafio, extenso por demás, sobre mi vida muerta.) Me acontezco a muerte y ocaso. Lo más que puedo esculpir es sepulcro mío con belleza interior.

Los portones de mi alejamiento se abren hacia parques de infinito, pero nadie pasa por ellos, ni en mi sueño -sino abiertos siempre hacia lo inútil y de hierro eternamente para lo falso…

Deshojo apoteosis en los jardines de las pompas interiores y entre bojes de sueño piso, con una sonoridad dura, los paseos que conducen a Confuso.

He acampado imperios en lo Confuso, a la orilla de silencios, en la guerra flava en que acabará lo Exacto.

El hombre de ciencia reconoce que la única realidad para sí es él mismo, y el único mundo real el mundo como su sensación se lo da. Por eso, en lugar de seguir el falso camino de procurar ajustar sus sensaciones a las de los demás, haciendo ciencia objetiva, procura, por el contrario, conocer perfectamente su mundo y su personalidad. Nada más objetivo que sus sueños. Nada más suyo que su conciencia de sí. Sobre esas dos realidades perfecciona él su ciencia. Es muy diferente ya de la ciencia de los antiguos científicos, que, lejos de buscar las leyes de su propia personalidad y la organización de sus sueños, buscaban las leyes de lo «exterior» y la organización de aquello a lo que llamaban «Naturaleza».

26 /El Sensacionista/ [428]

En este crepúsculo de las disciplinas en que las creencias mueren y los cultos se cubren de polvo, nuestras sensaciones son la única realidad que nos queda. El único escrúpulo que preocupa, la única ciencia que satisface son los de la sensación.

Un decorativismo interior se me acentúa como el modo superior y esclarecido de dar un destino a nuestra vida. Si mi vida pudiese ser vivida en paños de Arras del espíritu, yo no tendría abismos que lamentar.

Pertenezco a una generación -o más bien a una parte de generación- que ha perdido todo el respeto por el pasado y toda creencia o esperanza en el futuro. Vivimos por eso del presente con la gana y el hambre de quien no tiene otra casa [429]. Y, como es en nuestras sensaciones, y sobre todo en nuestros sueños, sólo sensaciones inútiles, donde encontramos un presente, que no recuerda ni al pasado ni al futuro, sonreímos a nuestra vida interior y nos desinteresamos con una somnolencia altiva de la realidad /cuantitativa/ de las cosas.

No somos tal vez muy diferentes de aquellos que, por la vida, sólo piensan en divertirse. Pero el sol de nuestra preocupación egoísta está en el ocaso, y es en colores de crepúsculo y contradicción como nuestro hedonismo se crea escrúpulos.

Convalecemos. En general, somos criaturas que no aprendemos ningún arte u oficio, ni siquiera el de disfrutar de la vida. Extraños a convivencias prolongadas, nos aburrimos en general de los mejores amigos después de estar con ellos media hora; sólo ansiamos verlos cuando pensamos en verlos, y las mejores horas en que los acompañamos son aquellas en que sólo soñamos que estamos con ellos. No sé si esto indica poca amistad. Por ventura no lo indica. Lo que es cierto es que las cosas que más amamos, o creemos amar, sólo tienen su pleno valor real cuando son simplemente soñadas.

No nos gustan los espectáculos. Despreciamos a los actores y a los danzarines. Todo espectáculo es la imitación degradada de lo que sólo tenía que soñarse.

Indiferentes -no de origen, sino debido a una educación de los sentimientos que varias experiencias, dolorosas en general, nos obligan a darnos- a la opinión de los demás, siempre corteses para con ellos, e incluso gustándonos, a través de una indiferencia interesada, porque todo el mundo es interesante y convertible en sueño, pasamos (…)

Sin habilidad para amar, nos antecansan aquellas palabras que sería preciso decir para convertirse en amado. Por lo demás, ¿quién de nosotros quiere ser amado? El «on le fatigait en l'aimant» de René [430] no es nuestra divisa justa. La propia idea de ser amados nos cansa, nos cansa hasta la alarma.

Mi vida es una fiebre perpetua, una sed siempre renovada. La vida /real/ me fastidia como un día de calor. Hay cierta bajeza en el modo como fastidia.

(¿1914?)

27 Marcha Fúnebre para el Rey Luís Segundo de Baviera

Hoy, más parsimoniosa que nunca, ha venido la Muerte a vender a mi umbral. Delante de mí, más parsimoniosa que nunca, ha desdoblado las alfombras, las sedas y los damascos de su olvido y de su consolación. Se sonreía ante ellos, por elogio, y no importándole que yo la viese. Pero cuando yo me tentaba a comprar, me dijo que no los vendía. No había venido para que yo quisiese lo que mostraba, sino para que, por lo que traía, la quisiese a ella. Y, de sus alfombras, me dijo que eran las que se pisaban [431] en su palacio lejano; de sus sedas, que otras no se vestían en su castillo de [432] sombra; de sus damascos, que mejores todavía eran los que cubrían, manteles, los retablos de su estancia más allá del mundo.

El apego natal, que me prendía a mi umbral desnudo, con gesto suave (lo) desató. «Tu lar», dijo, «no tiene lumbre: ¿para qué quieres tú tener un lar?» «Tu casa», me dijo, «no tiene pan: ¿con qué te sonríe tu [433] mesa?» «Tu vida», me dijo, «no tiene quien la acompañe: ¿con quién [434] te seduce tu vida?»

«Yo soy», dijo ella, «la lumbre de los hogares apagados, el pan de las mesas desiertas, la compañera solícita de los solitarios y de los /incomprendidos/. La gloria, que falta en el mundo, es pompa en mi /negro/ dominio. En mi imperio, el amor no cansa porque sufra por tener; ni duele porque se canse de nunca haber tenido. Mi mano se posa con levedad en los cabellos de los que piensan, y olvidan; contra mi seno se recuestan los que en vano esperaban, y por fin [435] confían».

«El amor que me tienen», dijo ella, «no tiene pasión que consuma; celo que desvaríe; olvido que /deslustre/. Amarme es como una noche de verano, cuando los mendigos duermen al relente, y parecen sombras [436] al borde de los caminos. De mis labios mudos no viene un canto como el de las sirenas ni una melodía como la de los árboles y las fuentes; pero mi silencio acoge como una música indecisa, mi sosiego acaricia como el torpor de una brisa».

«¿Qué tienes tú», dijo ella, «que te ate a la vida?» El amor no te busca, la gloria no te procura, el poder no te encuentra. La casa que heredaste la heredaste en ruinas. Las tierras que recibiste, había quemado el cielo sus /primicias/ y el sol ardido sus promesas. Nunca has visto, sino seco, el pozo de tu hacienda. Se pudren, desde antes que las veas, las hojas de tus estanques. Las malas hierbas cubrían los paseos y las alamedas por donde tus pies nunca han pasado.

«Pero en mi dominio, donde sólo la noche reina, tendrás el consuelo, porque no tendrás la esperanza; tendrás el olvido, porque no tendrás el deseo; tendrás el reposo, porque no tendrás la vida.»

Y me mostró cuan estéril era la esperanza de mejores días, cuando no se ha nacido con alma, en que los días mejores [437] se pueden conseguir. Me mostró cómo el sueño no consuela, porque la vida duele más cuando se despierta. Me mostró cómo el sueño no descansa, porque lo habitan fantasmas, sombras de cosas, restos de los gestos, embriones muertos de los deseos, despojos del naufragio de vivir.

Y, así diciendo, dobló despacio, más parsimoniosa que nunca, sus alfombras, en las que mis ojos se seducían, sus sedas, que mi alma codiciaba, los damascos de sus retablos, donde sólo mis lágrimas caían.

¿Por qué has de tratar de ser como los demás, si estás condenado a ti? ¿Para qué has de reír, si, cuando ríes, tu propia alegría sincera es falsa porque nace de olvidarte de quién eres? ¿Para qué has de llorar, si sientes que de nada te sirve, y lloras más que las lágrimas no te consuelen que porque las lágrimas te consuelen?

Si eres feliz cuando ríes, cuando ríes [438] he vencido; si entonces eres feliz porque no te acuerdas de quién eres, ¿cuánto más feliz no serás conmigo, donde ya no te acordarás de nada? Si descansas perfectamente, si acaso duermes sin soñar, ¿cómo no descansarás en mi lecho, donde el sueño nunca tiene sueños? Sí un momento te elevas porque ves la Belleza, y te olvidas de ti y de la vida, ¿cómo no te elevarás en mi palacio, cuya belleza nocturna no sufre discordia, ni edad, ni comparación; en mis salas donde ningún viento perturba los reposteros, ningún polvo cubre los espaldarcetes [439], ninguna luz deslustra, poco a poco, los veludos y los paños, ningún tiempo amarillece la /blancura de los ornatos blancos/.

¡Ven a mi cariño, que no sufre mudanza; a mi amor, que nunca cesa! Bebe de mi copa, que no se agota, el néctar supremo que no enfada ni amarga, que no disgusta ni embriaga. ¡Contempla, desde la ventana de mi castillo, no el claro de luna y el mar, que son cosas bellas y por eso imperfectas, sino la noche vasta y maternal, el esplendor indiviso del abismo profundo!

En mis brazos olvidarás el propio camino doloroso que te ha traído a ellos. ¡Contra mi seno no sentirás ya el propio amor que hizo que lo buscases! Siéntate a mi lado, en mi trono, y eres para siempre el emperador indestronable del Misterio y del Graal, coexistes [440] con los dioses y con los destinos, en no ser nada, en no tener aquende y allende, en no precisar ni de lo que te falte, ni siquiera incluso de lo que te baste.

Seré tu esposa maternal, tu hermana gemela encontrada. Y casadas conmigo todas tus angustias, reservado a mí todo lo que en ti buscabas y no tenías, tú mismo te perderás en mi substancia mística, en mi existencia negada, en mi seno en el que los dioses se desvanecen. [»]

¡Señor Rey del Desapego y de la Renuncia, Imperador de la Muerte y del Naufragio, sueño vivo errando, fastuoso, entre las ruinas y los exilios [441] del mundo!

¡Señor Rey de la Desesperanza entre pompas, dueño doloroso de los palacios que no le satisfacen, maestro de los cortejos y de los aparatos que no consiguen apagar la vida!

¡Señor Rey erguido de los túmulos, que viniste en la noche y a la luz de la luna a contar tu vida a las vidas, paje de los lirios deshojados, heraldo imperial de la frialdad de los marfiles! ¡Señor Rey Pastor de las Vigilias, caballero andante de las Angustias, sin gloria y sin dama a la claridad lunar de los caminos, señor en las florestas en las escarpas, perfil mudo, con la visera caída, pasando [442] por los valles, incomprendido por las aldeas, chasqueado por las villas, despreciado por las ciudades! Señor Rey que la Muerte ha consagrado Suyo, pálido y absurdo, olvidado y desconocido, reinando entre piedras foscas y velludos viejos, en un trono final de lo Posible, con su corte ideal rodeándole, sombras, y su milicia fantástica, guardándolo, misteriosa y vacía.

Traed, pajes; traed, vírgenes; traed, siervos y siervas, las copas, las salvas y las guirnaldas para el festín a que la Muerte asiste. ¡Traedlas y venid de negro, con la cabeza coronada de /mirtos/!

Mandrágora sea lo que traigáis en las copas, (…) en las salvas, y las guirnaldas sean de violetas (…) de las flores tristes que recuerden a la tristeza.

Va el Rey a /cenar/ con la Muerte, en su palacio antiguo, a la orilla del lago, entre las montañas, lejos de la vida, ajeno al mundo.

Una brisa de atención recorre las alas.

Helo que va a llegar, con la muerte que nadie [443] ve y la (…) que no llega nunca.

Heraldos, tocad! ¡Atended!

Tu amor por las cosas soñadas era tu desprecio por las cosas vividas.

¡ Rey-Virgen que despreciaste el amor,

Rey-Sombra que desdeñaste la luz,

Rey-Sueño que no quisiste la vida!

¡Entre el estrépito sordo de címbalos y atabales, la Sombra te aclama Emperador!

Luz en el ocaso tu adviento a estas regiones donde la Muerte reina [444].

Te coronaron con flores misteriosas, de colores ignorados [445], guirnalda absurda que te cabe como a un dios depuesto.

…tu /purpúreo culto/ del sueño, (…) fausto de la antecámara de la Muerte.

hetarios [446] imposibles del abismo

¡Tocad, heraldos, desde lo alto de las almenas, saludando a esta gran madrugada!

¡El Rey de la Muerte va a llegar a su dominio!

Flores del abismo, rosas negras, claveles de color blanco de luna, amapolas de un rojo que tiene luz.

28

¡Y para ti, oh Muerte, va nuestra alma y nuestra creencia, nuestra esperanza y nuestra salutación!

¡Señora de las Ultimas Cosas, Nombre Carnal del Misterio y del abismo -alienta y consuela a quien te busca, sin osar buscarte!

Señora de la Consolación.

¡Virgen-Madre del Mundo absurdo, forma del Caos incomprendido, arrastra y extiende tu reino sobre todas las cosas -sobre las flores que presienten que se marchitan, sobre las fieras que se estremecen de viejas, sobre las almas que han nacido para amarte- entre el error y la ilusión de la vida!

La vida, espiral de la Nada, infinitamente ansiosa por lo que no puede haber.

29

Artífices de la morbidez, esmerémosnos en enseñar a desilusionarse. Curiosos de la vida, observemos todos los muros, antecansados de saber que no vamos a ver nada /de nuevo o de bello/.

Tejedores de la desesperanza, tejamos tan sólo mortajas -mortajas blancas para los sueños que nunca soñamos, mortajas negras para los días que morimos, mortajas color ceniza para los gestos que apenas soñamos, mortajas imperiales-de-púrpura para nuestras sensaciones inútiles.

Por las montaneras y por los valles y por las márgenes (…) de (…) pantanos, cazan cazadores el lobo y la corza (…) y el pato salvaje también. Odiémoslos, no porque matan [447], sino porque gozan (y nosotros no gozamos).

Sea la expresión de nuestro rostro una sonrisa pálida, como de alguien que va a llorar, una mirada vaga, como de alguien que no quiere ver, un desdén esparcido por todas las facciones, como de alguien que desprecia la vida y sólo la vive para tener que despreciarla.

Y sea nuestro desprecio para los que trabajan y luchan y nuestro odio para los que esperan y confían.

(Fin)

30 Viaje Nunca Hecho

Fue por culpa de un crepúsculo de vago otoño por lo que partí para ese viaje que nunca hice.

El cielo -imposiblemente me acuerdo- era de un resto cárdeno de oro triste, y la línea agónica de los montes, clara, tenía una aureola cuyos tonos de /muerte/ le penetraban, suavizadores, en la /astucia/ de su contorno. Desde la otra amurada del barco (hacía más frío y era más de noche sobre ese lado del toldo) el océano temblaba hasta donde el horizonte este se entristecía, y donde, poniendo penumbras de noche en la línea /líquida/ y oscura del mar extremo, un hálito de tiniebla flotaba como una niebla en un día de calor.

El mar, me acuerdo, tenía tonalidades de sombra, de mezcla con fugas onduladas de vaga luz -y era todo misterioso como una idea triste en un momento de alegría, profético no sé de qué.

Yo no partí de un puerto conocido. Ni sé hoy qué puerto era, porque todavía no he estado allí. Tampoco, igualmente, el propósito ritual de mi viaje era ir en demanda de puertos inexistentes -puertos que fuesen tan sólo el entrar-hacia-puertos; ensenadas olvidadas de ríos, estrechos entre ciudades irreprensiblemente irreales. Pensáis, sin duda, al leerme, que mis palabras son absurdas. Es que nunca habéis viajado como yo.

¿Partí yo? Yo no os juraría que partí. Me encontré en otras partes, en otros puertos, pasé por ciudades que no eran aquélla, aunque ni aquélla ni ésas fueran ciudades ningunas. Juraros que fui yo quien partió y no el paisaje, que fui yo quien visitó otras tierras y no ellas las que me visitaron -no puedo hacéroslo. Yo que, no sabiendo lo que es la vida, no sé si soy yo quien vivo o si es ella quien me vive (tenga este verbo al «vivir» el sentido que quiera tener), seguro que no iré a juraros nada.

He viajado. Creo inútil explicaros que no llevé ni meses, ni días, ni otra cantidad cualquiera de cualquier tiempo viajando. Viajé en el tiempo, es cierto, pero no del lado de acá del tiempo, donde lo contamos por horas, días y meses; fue del otro lado del tiempo por donde yo viajé, donde el tiempo no se cuenta con una medida. Transcurre, pero sin que sea posible medirlo. Es como más rápido que el tiempo que hemos visto vivirnos. Me preguntáis a vosotros, seguro, qué sentido tienen estas frases. Nunca erréis así. Despedíos del error de preguntar el sentido a las cosas y a las palabras. Nada tiene un sentido.

¿En qué barco hice ese viaje? En el vapor Cualquiera. /Os reís./ Yo también, y de vosotros tal vez. ¿Quién os dice, y a mí, que no escribo símbolos para que los comprendan los dioses?

No importa. Partí por el crepúsculo. Tengo todavía en el oído el ruido férreo de alzar el ancla a vapor. En el soslayo de mi memoria se mueven todavía lentamente, para entrar por fin en su posición de inercia, los brazos del guindaste de a bordo que hacía horas había abrumado a mi vista de continuos cajones y barriles. Éstos rompían súbitos, cogidos alrededor por una cadena, de por cima de la amurada donde tropezaban, arañando, y después, oscilando, se iban dejando empujar, empujar, hasta quedar por cima de la bodega, hacia donde, súbitos, bajaban (…), hasta, con un choque sordo de madera, llegar aplastante-mente a un lugar oculto de la bodega. Después sonaban allá abajo al desatarlos; en seguida subía sólo la cadena agitándose en el aire, y volvía a empezar todo, como inútilmente.

¿Para qué os cuento yo esto? Porque es absurdo estar contándoslo, visto que es de mis viajes de lo que dije que hablaría.

He visitado Nuevas Europas, y Constantinoplas otras han acogido a mi llegada /velera/ en Bósforos falsos. ¿De llegada velera os espantáis? Es como lo digo, así mismo. El vapor en que partí llegó hecho un barco de vela al puerto […] Que esto es imposible, decís. Por eso me ha sucedido.

Nos llegaron, en otros vapores, noticias de guerras soñadas en Indias imposibles. Y, al oír hablar de esas tierras teníamos inoportunamente añoranzas de la nuestra, dejada tan atrás, /quién sabe si en aquel mundo/.

31 Viaje Nunca Hecho

Y así me escondo detrás de la puerta, para que la Realidad, cuando entra, no me vea. Me escondo debajo de la mesa, donde súbitamente le pego sustos a la Posibilidad. De modo que me despego de mí como a los dos brazos de un abrazo, los dos grandes tedios que me aprietan -el tedio de poder vivir sólo lo Real, el tedio de poder concebir sólo lo Posible.

Triunfo así de toda realidad. ¿Castillos de arena, mis triunfos?… ¿De qué cosa esencialmente divina son los castillos que no son de arena?

¿Cómo sabéis que viajando así no me he seguido [448] oscuramente?

Infantil de absurdo, revivo mi niñez, y /juego con las ideas de las cosas como con soldados de plomo, con los cuales, de niño, hacía cosas que se antipatizaban con la idea de soldado./

Ebrio de errores, me pierdo por unos momentos de sentirme

32 (Prefacio)

Cuando, como una noche de tempestad a la que sigue el día, el cristianismo pasó de sobre las almas, se vio el estrago que, invisiblemente, había causado; la ruina, que había causado, sólo se vio cuando había pasado ya. Creyeron unos que fue por su falta por lo que vino esa ruina; pero fue por su ida por lo que se había mostrado, no por lo que se había causado.

Quedó, entonces, en este mundo de almas, la ruina visible, patente la desgracia, sin la tiniebla que la cubriese de su cariño falso. /Las almas se volvieron tales cuales eran./

Empezó, entonces, en las almas recientes, aquella enfermedad a la que se llamó romanticismo, aquel cristianismo sin ilusiones, aquel cristianismo sin mitos, que es la propia sequedad de su esencia morbosa.

Todo el mal del romanticismo es la confusión entre lo que nos es preciso y lo que deseamos. Todos nosotros /necesitamos/ de las cosas indispensables a la vida, a su conservación y a su continuación; todos nosotros deseamos una vida más perfecta, una felicidad completa, la realidad de nuestros sueños y (…)

Es humano querer lo que nos es necesario, y es humano desear lo que no nos es preciso, pero es deseable para nosotros. Lo que es una enfermedad es desear con igual intensidad lo necesario y lo que es deseable, sufrir por no ser perfecto como si se sufriese por no tener pan. El mal romántico es éste: es querer la luna como si hubiese una manera de obtenerla.

«No se puede comer pastel sin perderlo.»

En la esfera /baja/ de la política, como en el íntimo recinto de las almas -el mismo mal.

El pagano desconocía, en el mundo real, este sentido enfermizo de las cosas y de sí mismo. Como era un hombre, deseaba también lo imposible; pero no lo quería. Su religión era (…) y sólo en los penetrales del misterio, a los iniciados tan sólo, lejos del pueblo y de los (…) eran enseñadas esas cosas trascendentes de las religiones que llenan las almas del vacío del mundo.

(Anterior a 1929.)

33 Declaración de Diferencia

Las cosas del estado y de la ciudad no ejercen poder sobre nosotros. Nada nos importa que los ministros y los áulicos hagan falsa gerencia de las cosas de la nación. Todo esto sucede allá fuera, como el barro en los días de lluvia. Nada tenemos que ver con eso que tenga al mismo tiempo que ver con nosotros.

De modo semejante, no nos interesan las grandes convulsiones, como la guerra y las crisis de los países. Mientras no entran en nuestra casa, nada nos importa a qué puertas llaman. Esto, que parece que se apoya en un gran desprecio por los demás, en realidad sólo tiene por base nuestro aprecio escéptico de nosotros mismos.

No somos bondadosos ni caritativos -no porque seamos lo contrario, sino porque no somos ni una cosa ni la otra. La bondad es la delicadeza de las almas groseras. Tiene para nosotros el interés de un episodio sucedido en otras almas, y con otras formas de pensar. Observamos, y no aprobamos ni dejamos de aprobar. Nuestro oficio es no ser nada.

Seríamos anarquistas si hubiésemos nacido en las clases que a sí mismas se llaman desprotegidas, o en otras cualesquiera desde las que se pueda bajar o subir. Pero, en verdad, nosotros somos, en general, criaturas nacidas en los intersticios de las clases y de las divisiones sociales -casi siempre en ese estado decadente que está entre la aristocracia y la (alta) burguesía, el lugar social de los genios y de los locos con quien se puede simpatizar.

La acción nos desorienta, en parte por incompetencia física, aún más por inapetencia moral. Nos parece inmoral actuar. Todo pensamiento nos parece degradado por la expresión en palabras, que lo convierten en cosa de los demás, que lo hacen comprensible a los que lo comprenden.

Es grande nuestra simpatía por el ocultismo y por las artes de lo escondido. No somos, sin embargo, ocultistas. Nos falta para esto la voluntad innata y, además, la paciencia para educarla de modo que se convierta en el perfecto instrumento de los magos y de los magnetizadores. Pero simpatizamos con el ocultismo, sobre todo porque suele expresarse de manera que muchos que leen, e incluso muchos que creen comprender, nada comprenden. Es soberbiamente superior esa actitud misteriosa. Y, además de esto, fuente copiosa de sensaciones del misterio y del terror: las larvas de lo astral, los extraños entes de cuerpos diferentes que la magia ceremonial evoca en sus templos, las presencias desencarnadas de la materia de este plano, que flotan en torno a nuestros sentidos cerrados, en el silencio físico del sonido interior -todo esto nos acaricia con una mano viscosa, terrible, en el desamparo y en la oscuridad.

Pero no simpatizamos con los ocultistas en la parte en que son apóstoles y amantes de la humanidad; esto los desnuda de su misterio. La única razón de que un ocultista funcione en lo astral es bajo la condición de hacerlo por estética superior, y no para el siniestro fin de hacer bien a ninguna persona.

Casi sin saberlo, hace presa en nosotros una simpatía atávica por la magia negra, por las formas prohibidas de la ciencia trascendente, por los Señores del Poder que se vendieron a la Condenación y a la Reencarnación degradada. Nuestros ojos de débiles y de inseguros se pierden, con un celo femenino, en la teoría de los grados invertidos, en los ritos inversos, en la curva siniestra de la jerarquía descendente.

Satán, sin que lo queramos, posee para nosotros una sugestión como de macho respecto a la hembra. La serpiente de la Inteligencia Material se nos ha enroscado al corazón, como al caduceo simbólico del Dios que comunica: Mercurio, señor de la Comprensión.

Aquellos de nosotros que no son pederastas desearían tener el valor de serlo. Toda inapetencia por la acción inevitablemente feminiza. Malogramos nuestra verdadera profesión de amas de casa y castellanas sin quehacer por desvío del sexo en la encarnación presente. Aunque no creamos absolutamente en esto, sabe la sangre de la ironía actuar en nosotros como si lo creyésemos. Todo [449] esto no es por maldad, sino por debilidad. Adoramos, a solas, al mal, no por ser el mal, sino porque es más intenso y fuerte que el bien, y todo cuanto es intenso y fuerte atrae a los nervios que debían de ser de mujer. Pecca fortiter no puede ir con nosotros, que no tenemos fuerza, ni siquiera la de la inteligencia, que es la que tenemos. Piensa en pecar fuertemente -es lo más que para nosotros puede valer esa indicación aguda. Mas ni siquiera eso nos es a veces posible: la propia vida interior tiene una realidad que a veces nos duele por ser una realidad cualquiera. Que haya leyes para la asociación de ideas, como para todas las operaciones del espíritu, insulta a nuestra indisciplina nativa.

(¿1914?)

34 Cenotafio

Ni una viuda ni un hijo le puso en la boca el óbolo con que pagase a Caronte. Están velados para nosotros los ojos con que transpuso la Estigia y vio nueve veces reflejado en las aguas inferas el rostro que no conocemos. No tiene nombre entre nosotros la sombra ahora errante por las márgenes de los ríos soturnos; su nombre es sombra también.

Murió por la Patria, sin saber cómo ni por qué. Su sacrificio tuvo la gloría de no conocerse. Dio la vida con toda la entereza del alma: por instinto, no por deber; por amor a la Patria, no por conciencia de ella. La defendió como quien defiende a una madre de quien somos hijos, no por lógica, sino por nacimiento. Fiel al secreto primero, no pensó ni quiso, pero vivió su muerte instintivamente, como había vivido su vida. La sombra que usa ahora se hermana con las que cayeron en las Termópilas, fieles en la carne al juramento en que habían nacido.

Murió por la Patria como el sol nace todos los días. Fue por naturaleza aquello en que había de tornarlo la Muerte.

No cayó siervo de una fe ardiente, no le mataron combatiendo por la bajeza de un gran ideal. Libre de la injuria de la fe y del insulto del humanitarismo, no cayó en defensa de una idea política, o del futuro de la humanidad, o de una religión por haber. Lejos de la fe en el otro mundo, con que se engañan los crédulos de Mahoma y los secuaces de Cristo, vio a la muerte llegar sin esperar en ella la vida, vio a la vida pasar sin que esperase una vida mejor.

Pasó naturalmente, como el viento y el día, llevando consigo el alma, que le había hecho diferente. Se sumergió en la sombra como quien entra por la puerta donde llega. Murió por la Patria, la única cosa superior a nosotros de que tenemos conocimiento y razón. El paraíso del mahometano o cristiano, el olvido transcendente del Budista, no se le reflejaron en los ojos cuando en ellos se apagó la llama que le hacía vivo en la tierra. No supo quién fue, como no sabemos quién es. Cumplió el deber, sin saber que lo cumplía. Le guió lo que hace florecer a las rosas y ser bella la muerte de las hojas. La vida no tiene mejor razón, ni la muerte mejor galardón.

…del heroísmo sencillo, sin cielo que ganar por el martirio, o humanidad que ganar mediante el esfuerzo; de la vieja raza pagana que pertenece a la Ciudad y fuera de la que están los bárbaros y los enemigos.

…pero en la emoción con que el hijo quiere a la madre, porque ella es la suave madre y no por ser él su hijo (?)

Visita ahora, conforme los dioses lo conceden, las regiones donde no hay luz, pasando los lamentos del Cocito, y el fuego de Flegetonte y oyendo en la noche el lapso leve de la lívida onda letea.

Es anónimo como el instinto que le mató. No pensó que iba a morir por la Patria; murió por ella. No decidió cumplir su deber; lo cumplió. A quien no tuvo nombre en el alma, justo es que no preguntemos qué nombre definió a su cuerpo. Fue portugués; no siendo tal portugués, es el portugués sin limitación.

Su lugar no está al lado de los fundadores de Portugal, cuya estatura es otra, y otra la conciencia. No le cabe la compañía de los semidioses, por cuya audacia crecieron los caminos del mar y hubo más tierra que caber a nuestro alcance.

Ni estatua ni lápida narre quién fue el que fue todos nosotros; como es todo el pueblo, debe tener por túmulo toda esta tierra. En su propia memoria lo debemos sepultar, y ponerle por lápida tan sólo su ejemplo.

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