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Paso horas, a veces, en el Terreiro do Paço [201], a la orilla del río, meditando en vano. Mi impaciencia me quiere arrancar constantemente de ese sosiego, y mi inercia, constantemente me detiene en él. Medito, entonces, en una modorra física, que se parece a la voluptuosidad casi como el susurro del viento recuerda voces, en la eterna /insaciabilidad de mis deseos vagos,/ en la perenne inestabilidad de mis ansias imposibles. Sufro, principalmente, del mal de poder sufrir. Me falta algo que no deseo y sufro porque eso no es propiamente sufrir.

El muelle, la tarde, el olor del mar, entran todos, y entran juntos, en la composición de mi angustia. Las flautas de los pastores imposibles no son más suaves que el no haber aquí flautas, y eso me las recuerda.

Los idilios lejanos, al pie de los riachuelos, me duelen por dentro a esta hora análoga, (…)

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