320 Estética de la Indiferencia

Ante cada cosa, lo que el soñador debe procurar sentir es la clara indiferencia que ella, en cuanto cosa, le causa.

Sabe, como un inmediato instinto, abstraer de cada objeto o acontecimiento lo que puede tener de sonable, dejando muerto en el Mundo Exterior todo cuanto tiene de real -he ahí lo que el sabio debe tratar de realizar en sí mismo.

No sentir nunca sinceramente sus propios sentimientos, y elevar su pálido triunfo al punto de mirar indiferentemente a sus propias ambiciones, ansias y deseos; pasar por sus alegrías y angustias como quien pasa por lo que [298] no le interesa…

El mayor dominio de sí mismo es la indiferencia por sí mismo, estándose, alma y cuerpo, por la casa y la quinta donde el destino quiso que pasásemos nuestra vida.

Tratar sus propios sueños e íntimos deseos altivamente, en grand seigneur, (…), poniendo una íntima delicadeza en no reparar en ellos. Tener el pudor de sí mismo; percibir que en nuestra presencia no estamos solos, que somos testigos de nosotros mismos, y que por eso importa comportarse ante nosotros mismos como ante un extraño, con una estudiada y serena línea exterior, indiferente por hidalga, y fría por indiferente.

Para que no descendamos ante nuestros ojos basta con que nos acostumbremos a no tener ambiciones ni pasiones, ni deseos, ni esperanzas, ni impulsos, ni desasosiego. Para conseguir esto, acordémonos siempre de que estamos en nuestra presencia, que nunca estamos solos, para que podamos estar a nuestras anchas. Y así dominaremos el tener pasiones y ambiciones porque pasiones y ambiciones son desescudarnos; no tendremos deseos ni esperanzas porque deseos y esperanzas son gestos bajos e inelegantes; ni tendremos impulsos y desasosiegos porque la precipitación es una indelicadeza para con los ojos de los demás, y la impaciencia es siempre una grosería.

El aristócrata es aquel que nunca olvida que jamás está solo; por eso los usos y los protocolos son /atributo/ de las aristocracias. Interioricemos al aristócrata. Arranquémoslo a los salones y /a los jardines/ y pasémoslo a nuestra alma y a nuestra conciencia de que existimos. Estemos siempre ante nosotros con protocolos y usos, con gestos estudiados y para-(los)-otros.

Cada uno de nosotros es todo un barrio [299], […], conviene que al menos tornemos elegante y distinguida la vida de ese barrio, que en las fiestas de nuestras sensaciones haya refinamiento y recato, y […] sobria la cortesía en los banquetes de nuestros pensamientos. En torno a nosotros, podrán las otras almas erigir sus barrios sucios y pobres; marquemos claramente dónde acaba y comienza el nuestro, y que desde la fachada de las casas hasta las alcobas de nuestras timideces, todo sea hidalgo y sereno, construido con una /sobriedad/ o sordina de exhibición. Saber encontrar a cada sensación el modo sereno de realizarse. Hacer al amor reducirse apenas a una sombra de ser sueño de amor, pálido y trémulo intervalo entre las crestas de dos pequeñas olas en las que da el claro de luna. Convertir al deseo en una cosa inútil e inofensiva, en una especie de sonrisa delicada del alma a solas consigo misma; hacer de ella una cosa que nunca piense en realizarse ni en decirse. Al odio, adormecerlo como a una serpiente prisionera, y decir al miedo que de sus gestos sólo guarde la agonía en la mirada, y en la mirada de nuestra alma, única actitud compatible con el ser estética.

Загрузка...