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El cielo del estío prolongado despertaba todos los días de azul verde empañado, y en breve se tornaba de azul ceniciento, de blanco mudo. En el occidente, sin embargo, era del color que suelen llamarlo, a todo él.

Decir la verdad, encontrar lo que se espera, negar la ilusión de todo -¡cuántos lo usan en la subsidencia y en el declive, y de qué manera los nombres ilustres manchan de mayúsculas, como las de las tierras geográficas, las agudezas de las páginas sobrias y leídas!

¡Cosmorama de suceder mañana lo que no podría haber sucedido nunca! ¡Lapislázuli de las emociones discontinuas! ¿Cuántas memorias alberga una suposición facticia, te acuerdas, visión solamente? Y en un delirio intersticiado de certidumbres, leve, breve, suave, el murmullo del agua de todos los parques nace, emoción, del fondo de mi conciencia de mí. Sin nadie los bancos antiguos, y las avenidas arrastran donde están ellos su melancolía de trazados vacíos.

¡Noche en Heliópolis! ¡Noche en Heliópolis! ¡Noche en Heliópolis! ¿quién te dirá las palabras inútiles, me compensará la sangre e indecisión?

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