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La metafísica me ha parecido siempre una forma prolongada de [374] locura latente. Si conociésemos la verdad, la veríamos; todo lo demás es sistema y alrededores. Nos basta, si pensamos, la incomprensibilidad del universo; querer comprenderlo es ser menos que hombres, porque ser hombre es saber que no se comprende.

Me traen la fe como un paquete cerrado en una bandeja ajena. Quieren que lo acepte, pero que no lo abra. Me traen la ciencia, como un cuchillo en un plato, con el que abriré las hojas de un libro de páginas blancas. Me traen la duda, como polvo dentro de una caja, ¿pero para qué me traen la caja si no tiene más que polvo?

A falta de saber, escribo; y uso los grandes términos de la /Verdad ajenos/ conforme a las exigencias de la emoción. Si la emoción es clara y fatal, hablo, naturalmente, de los Dioses, y así la encuadro en una conciencia del mundo múltiple. Si la emoción es profunda, hablo, naturalmente, de Dios, y así la engasto en una conciencia una. Si la emoción es un pensamiento, hablo, naturalmente, del Destino, y así la arrimo a la pared.

Unas veces, el propio ritmo de la frase exigirá Dioses, y no Dios; otras veces, se impondrán las dos sílabas de Dioses [375] y cambio verbalmente de universo; otras veces pesaré [376] las necesidades de una rima íntima, una dislocación del ritmo, un sobresalto de la emoción y el politeísmo o el monoteísmo se amolda y se prefiere. Los Dioses son una función del estilo.


6-5-1930.

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