245 Anteros 222 bis El Amante Visual

Tengo del amor profundo y de su uso provechoso un concepto superficial y decorativo. Estoy sujeto a pasiones visuales. Guardo intacto el corazón entregado a más irreales destinos.

No me acuerdo de haber amado sino el «cuadro» de alguien, lo puro exterior -en que el alma no entra más que para hacer ese exterior animado y vivo- y, así, diferente de los cuadros que hacen los pintores.

Amo así: fijo, por bella, atrayente o, de otro modo cualquiera, amable, una figura de mujer o de hombre -donde no hay deseo no hay preferencia de sexo- y esa figura me obceca, me cautiva, se apodera de mí. Sin embargo, no quiero más que verla, ni […] nada más […] que la facultad de llegar a conocer y a hablar a la persona real que esa figura aparentemente manifiesta.

Amo con la mirada, y no con la fantasía. Porque nada fantaseo de esa figura que me cautiva. No me imagino unido a ella de otra manera […] No me interesa saber qué es, qué hace, qué piensa la criatura que me da, para que lo vea, su aspecto exterior.

La inmensa serie de personas y de cosas que forma el mundo es para mí una galería interminable de cuadros, cuyo interior no me interesa. No me interesa porque el alma es monótona y siempre la misma en todo el mundo; diferentes apenas sus manifestaciones personales, y lo mejor de ella es lo que transborda hacia el sueño, hacia las maneras, hacia los gestos, y así entra en el cuadro que me cautiva […]

Así vivo, en visión pura, el exterior animado de las cosas y de los seres, indiferente, como un dios de otro mundo, al contenido: espíritu de ellos. Profundizo el ser propio en su extensión, y cuando anhelo la profundidad, es en mí y en mi concepto de las cosas donde la busco.

¿Qué puede darme el conocimiento personal de la criatura que así amo en décor [251] No una desilusión, porque, como en el sólo amo el aspecto, y nada de ella fantaseo, su estupidez o mediocridad nada quita, porque yo no esperaba nada sino el aspecto que no tenía que esperar, y el aspecto persiste. Pero el conocimiento personal es nocivo porque es inútil, y lo inútil material es nocivo siempre. Saber el nombre de la criatura, ¿para qué? Y es la primera cosa de la que me entero cuando soy presentado a ella.

El conocimiento personal necesita ser, también, de libertad de contemplación, y que mi género de amar desea. No podemos mirar, contemplar en libertad a quien conocemos personalmente.

Lo que es supérfluo es menos para el artista, porque, perturbándolo, disminuye el efecto.

Mi destino natural de contemplador indefinido y enamorado de las apariencias y de la manifestación de las cosas -objetivista de los sueños, amante visual de las formas y de los aspectos de la naturaleza- no es un caso de lo que los psiquiatras llaman onanismo psíquico, ni siquiera de lo que llaman erotomanía. No fantaseo, como en el onanismo psíquico; no me figuro en sueños amante carnal, ni siquiera amigo de trato, de la criatura a la que miro o recuerdo: nada fantaseo de ella. Ni, como el erotómano, la idealizo y la transporto fuera de la esfera de la estética concreta: no quiero de ella, o pienso de ella, más que lo que me da a los ojos y a la memoria directa y pura de lo que los ojos han visto.

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