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No se sabe si lo que se acaba del día es con nosotros con quienes termina en amargura inútil, o si lo que somos es falso entre penumbras, y no hay más que el gran silencio sin patos salvajes que cae en los lagos donde los juncos alzan su rigidez que desfallece. No se sabe nada, ni el recuerdo queda de las historias de la infancia, algas, ni la caricia tarda de los cielos futuros, brisa en que la impresión se abre lentamente en estrellas. La lámpara votiva oscila insegura en el templo en el que ya no anda nadie, se estancan los estanques al sol de las quintas desiertas, no se conoce el nombre escrito otrora en el tronco, y los privilegios de los desconocidos han ido, como papel mal rasgado, por las calles llenas de un viento grande, a los acasos de los obstáculos que los han parado. Otros se asomarán a la misma ventana que los demás; duermen los que se han olvidado de la sombra mala, nostálgicos del sol que no tenían; y yo mismo, que me atrevo sin gestos, acabaré sin remordimientos, entre juncos encharcados, enlodado del río cercano y del cansancio blando, bajo grandes otoños por la tarde, en confines imposibles. Y a través de todo, como un silbo de angustia desnuda, sentiré a mi alma por detrás del devaneo -aullido hondo y puro, inútil en lo oscuro del mundo.


15-9-1931.

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