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A veces, en mis diálogos conmigo mismo, en las tardes exquisitas de la Imaginación, en coloquios importunos en crepúsculos de salones supuestos, me pregunto, en esos intervalos de la conversación en que me quedo a solas con un interlocutor más yo que los otros, por qué razón verdadera no habrá nuestra época científica extendido su voluntad de comprender hasta los asuntos que son artificiales. Y una de las preguntas en que con más languidez me demoro es la de por qué no se hace, a la par de la psicología usual de las criaturas humanas e infrahumanas, una psicología también -que la debe haber- de las figuras artificiales y de las criaturas cuya existencia transcurre tan sólo en los tapices y en los cuadros. Triste noción tiene de la realidad quien la limita a lo orgánico y no pone la idea de un alma dentro de las estatuillas y de los tejidos. Donde hay forma hay alma.

No son una ociosidad estas consideraciones mías conmigo mismo, sino una elucubración científica como cualquier otra que lo sea. Por eso, antes de, y sin tener una respuesta, supongo lo posible actual y me entrego, en análisis interiores, a la visión imaginada de aspectos posibles de este /desiderátum/ realizado. Apenas pienso en ello, surgen en seguida dentro de la visión de mi espíritu científicos inclinados sobre estampas, sabiendo bien que ellas son vidas; microscopistas de la textura surgen de los tapices; físicos del diseño ancho y oscilante en los contornos; químicos, sí, de la idea de las formas y de los colores de los cuadros; geólogos de las capas estráticas de los camafeos; psicólogos, en fin -y es lo que más me interesa- que una a una anotan y congregan las sensaciones que debe sentir una estatuilla, las ideas que deben pasar por el psiquismo estrecho de una figura de cuadro o de vitral, los impulsos locos, las pasiones sin freno, las compasiones y odios ocasionales y (…) que sienten en una conciencia [401], la especie de tenacidades y muerte en los gestos eternos de los bajorrelieves, en las conciencias [402] ocasionales de los figurantes de las telas.

Más que otras artes, son la literatura y la música propicias a las sutilezas de un psicólogo. Las figuras de novela son -como todos saben- tan reales como cualquiera de nosotros. Ciertos aspectos de unos sonidos tienen un alma-alada y rápida, pero susceptible de psicología y sociología. Porque, bueno es que lo sepan los ignorantes: las sociedades existen dentro de los colores, de los sonidos, de las frases y hay regímenes y revoluciones, reinados [403], políticas y (…) -lo hay en absoluto y sin metafísica- en el conjunto instrumental de las sinfonías, en todo organismo de las novelas, en los metros cuadrados de un cuadro complejo, donde gocen, sufran y se mezclen las actitudes coloreadas de guerreros, de amantes o de simbólicos.

Cuando se rompe una taza de mi colección japonesa, sueño que más que un descuido de las manos de una criada haya sido la causa, o hayan sido las ansiedades de las figuras que habitan las curvas de aquella (…) de loza; la resolución tenebrosa de suicidio que las posee no me causa espanto: Se ha servido de la criada, como me sirvo [404] de un revólver. Saber esto es estar más allá de […]¡y con qué precisión sé esto!

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