El mundo, estercolero de fuerzas instintivas, que en todo caso brilla al sol con tonos pajizos [382] de oro claro y oscuro.
En mi opinión, si lo pienso, pestes, tormentas, guerras, son productos de la misma fuerza ciega, que opera una vez por medio de microbios inconscientes, otra vez por medio de rayos y aguas inconscientes, otra vez por medio de hombres inconscientes. Un terremoto y una mortandad no tienen para mí más diferencia que la que hay entre asesinar con un cuchillo y asesinar con un puñal. El monstruo inmanente en las cosas tanto se sirve -para su bien o su mal, que, a lo que parece, le son indiferentes- de la desviación de un pedrusco en la altura o de la desviación de los celos o de la codicia de un corazón. El pedrusco cae, y mata a un hombre; la codicia y los celos arman a un brazo, y el brazo mata a un hombre. Así es el mundo, estercolero de fuerzas instintivas que todavía brilla al sol con tonos pajizos de oro claro y oscuro.
Para hacerle cara a la brutalidad de indiferencia que constituye el fondo visible de las cosas, descubrieron los místicos que lo mejor era repudiar. Negar el mundo, apartarse de él como de un pantano a cuya orilla nos encontrásemos. Negar como el Buda, negándole la realidad absoluta; negar como el Cristo, negándole la realidad relativa; negar (…) satisfecho del sueño sólo cuando no estoy soñando, satisfecho del mundo sólo cuando sueño lejos de él. Péndulo oscilante, moviéndose siempre para no llegar, yendo sólo para volver, preso eternamente a la doble fatalidad de un centro y de un movimiento inútil.
No he pedido a la vida más que el que no me exigiese nada. A la puerta de la cabaña que no he tenido me he sentado al sol que nunca ha habido y he gozado la vejez futura de mi realidad /cansada/ (con el placer de no tenerla todavía). No haber muerto aún basta para los pobres de la vida, y tener todavía la esperanza de (…)