353 La Divina Envidia

Siempre que tengo una sensación agradable en compañía de otros, les envidio la parte que han tenido en esa sensación. Me parece un impudor que ellos sintiesen lo mismo que yo, que invadiesen mi alma por intermedio del alma, unísonamente sintiendo, de ellos.

La gran dificultad del orgullo que para mí ofrece la contemplación de los paisajes es la dolorosa circunstancia de que es seguro que ya los haya contemplado alguien con una mirada igual.

A horas diferentes, es cierto, y en otros días. Pero me hacen notar cómo sería acariciarme y amansarme con una escolástica que soy superior a merecer. Sé que poco importa la diferencia, que con el mismo espíritu al mirar, otros han tenido ante el paisaje un modo de ver, no como, sino parecido al mío.

Me esfuerzo por eso en alterar siempre lo que veo de una manera que lo torne irrefragablemente mío -de alterar, mintiendo- el momento bello y en el mismo orden de línea de belleza, la línea del perfil de las montañas; en sustituir ciertos árboles y flores por otros, vastamente los mismos diferentísimamente; en ver otros colores de efecto idéntico en el ocaso -y así creo, por como estoy educado, y con el propio gesto de mirar con que espontáneamente veo, un modo interior de lo exterior.

Esto, sin embargo, es el grado ínfimo de substitución de lo visible. En mis buenos y abandonados momentos de sueño invento mucho más.

Hago al paisaje tener para mí los efectos de la música, evocarme imágenes -curioso y dificilísimo triunfo del éxtasis, tan difícil porque el agente evocativo es del mismo orden de sensaciones que lo que ha de evocar. Mi triunfo máximo en el género fue cuando, a cierta hora ambigua de aspecto y luz, al mirar al Muelle del Sodré [335], claramente lo vi una pagoda china con extraños cascabeles en las puntas de los tejados como sombreros absurdos -curiosa pagoda china pintada en el espacio, en el espacio-satén, no sé cómo, en el espacio que hace perdurar a la abominable tercera dimensión.

Y el momento me huele verdaderamente y un […] y lejano y con esa gran envidia [336] de realidad…

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