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En cualquier espíritu [380] que no sea disforme existe la creencia en Dios. En cualquier espíritu que no sea disforme no existe la creencia en un Dios definido. Es cualquier ente, existente e imposible, que lo rige todo; cuya persona, si la tiene, nadie puede definir; cuyos fines, si de ellos usa, nadie puede comprender. Llamándole Dios lo decimos todo, porque, no teniendo la palabra Dios sentido alguno preciso, así lo afirmamos, sin decir nada. Los atributos de infinito, de eterno, de omnipotente, de sumamente justo o bondadoso, que a veces le pegamos se despegan por sí solos como todos los adjetivos innecesarios cuando el substantivo basta. Y él, al que, por indefinido, no podemos dar atributos, es, por eso mismo, el substantivo absoluto.

La misma certeza, y la misma vaguedad, existen en cuanto a la supervivencia del alma. Todos nosotros sabemos que morimos; todos nosotros sentimos que no moriremos. No es precisamente un deseo, ni una esperanza, lo que nos trae esa visión en lo oscuro de que la muerte es un malentendido: /es un raciocinio hecho con las entrañas, que repudia (…)/

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