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Dos veces, en aquella adolescencia mía que siento lejana y que, por así sentirla, me parece una cosa leída, un relato íntimo que me hiciesen, disfruté el dolor de la humillación de amar. Desde lo alto de hoy, mirando hacia atrás, hacia ese pasado, que ya no sé designar ni como lejano ni como reciente, creo que fue bueno que esa experiencia de la desilusión me sucediese tan pronto.

No fue nada, salvo lo que pasé conmigo. En el aspecto exterior del asunto íntimo, legiones humanas de hombres han pasado por las mismas torturas. Pero (…)

Demasiado pronto obtuve, mediante una experiencia, simultánea y conjunta, de la sensibilidad y de la inteligencia, la noción de que la vida de la imaginación, por mórbida que parezca, es sin embargo aquella que conviene a los temperamentos como el mío. Las ficciones de mi imaginación (posterior) pueden cansar, pero no duelen ni humillan. A las amantes imposibles les resulta también imposible la sonrisa falsa, el dolor del cariño, la astucia de las caricias. Nunca nos abandonan, ni de cualquier manera nos faltan.

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