399 cascada

La niña sabe que la muñeca no es real, y la trata como real hasta llorarla y disgustarse cuando se rompe. El arte del niño es el de irrealizar. ¡Bendita esa edad equivocada de la vida, cuándo se niega el amor [356] porque no hay sexo, cuando se niega la realidad por jugar, tomando por reales a cosas que no lo son!

Que sea yo vuelto niño y me quede siéndolo siempre, sin que me importen los valores que los hombres conceden a las cosas ni las relaciones que los hombres establecen entre ellas. Yo, cuando era pequeño, ponía los soldados de plomo, muchas veces, patas arriba… ¿Y hay algún argumento, con aptitudes lógicas para convencer, que me demuestre que los soldados reales no deben andar cabeza abajo?

El niño no da más valor al oro que al vidrio. Y, en verdad, ¿vale más el oro? -El niño juzga oscuramente absurdos las pasiones, las rabias, los recelos que ve esculpidos en los gestos adultos. ¿Y no son en verdad absurdos y vanos todos nuestros recelos y todos nuestros odios y todos nuestros amores?

¡Oh divina y absurda ambición infantil! ¡Visión verdad de las cosas que nosotros revestimos de /convenciones/ en el más desnudo verlas, que nos embrumamos de ideas nuestras en el más directo mirarlas!

¿Será Dios un niño muy grande? El universo entero ¿no parece un juego, una partida de niño Travieso? Tan irreal, tan (…), tan (…)

Os he lanzado, riendo, esta idea al aire y ved cómo, al verla distante de mí, de repente veo lo horrorosa que es. (¿Quién sabe si no contiene la verdad?) Y cae y se rompe a mis pies, en polvo de horror y fragmentos de angustia…

Despierto para saber que existo…

Un gran tedio indeterminado gargariza [357] equivocadamente fresco al oído, por las cascadas, colmenar abajo, allá al fondo /estúpido/ del jardín.

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