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El instinto infante de la humanidad que hace que el más orgulloso de nosotros, si es un hombre y no un loco, anhele, […], la mano paternal que lo guíe a través del misterio y de la confusión del mundo. Cada uno de nosotros es un grano de polvo que el viento de la vida levanta, y después deja caer. Tenemos que arrimarnos a un amparo, que no a una vana figura o amante vano; porque la forma [359] es siempre incierta, el cielo siempre lejano y la vida siempre ajena.

El más alto de nosotros no es más que un conocedor más cercano a lo hueco y a lo incierto de todo.

Puede ser que nos guíe una ilusión; la conciencia [360], sin embargo, es la que no nos guía.

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