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Me quedo pasmado cuando termino algo. Me quedo pasmado y desolado. Mi instinto de perfección debería inhibirme de acabar; debería inhibirme hasta de dar comienzo. Pero me distraigo y hago. Lo que consigo es un producto, en mí, no de una aplicación de la voluntad, sino de una cesión suya. Comienzo porque no tengo fuerza para pensar; acabo porque no tengo alma para suspender. Este libro es mi cobardía.

La razón por la que tantas veces interrumpo un pensamiento con un fragmento de paisaje, que de alguna manera se integra en el esquema, real o supuesto, de mis impresiones, es que este paisaje es una puerta por donde huyo del conocimiento de mi impotencia fecunda [220]. Tengo la necesidad, en medio de las conversaciones conmigo mismo que forman las palabras de este libro, de hablar de repente con otra persona, y me dirijo a la luz que planea, como ahora, sobre los tejados de las casas, que parecen mojados de tenerla al lado; al agitarse blando de los árboles altos de la cuesta ciudadana, que parecen cercanos, en una posibilidad de desahogo mudo; a los carteles superpuestos de las casas escarpadas, con ventanas por letras donde el sol húmedo dora un almidón húmedo.

¿Por qué escribo, si no escribo mejor? ¿Pero qué sería de mí si no escribiese lo que consigo escribir, por inferior a mí mismo que sea en ello? Soy un plebeyo de la aspiración, porque intento realizar; no oso el silencio como quien recela de un cuarto oscuro. Soy como los que aprecian la medalla más que el esfuerzo, y disfrutan de la gloria en la pelliza.

Para mí, escribir es despreciarme; pero no puedo dejar de escribir. Escribir es como la droga que me repugna y tomo, el vicio que desprecio y en el que vivo. Hay venenos necesarios, y los hay sutilísimos, compuestos de ingredientes del alma, hierbas cogidas en los rincones de las ruinas de los sueños, amapolas negras encontradas al pie de las sepulturas […], hojas largas de árboles obscenos que agitan las ramas en las márgenes oídas de los ríos infernales del alma.

Escribir, sí, es perderme, pero todos se pierden, porque todo es pérdida. Pero yo me pierdo sin alegría, no como el río en la desembocadura para la que nació desconocido, sino como el lago formado en la playa por la marea alta y cuya agua nunca más regresa al mar.

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