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y desde lo alto de la majestad de todos los sueños, ayudante de contabilidad en la ciudad de Lisboa [70].

Pero el contraste no me abruma -me alivia; y la ironía que hay en él es sangre mía. Lo que debiera humillarme es mi bandera, que despliego; y la risa con que debería reírme de mí es un clarín con el que saludo y creo [71] una alborada en la que me convierto [72].

¡La gloria nocturna de ser grande no siendo nada! La majestad sombría de esplendor desconocido… Y siento, de repente, la sublimidad del monje en el yermo, del eremita en el retiro, informado de la substancia del Cristo en los arenales [73] y en las cavernas que son la negación del mundo, que son la estatuaria vacía [74].

Y en la mesa de mi cuarto soy menos despreciable, empleado y anónimo, escribo palabras como la salvación del alma (…) anillo de renuncia en mi dedo evangélico, joya sin brillo de mi desdén extático.

(Posterior a 1913)

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