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Si yo hubiese escrito el Rey Lear, soportaría con remordimiento toda mi vida posterior. Porque esa obra es tan grande, qué enormes abultan sus defectos, sus monstruosos defectos, las cosas hasta mínimas que hay entre ciertas escenas y su posible perfección. No es el sol con manchas; es una estatua griega rota. Todo cuanto ha sido hecho está lleno de errores, de faltas de perspectiva, de ignorancias, de rasgos de mal gusto, de debilidades y distracciones. Escribir una obra de arte del tamaño preciso para ser grande, y la perfección precisa para ser sublime, nadie posee el don divino de hacerlo, la suerte de haberlo hecho. Lo que no puede salir de una vez sufre de lo accidentado de nuestro espíritu.

Si pienso en esto, entra en mi imaginación un desconsuelo enorme, una dolorosa certeza de nunca poder hacer nada de bueno y útil para la Belleza. No hay método para conseguir la perfección excepto ser Dios. Nuestro mayor esfuerzo dura tiempo; el tiempo que dura atraviesa diferentes estados de nuestra alma, y cada estado de alma, como no es otro cualquiera, perturba con su personalidad la [399] individualidad de la obra. Sólo tenemos la seguridad de escribir mal cuando escribimos; la única obra grande y perfecta es aquella que nunca se sueñe realizar.

Sigue escuchándome y compadécete. Oye todo esto y dime después si el sueño no vale más que la vida. El trabajo nunca da resultado. El esfuerzo nunca llega a ninguna parte. Sólo la abstención es noble y elevada, porque ella es la que reconoce que la realización es siempre inferior, y que la obra hecha es siempre la sombra grotesca de la obra soñada.

Poder escribir, en palabras sobre papel, que se puedan después leer en voz alta y oír, los diálogos de los personajes de mis dramas imaginados: Esos dramas tienen una acción perfecta y sin interrupción, diálogos sin quiebra, pero ni la acción se esboza en mí en longitud, para que yo la pueda proyectar en realización, ni son propiamente palabras lo que forma la substancia de esos diálogos íntimos, para que, oídas con atención, yo las pueda traducir a escritas.

Amo a algunos poetas líricos porque no fueron poetas épicos o dramáticos, porque tuvieron la justa intuición de nunca querer más realización que la de un momento de sentimiento o ensueño. Lo que se puede escribir inconscientemente -tanto mide lo posible perfecto. Ningún drama de Shakespeare satisface como una poesía lírica de Heine. Es perfecta la lírica de Heine, y todo drama -de un Shakespeare o de otro- es imperfecto siempre. ¡Poder construir, elevar un Todo, componer una cosa que sea como un cuerpo humano, con perfecta correspondencia de sus partes, y con una vida, una vida de unidad y congruencia, que unifique la dispersión de hechuras de las de sus partes [400]!

¡Tú, que me oyes y apenas me escuchas, no sabes lo que es una tragedia! Perder padre y madre, no conseguir la gloria ni la felicidad, no tener un amigo ni un amor -todo eso se puede soportar; lo que no se puede soportar es soñar una cosa bella que no sea posible lograr en acto o palabras. La conciencia del trabajo perfecto, la hartura de la obra conseguida -suave es como el sueño bajo esa sombra de árbol, en el verano tranquilo.

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