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Después de todos los días de lluvia, de nuevo el cielo trae el azul, que había escondido, a los grandes espacios de lo alto. Entre las calles, donde los charcos duermen como charcas del campo, y la alegría clara que se enfría en lo alto, hay un contraste que torna agradables las calles sucias y primaveral el cielo del invierno empañado. Es domingo y no tengo nada que hacer. Ni soñar me apetece, de tan bueno como está el día. Disfruto con una sinceridad de sentidos a los que se abandona la inteligencia. Paseo como un dependiente liberado. Me siento viejo, sólo para tener el placer de sentirme rejuvenecer.

En la gran plaza dominical hay un movimiento solemne de otra especie de día. En Santo Domingo hay una salida de misa, y va a empezar otra. Veo a unos que salen y a los que todavía no entran, esperando a algunos que no están viendo quién sale.

Todas estas cosas carecen de importancia. Son, como todo en lo vulgar de la vida, un sueño de los misterios y de las almenas, y yo miro, como un heraldo que ya ha dicho a qué iba, la planicie de mi meditación.

Otrora, siendo niño, yo iba a esta misma misa, o por ventura a otra, pero debía de ser a ésta. Me ponía, con el debido esmero, mi mejor traje, y disfrutaba de todo, hasta de lo que no tenía razón de disfrutar. Vivía por fuera, y el traje era limpio y nuevo. ¿Qué más quiere quien tiene que morir y no lo sabe de la mano de su madre?

Otrora disfrutaba de todo esto, por eso es sólo ahora, quizás, cuando comprendo cuánto lo disfrutaba. Entraba a oír misa como a un gran misterio, y salía de la misa como hacia un claro. Y así es como era de verdad, y todavía es de verdad. Sólo para el ser que no cree y es adulto, con alma que recuerda y llora, son la ficción y el trastorno, el desaliño y la losa fría.

Sí, lo que yo soy sería insoportable si no pudiese acordarme de lo que he sido. Y esta multitud ajena que persiste todavía [144] en salir de la misa, y el principio de la multitud posible que empieza a llegar para entrar a otra -todo esto son como barcos que pasan junto a mí, río lento, bajo las ventanas abiertas de mi hogar alzado sobre la orilla.

Memorias, domingos, misas, placer de haber sido, milagro del tiempo que quedó por haber pasado, y no olvida nunca porque ha sido mío… Diagonal absurda de las sensaciones probables, ruido súbito del carruaje de la plaza que suena ruedas en el fondo de los silencios ruidosos de los automóviles, y de cualquier modo, por una paradoja maternal del tiempo, subsiste hoy, aquí mismo, entre el que soy y el que he perdido, en el anteromirar mío que soy yo…

¿Qué sé? ¿Qué busco? ¿Qué siento? ¿Qué pediría si tuviese que pedir?


1-2-1931.

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