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la lluvia caía todavía triste, pero más suave, como en un cansancio universal; no relampagueaba, y apenas, de vez en cuando, con el ruido de ya lejos, un trueno corto gruñía duro, y a veces como se interrumpía, cansado también. Como de repente, la lluvia disminuyó todavía más. Uno de los empleados abrió las ventanas de la Calle de los Doradores. Un aire fresco, con restos muertos de caliente, se insinuó en la habitación grande. La voz del patrón Vasques sonó alta al teléfono del despacho, «¿Entonces todavía está hablando?» Y hubo un ruido de habla seca y aparte -comentario, obsceno (se adivina), sobre la señorita lejana.

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